Patriotismo (II)
Como escribe Juan B. Fuentes, “Debido a las circunstancias concretas de su formación histórica –la inexorable confluencia de los grandes reinos cristianos en su reivindicación, común e independiente, de la unidad hispánica visigótica previa frente a la invasión musulmana–, España fue adquiriendo una morfología histórica muy singular, que contrasta con la de cualquier otra nación política moderna de Europa. España, ciertamente, antes que ser una nación política más, homologable a las de su entorno, fue un proyecto espiritual (o metapolítico) universal, en cuanto que católico, de fraternidad comunitaria ilimitada entre fraternidades comunitarias locales; una fraternidad que, por tanto, no quería ni podía limitarse a sus iniciales fronteras geográficas ibéricas, sino que, movida por su propio impulso, universal en cuanto que católico, se veía impulsada a extenderse ilimitadamente por el orbe. De ahí que ya antes, pero sobre todo después, de la unificación nacional realizada por los Reyes Católicos los patriotismos locales, lejos de ser incompatibles con el patriotismo común español, siempre hayan requerido y exigido a éste como garantía de su propia existencia”.
Efectivamente España no es una nación en el sentido liberal y jacobino decimonónico, sino una nación histórica, forjada durante siglos, primero tras la unificación religiosa llevada a cabo por el el rey visigodo Recaredo en el 589 y después tras la unificación política llevada a cabo por los Reyes Católicos. Por consiguiente no nació en 1912, como tanto proclaman actualmente los liberales desde Esperanza Aguirre a Jiménez Losantos (incluído el no rey Juan Carlos). Esto es muy importante para entender y comprender el patriotismo español, que conjuga lo universal con lo local sin arañar ni disolver el tronco común que es la patria española. Este hecho aleja absolutamente al patriotismo español de todo tipo de nacionalismo, excluyente por un lado o separatista por otro.
Los patriotas españoles entendemos la patria no como un simple territorio en el que se nace y se vive, si no que consideramos que es un vínculo espiritual que nos une a todos aquellos que la han forjado en el pasado, en el presente y que lo harán en el futuro, una fundación que recibimos, que no es nuestra y que debemos entregar íntegra y perfeccionada a los que han de venir, y finalmente una misión y un destino. Por ello se la ha de amar, pero no basta con amarla en sentido físico sino en sentido de perfección, incluso crítico cuando necesario fuera. Pero tampoco basta con amarla, hay que venerarla (como legado de nuestros antepasados), servirla y defenderla como si defendiéramos nuestra propia casa de sus enemigos, tanto exteriores como interiores. De ahí que no podamos admitir ese engendro liberal, acuñado por el PP (ignorando que es un concepto socialista) del “patriotismo constitucional” pues, como dejó escrito Gonzalo Fdez. de la Mora (cofundador de Alianza Popular, de la cual se daría de baja por motivos patrióticos precisamente),“En un país milenario, protagonista de la acción histórica de mayor envergadura después de la romanización (la europeización de América), algunos pretenden reducir su esencia a la Constitución de 1978, que es técnicamente la menos presentable del Derecho público europeo y la que con las autonomías pone en muy grave peligro la unidad nacional. Sería grotesco si no fuera demencial. El patriotismo es anterior y superior a cualquier Constitución”.
Por eso, como describió García Morente en Idea de Hispanidad “la responsabilidad que a los gobernantes de una nación incumbe es realmente tremebunda; y, en ciertos momentos históricos trágica. Ellos son, en efecto, los encargados de administrar la vida común de la nación; y para cumplir su cometido debidamente han de permanecer en todo instante absolutamente fieles al estilo nacional, lo cual quiere decir, fieles a la nacionalidad, a la patria. El buen gobernante prolonga el pasado en el futuro y conduce la nación a novedades que tienen siempre el aire, el estilo de la más rancia prosapia nacional. No ha de hacer lo que él personalmente quiera, sino lo que esté dentro de la línea histórica, dentro del modo de ser nacional (…) el gobierno patriótico de una nación, consiste esencialmente en la fidelidad del pueblo y de los gobernantes al propio estilo secular, que es la propia esencia eterna. Y cuando acontece que un pueblo comete grave infidelidad a su estilo propio, entonces, este acto equivale a su suicidio como nación. La historia nos ofrece algunos ejemplos de ello. Por el contrario, los pueblos que en su vivir son siempre fieles a sí mismos, a su estilo nacional, pueden aguantar impávidos las más borrascosas vicisitudes de la historia…”
Pues bien, ¿Encontramos alguna de esas características que nos explica muy bien García Morente en los gobernantes actuales desde hace décadas? ¿Se ha gobernado, tanto desde el gobierno de la nación como desde el gobierno de las desdichadas autonomías desde el patriotismo, con fidelidad a la esencia eterna de España? ¿Y en gran parte del pueblo, las encontramos? La respuesta no puede ser más que una: NO. Por ello asistimos a las desnaturalización de España y al desafío separatista sin armas con las que defendernos, porque los políticos y gobernantes (y buena parte del pueblo, hay que decirlo bien claro) han renunciado al patriotismo. Más aún, han actuado contrariamente al patriotismo y a la patria.
Es urgente pues recuperar el patriotismo, la idea de España, y el amor a la patria. Y para ello debemos conocerla a fondo, su historia (la auténtica, no la que nos venden), su cultura milenaria , su lengua, su tradición única en el mundo, sus héroes y también mártires, su geografía y su legado. Y combatir a sus enemigos, interiores y exteriores, para entregarla íntegra a las generaciones venideras. Sólo así, como dice García Morente al final del párrafo transcrito podremos aguantar las más borrascosas vicisitudes de la historia. Y tenemos que hacerlo nosotros, los españoles orgullosos de serlo, los patriotas, no podemos esperar nada de los políticos, salvo lo peor. Una minoría quizás, pero disciplinada, creyente y combativa pilotaremos el resurgimiento de España. Pongámonos a ello. Sin olvidar que, como decía Julio Nombela:”
“Sin tradición no hay patria y los hombres sin patria viven en el mundo condenados al suplicio del Judío Errante; llevan consigo una espantosa maldición; son el grano de arena del desierto, que, abrasado por el simoún, se agita sin saber en donde parará y abrasa a su vez todo cuanto toca”.