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26 de septiembre de 2024 0

El ‘Pacto del Futuro’ de la ONU: otra vuelta de tuerca a la implacable agenda globalista

(por Jaime Urcelay)

La ONU aspira a un gobierno mundial, financiado y sin control

Hasta cierto punto ha pasado desapercibida en los medios de comunicación españoles la celebración, los pasados días 22 y 23 de septiembre, de la Cumbre del Futuro de Naciones Unidas. Su trascendencia no es sin embargo desdeñable, dado que la aprobación de su documento final representa una importante “vuelta de rosca” para el avance de la agenda globalista, cuya expresión más representativa es la cosmovisión ética contenida en la famosa Agenda 2030.

Se me escapan las razones de esa escasa atención de los medios, aunque tengo la impresión de que es parte de una estrategia que sistemáticamente evita el debate y el contraste de pareceres en la opinión pública en los asuntos verdaderamente importantes en términos culturales. Y este sin duda lo es, ya que, en definitiva, la aprobación del documento final de la Cumbre del Futuro es otro paso significativo en el diseño e imposición, desde Naciones Unidas y “otras instituciones multilaterales”, de una nueva civilización que “liberará a la raza humana” (sic) de los actuales males y amenazas de todo tipo. Los pretextos ya los conocemos: las grandes transformaciones que están teniendo lugar en el mundo y, cómo no, el catastrofismo climático, cada vez más elevado de tono.

El documento, cuyo título es “Pacto por el Futuro”, responde también a los habituales patrones: un texto extenso -66 páginas- y reiterativo, con ese lenguaje cansino y hueco de “la sostenibilidad inclusiva y resiliente” que tanto gusta a nuestro presidente del gobierno, quien, por cierto, fue uno de los “líderes mundiales” que intervino en la Cumbre para alabar sus supuestas bondades. Contiene 18 principios y 56 acciones, además de sendos anexos, relativos, respectivamente, al Pacto Digital Mundial y a una Declaración sobre las Generaciones Futuras, también con sus correspondientes principios, objetivos y acciones.

En un rápido repaso del texto, tres son los aspectos que, a mi juicio, deben ser destacados.

En primer lugar, la pretensión de reforzar el poder de Naciones Unidas y resto de organismos internacionales que están impulsando la agenda globalista, en un modelo que aleja cada vez más las decisiones del control de los ciudadanos y en el que la soberanía de las naciones y la sensibilidad local quedan cada vez más diluidas. La ausencia de transparencia y de democracia en esas decisiones es también llamativa. La voluntad de los ciudadanos queda absorbida por una difusa voluntad de los estados, entremezclada con la de unas oscuras burocracias internacionales, manejadas por grupos de presión e imbuidas del más puro despotismo ilustrado. O sea, “todo por el pueblo y para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Si a eso sumamos la pretensión, muy repetida en el Pacto por el Futuro, de la ampliación de los recursos financieros para la implantación de la Agenda globalista, la dictadura encubierta puede estar servida.

En segundo término, llama la atención, al igual que ocurre con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, la mezcla en el texto de objetivos que cualquier persona con el sentido ético más elemental suscribiría -erradicación de la pobreza, consecución de la igualdad, la seguridad o la paz para todos- con otros de naturaleza ideológica e incompatibles con lo que muchos entendemos una correcta comprensión de la naturaleza humana y los derechos fundamentales de la persona, empezando por el derecho de todos a la vida desde el momento de la concepción. En ese capítulo de los nuevos dogmas del globalismo destacan, de manera especial, la ideología de género y los falsos “derechos de salud sexual y reproductiva”, es decir el aborto y la contracepción. Ambos ocupan un lugar importante entre las acciones del nuevo Pacto por el Futuro, especialmente en lo que concierne a los países en desarrollo y los jóvenes.

Y el tercer aspecto que a mi juicio debe destacarse es la clamorosa ausencia de la trascendencia religiosa y de la familia, pese a tratarse de un Pacto para “proteger las necesidades y los intereses de las generaciones del presente y del futuro”. La religión apenas aparece mencionada y, salvo en una ocasión, es para destacar sus riesgos para la igualdad o la paz.

Más llamativo es que Naciones Unidas pretenda organizar el desarrollo humano universal prescindiendo de la familia. Las menciones a esta institución social básica son mínimas, cuando todos sabemos que la fortaleza y el protagonismo de la familia como célula primaria de la sociedad, es la primera condición del desarrollo de la persona y de las comunidades.

Hasta aquí una síntesis de lo que este reciente Pacto por el Futuro puede representar. Creo que es importante advertirlo, pues muchas personas de buena voluntad pueden quedar seducidas, como ocurre con la Agenda 2030, con los elementos positivos de la declaración. Esos aspectos plausibles no pueden desagregarse ingenuamente del sentido global de lo que representa una visión total del mundo de carácter netamente pseudorreligioso, con una cierta pretensión de sustitución de la cultura cristiana por otra de carácter inmanente, en la que el ser humano, privado de sus vínculos naturales y de su libertad, queda a merced del marasmo globalista de unos poderes mesiánicos y anónimos, encarnados en las instituciones internacionales.

 

Jaime Urcelay, colaborador de Enraizados

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