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23 de diciembre de 2017 0

Un nacimiento accidentado.

 

La crisis había llegado también a los transportes públicos. Ahora le tocó el turno a los ferrocarriles. Hubo que hacer recortes. Por ejemplo el “Ave” fue sustituido por el “Reptil”. Costaba igual pero, tenía algunas leves modificaciones, por ejemplo, un trayecto de dos horas en Ave, ahora duraba seis. Pero, como decía la empresa: “Ya que pagas, que dure”. Así se podía disfrutar durante más tiempo del viaje.
No fue éste el único recorte. También se habían suprimido los asientos, por lo que, cada viajero debía viajar con su sillita plegable, que podía colocar donde quisiera. De esta forma se daba libertad a los viajeros para elegir el asiento en el que querían viajar y no se les obligaba a ir sentado en un asiento igual para todos. Además, se había desmantelado el aire acondicionado, por motivos de salud, dijeron, para que nadie cogiera la legionela y en su lugar se colocaron en el techo, ventiladores que daban una brisa muy agradable en los meses de verano. La cafetería también se quitó, pero un empleado, pasaba por los pasillos con una cesta mientras pregonaba: “¡Tengo pipas!, ¡Pictolín!, ¡al rico Pictolín!, ¡bombóooon heladoooo!, ¡almendras garrapiñadaaas!, etc. Y al rato le seguía el de las bebidas pregonando cervezas y Cocacola. y como tampoco se ponían ya películas, en el coche VIP, había un cuenta cuentos que amenizaba el viaje a los pasajeros.
El público estaba muy descontento con los cambios pero, como la necesidad aprieta, seguían viajando en tren porque, lo del avión era mucho peor, ¡mejor que no lo cuente!.
Aquel tren llevaba ya dos horas y media de viaje cuando de pronto el maquinista recibió la orden de parar la máquina porque, dos kilómetros más allá, había hecho explosión una bomba que había destrozado las vías. Afortunadamente no hubo victimas. Y el tren, quedó parado a pleno sol, en la campiña, en aquel día de finales de julio. El calor era insoportable y, pronto se acabó toda la reserva de bebidas que se transportaba en el tren.
Afortunadamente, habían parado junto a unas tierras de labor que eran de regadío, y el propietario de las tierras, se compadeció de los viajeros y puso a funcionar los aspersores, (“periquitos” que le llamaban por aquellas tierras). El tren fue recibiendo aquella lluvia benéfica y los pasajeros, salieron en masa para dejarse mojar, para bajar un poco la temperatura corporal. También cogió aquel buen samaritano una manguera y la enchufó hacia el tren, con lo que los viajeros pudieron beber agua que, aunque no estaba fresca, no dejaba de ser agua.
Pero todo se complicó cuando, (por culpa del calor y del retraso, ya debían haber llegado y todavía estaban a tres horas y pico de viaje), Isabel Abad que iba de nueve meses, rompió aguas y se puso de parto. Allí en medio del campo, no había posibilidad de llevarla a ningún centro médico y ningún médico viajaba en el tren, así que el maquinista, presa de un ataque de nervios empezó a pedir alguna matrona, alguna madre con experiencia. Nadie salía, hasta que, tímidamente, Jesús Alba dijo, yo soy padre siete hijos y he presenciado los siete partos de mi mujer.
-”Usted me va a ayudar”. Dijo el maquinista.
Desalojaron un coche, y allí se quedaron Isabel con Jesús y el maquinista, que por cierto se llamaba Benito. Pero, el interventor con gran criterio llamó a la Guardia Civil pidiendo ayuda. Y le informaron que un helicóptero se dirigía inmediatamente al lugar donde se encontraban y que estaban parados a sólo dos kilómetros de Castilfuerte de la Frontera, pequeño pueblecito al que iban solicitar los auxilios de un médico.

Al rato llegaron del pueblo dos personas, el alcalde y el veterinario porque, médico no tenían. El veterinario manifestó que había asistido a muchos partos de vacas y burras y, que en esencia, es lo mismo en cualquier clase de vivíparos por lo que estaba dispuesto a colaborar, y que la naturaleza es sabia. Así que lo llevaron al coche donde estaba la parturienta y Jesús, el maquinista, decidió que sobraba y se marchó.
Cuando el veterinario entró en el coche se encontró a Jesús diciéndole a Isabel:
-Respira, respira con ritmo, con mucho ritmo ese es el secreto de todo. ¡Oxitocina! ¡¿Quién tiene oxitocina?!
-Pero hombre, -dijo el veterinario-, ¿se piense usted que la oxitocina se lleva así como así en un viaje?
-Bueno, por si acaso-. Dijo Jesús que estaba más nervioso que un flan.
A Jesús le explicó el veterinario quien era, sin que Isabel se enterara, claro, y le tranquilizó diciéndole que la naturaleza es sabia y sólo hay que dejarle hacer, sin ponerse nervioso.
Pero Jesús insistía: -Ritmo, ritmo, mucho ritmo en la respiración.
La pobre Isabel no hacía más que quejarse cada vez más porque los dolores empezaban a arreciar.
Mientras tanto, fueron llegando del pueblo en todo-terrenos, en tractores, en caballos, mulos, motos… buena parte de los vecinos. Entre ellos llegó la rondalla que tenían y que era famosa en la comarca, y se pusieron a catar cantos regionales para amenizar a Isabel el mal trago por el que estaba pasando. Otras vecinas, como Jacinta y María Engracia habían llevado rosquillas para los viajeros y no faltaron las que llevaron gazpacho. La Pachurra llegó con una fuente de boquerones en vinagree, (en el pueblo la llamaban la Pachurra, porque tenía cara de pachurra). José Ignacio y su mujer, María, llevaron varios termos de cafés para los que lo necesitaran. Tampoco faltaron una gran cantidad de jóvenes y no tan jóvenes con sus móviles para hacerse selfis con los viajeros. En realidad se lo estaban pasando muy bien, a pesar del calor y de lo de Isabel.
También, Julián, el frutero, había montado un chiringuito y se dedicó a vender sandías y melones de la mejor calidad. Al final de la jornada se había hecho de oro. No faltó tampoco Eleuterio, el gorrilla del pueblo que se empeñó en cobrarle al maquinista por haber estacionado el tren allí. Casi llegan a las manos si no es porque se llevaron a Eleuterio unos vecinos de forma expeditiva.
Al final Jesús salió del coche – paritorio y pidió a unos cuantos viajeros que se encontraban cerca que marcaran un ritmo sostenido para ayudar a Isabel.
Los viajeros, se pusieron de acuerdo y empezaron a decir: -Chuchuá – chuchuá, chuchuá – chuchuá…
-¡No!-, gritó Jesús.
-Ese ritmo suena a chunga, tiene que ser otro ritmo más acompasado.
Y el grupo enpezó: -Chimpún – chimpún, chimpún – chimpún.
-¡Que no!, -volvió a gritar Jesús-. Pero, ¡¿como quieren que nazca un niño a ritmo de tango?!
Fue entonces cuando del grupo salió Sebastián, que dijo que era capitán de infantería y que sabía marcar muy bien el ritmo a sus hombres para desfilar. Él iba a probar.
Y probó: ¡Un, dos, ein, aro!, ¡Un, dos, ein, aro!
Isabel ya estaba gritando y no cogía el ritmo de la respiración. El veterinario seguía repitiendo: -La naturaleza es sabia. Sólo hay que dejarle hacer-
Jesús desesperado mandó callar al capitán. No sabía que hacer, pero entonces alguien gritó: -La rondalla, que la rondalla cante algo con ritmo-.
A Jesús le pareció muy buena idea y le pidió a la rondalla que cantaran algo con mucho ritmo.
Y enseguida empezaron a cantar:
-Dale a tu cuerpo alegria Macarena.
Que tu cuerpo es pa’ darle alegría cosa buena
Dale a tu cuerpo alegría, Macarena
¡Hey Macarena! ¡Riau, riau!
No tuvieron que repetirlo dos veces, Isabel cogió el ritmo a la primera y el niño nació en un momento, pero no nació llorando, sino riendo y tocando las palmas. El veterinario, después de decir que la naturaleza es sabia, lo cogió, lo levantó en alto y lo mostró a todos los presentes que rompieron en un ruidoso aplauso. Entonces se fue a uno de los periquitos y lo lavó meticulosamente, volvió dentro se lo enseño a Isabel y le dijo: -¡Buen becerro nos ha nacido!-
-Oiga, que yo no soy una vaca- dijo ella.
-Perdón, es la costumbre, pero la criatura está como un toro.
-¿Qué es niño o niña?
-Es un niño y seguro que se parece a su padre, porque la naturaleza es sabia. Por cierto, ¿donde está su padre?
-Estará en la estación esperándome desesperado.
Poco a poco fue entrando gente en el coche para felicitar a Isabel que, estaba contentísima y a todos les explicaba que era niño y que se parecía a su padre. Hasta que alguien dijo que, cómo sabía que era niño, que habría que esperar a que él decidiera lo que quería ser. En aquel pueblo eran muy brutos, y el guantazo que se llevó el preguntón, todavía lo está recordando. Y es que además de preguntón era el tonto del pueblo. Ramón se llamaba el pobre.
Por fin llegó el helicóptero que evacuó a Isabel y al niño junto a Jesús y el veterinario. Y poco después, del pueblo de al lado, La Puebla de los Arrollos, llegaron en un todo terreno un médico y un anestesista. El primero en bajar fue el anestesista que corrió como un rayo hacia el tren gritando: -¡La epidural, que llevo la epidural!. Después, saltó del coche el médico con tan mala fortuna que se torció un tobillo, calló al suelo y se rompió una tibia. Allí se encontraba rabiando de dolor y rodeado de los vecinos del pueblo que no sabían qué hacer.
Al fin, el anestesista, cuando se enteró que ya había acabado todo y que habían llegado tarde dijo: -Y ahora, ¿qué hago yo con la epidural?
-Póngasela al médico que la necesita más-. Dijo Isabel.
Y así fue cómo el anestesista no dio un viaje en balde. El pobre médico, se llevó la epidural puesta y la tibia, descompuesta.
Al poco, y por fin, llegaba otro helicóptero, con los ministros de Transportes y del Interior y un equipo de la televisión estatal, que venían del lugar en el que se había puesto la bomba y que ya había sido reparado. Llegaron para explicar lo rápido que habían solucionado todo y que el terrorista ya estaba detenido, y todo gracias a sus diligencias. De todo ello dio cuenta la televisión. Mas no contó lo ricos y frescos que están los melones y sandías de Castilfuerte de la Frontera, ni hablaron de las rosquillas de Jacinta, ni dijeron nada de Eleuterio, el gorrilla, y nadie contó cómo Ramón, iba explicando que en el “Reptil”, había nacido “una cosa” con apariencia humana, pero no hay que fiarse porque el que había asistido al parto era el veterinario y lo mismo, lo que había nacido, era un gorrino pata negra.
Nada de esto se contó en televisión, pero ellos se lo perdieron porque de toda esta historia bien podría haber salido un guión para una película costumbrista.

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