Antiliberales
(Por Javier Urcelay) –
El catolicismo es incompatible con el liberalismo, y por eso la España tradicional, antaño paladín de la Cristiandad, viene luchando contra el liberalismo desde su triunfo en la Revolución Francesa: en la Guerra contra la Convención (1793-1795), en la Guerra de la Independencia (1808-1814), en la guerra realista (1820-1823), en las tres guerras carlistas (entre 1833 y 1876), en la Cruzada del 36…en nuestra inanidad del presente, reducidos a la mínima expresión, pero empeñados en la misma lucha.
Hoy muchos españoles pueden sentir perplejidad ante esa inquina antiliberal de los tradicionalistas, pues asocian el liberalismo a la ideología del centro-derecha, a posiciones conservadoras y enemigas del progresismo y el socialismo.
Por eso es importante establecer qué entendemos por liberalismo y por qué consideramos que el liberalismo es el enemigo que se opone a la concepción católica del hombre y de la sociedad.
Empecemos por dejar claro que la oposición como católicos al liberalismo no es oposición a la tolerancia a la opinión ajena, ni a la moderación política que huye de los extremismos, ni a la reivindicación de la iniciativa privada y la economía de mercado, ni a la sujeción al Estado de Derecho, ni tampoco a la defensa de la libertad política (libertades de reunión, expresión etc dentro de los límites del bien común). Por la sencilla razón de que nada de eso constituye la esencia del liberalismo. Si el liberalismo fuera eso, ni sería anticristiano ni habría motivo alguno para combatirlo; al contrario, sería perfectamente defendible.
Entonces, ¿qué es el liberalismo?
El problema es que el mismo término, como tantos otros hoy en política, ha perdido su significado original, lo que además de crear confusionismo, obliga a una explicación semántica para poder seguir adelante. Quizás debiera sustituirse por otros términos que en la actualidad podrían parece más adecuados: relativismo, laicismo, antropocentrismo, secularismo, progresismo….pero me temo que también ellos necesitarían de no pocas explicaciones. Así que continuemos por ahora, al menos para este artículo, llamándole liberalismo, que es como se llamó siempre al sistema de ideas triunfante en la Revolución Francesa y que ha modelado el mundo moderno constituyendo la atmosfera que, queramos o no, respiramos a diario.
En uno de sus artículos en El Pensamiento Navarro (30 abril 1978), el filósofo tradicionalista Rafael Gambra desentrañó la esencia del liberalismo: el liberal considera la naturaleza humana ilimitadamente transformable. No existe para él un orden natural (moral y de naturaleza) que es objetivo e inmutable como obra de Dios, creador y ordenador del mundo. Tales normas de derecho natural no existen, sino que la organización y la técnica del hombre pueden y deben modificar el orden de las cosas de raíz, es decir, según el ideal revolucionario.
De derechas o de izquierdas, el liberalismo aspira a crear un hombre nuevo y una sociedad nueva a su medida, en la que Dios no tiene ningún papel, o simplemente lo tiene en el interior de la conciencia de cada uno. Considera la ley natural y la ley divina como rémoras al progreso, e incompatibles con la libertad. Aspira a tomar el lugar de Dios, para transformar el mundo, y crear una sociedad libre, justa y feliz, en la que el hombre sea la medida de todas las cosas y en la que el progreso y el desarrollo de nuevos derechos humanos no tenga las cortapisas impuestas por la religión o normas ajenas a las que el hombre decida darse a sí mismo.
Deificado y ensoberbecido por sus conquistas y realizaciones, el hombre toma así el lugar del Creador. No es Dios el que ha creado al hombre, como nos hicieron creer, sino los hombres quienes, ignorantes y supersticiosos hasta el advenimiento de la ciencia moderna, crearon a Dios para explicar lo que no eran capaces de entender. Hoy la Ciencia nos libera de esa servidumbre que ha venido coartando nuestra libertad y el progreso de la humanidad.
Para el liberalismo, y ese es el trasfondo teológico de la Revolución, Dios pasa de Creador a criatura, y el hombre de criatura a Creador. Por eso Sardá y Salvany tituló su famoso libro “El liberalismo es pecado”, porque en esa inversión radical consiste la esencia del pecado original: “Si coméis…seréis como dioses”. Por haber comido del árbol del Bien y del Mal, susurra el Gran Tentador, sois vosotros quienes podréis establecer lo bueno y lo malo, vuestro es el lugar de Dios.
Es significativo que, en un acto de lucidez respecto a la última implicación de sus postulados, los revolucionarios franceses entronizaron a la Razón como una nueva diosa.
Benedicto XVI desarrolla esa misma idea en sus reflexiones sobre la parábola de Jesús de los arrendatarios de la viña, recogida en Mc, 12, en la que el dueño se ha marchado y reclama desde lejos los frutos que le corresponden, mandando a sus siervos primero y a su propio hijo después, al que los arrendatarios asesinan (referencia a la muerte de Cristo), porque es el heredero, para apoderarse definitivamente de la viña. “Si abrimos bien los ojos -señala Ratzinger-, ¿no es en realidad lo que allí se dice una descripción del presente? ¿No es precisamente esta la lógica de la época moderna, nuestra época: declaremos muerto a Dios y de este modo nosotros mismos seremos Dios? Por fin no somos propiedad de otro, sino propietarios de nosotros mismos y propietarios del mundo. Por fin podemos hacer lo que nos plazca. Eliminamos a Dios; no existe ningún criterio por encima de nosotros, nosotros somos nuestro propio criterio. La “viña” nos pertenece. Comenzamos a ver lo que sucede entonces con el hombre y con el mundo…”.*
El liberalismo -el relativismo, como le llamaba Benedicto XVI- es, por tanto, la negación de la existencia de una naturaleza de las cosas, de un orden natural basado en el ser -también en el ser del hombre, de la familia, de la sociedad etc- , de la existencia de una verdad objetiva que el hombre puede conocer, del reconocimiento de un imperativo moral externo que está más allá de nuestra voluntad y que nos viene dado desde fuera de nosotros mismos.
Sus prohombres son todos aquellos filósofos y pensadores -Voltaire, Rousseau, Marx, Darwin, Freud, Nietzsche, Gramsci, Marcuse etc, los padres de la “época moderna”-, que han defendido la emancipación y la autonomía del hombre respecto a ese orden natural, los que aspiran a construir un mundo a la medida del hombre, los que consideran la luz de la razón el único faro en el que alumbrarse, los que creen que el hombre es la medida de todas las cosas, y que liberado de las imposiciones de códigos externos, será capaz de construir un mundo mejor.
Curiosamente los políticos actuales que se llaman a si mismo liberales -los Aznar, Arrimadas, Esperanza Aguirre, Isabel Díaz Ayuso etc-, son “menos liberales” -o lo son en modo más imperfecto- que los progresistas que se presentan como contrarios a su liberalismo, en los que podemos encontrar de modo más consecuente el sentido último del liberalismo. Quizás haya que encontrar en esta paradoja el origen de esa arrogante superioridad moral de la que hace ostentación la izquierda y del acomplejamiento de los liberal-conservadores. Se diferencian de sus adversarios de izquierdas en que se resisten hoy contra lo que acabarán abrazando mañana, y lo saben. Es por eso, porque van al mismo sitio pero llegando más tarde, por lo que con toda justicia los liberales consecuentes se llaman a si mismo progresistas y presumen que son ellos los que abren cauces al “progreso” contra la timoratez pusilánime y retardataria de sus oponentes -¿oponentes?- conservadores.
El obispo de Alcalá, el benemérito Reig Pla -una excepción en medio de la mediocridad acomplejada y funcionarial del episcopado español actual- ha denunciado la cadena de leyes aprobadas en los últimos años en España resultado de esa concepción liberal que desprecia el Derecho Natural en pro de una nueva humanidad: divorcio (1981); aborto por supuestos (1985), reproducción asistida (1988), matrimonio entre personas del mismo sexo (2005), divorcio express (2005), Educación para la Ciudadanía (2006), ampliación de la reproducción asistida (2006), ampliación del aborto con ley de plazos (2010), investigación sobre embriones (2011), imposición educativa de la ideología de género (2020), eutanasia (2021), proyecto de ley trans (2021)…
Con estas leyes, afirma el obispo Reig Pla, “las fuerzas laicistas unidas a las fuerzas políticas partidarias de la relativización cultural, moral y religiosa de nuestro pueblo, han conseguido … convertir a España en un “campo de exterminio” a través de un “tsunami de leyes que desregulariza el patrimonio cultural y espiritual de España, enarbolando siempre la bandera de la “libertad”.**
Y si eso se refiere a las leyes que atentan contra la dignidad de la persona o la inviolabilidad de la vida humana, otras muchas son igualmente injustas por oponerse a otros aspectos del derecho natural. Baste pensar en los impuestos confiscatorios, en la fiscalidad de las sucesiones, en la protección de los okupas, o en la violación de derechos fundamentales enmascarada tras la excusa de controlar la actual pandemia.
¿Cuántas de estas leyes cambió el Partido Popular cuando dispuso de mayoría absoluta? ¿Cuántas cambiaría o revertiría si gobernase? ¿Cuántas ha denunciado no por ir en contra de la Constitución, sino por oponerse al Derecho Natural?¿En cuántas ocasiones ha denunciado que para que una ley sea justa no basta el haber sido aprobada por una mayoría?
Misma dirección, marcha más lenta. Eso es todo lo que puede esperarse del liberalismo conservador.
El objetivo del liberalismo es en todos los casos el mismo: liberar al hombre del mandato divino, inscrito en la naturaleza de las cosas, y ocupar el lugar del Creador, construyendo mediante sus solas fuerzas un mundo a su imagen y semejanza, un mundo feliz.
Lástima que Nietzsche, el más significativo de todos y padre de la cultura moderna manada de la Revolución, no encontrara ni explicación ni sentido a su vida, ni su manera de pensar fuera capaz de darle una razón para existir.
Lástima también que dos siglos largos después de la Revolución Francesa de 1789, y cuando el liberalismo triunfante puede ya dar por concluida su demolición del régimen de la antigua Cristiandad basada en la aceptación del orden natural, no veamos por ninguna parte esa sociedad justa y feliz, y todo lo que sean capaz de vislumbrar los científicos, futurólogos, novelistas y cineastas para nuestro futuro colectivo es un panorama lleno de horror y desastres variados.
El relativismo, el nihilismo, la ingeniería social globalista, que pretende una nueva humanidad, el transhumanismo, el liberalismo en fin en todas sus caras, progresista o conservadora, es y será siempre el enemigo del hombre y del orden social cristiano.
Por eso la lucha contra el liberalismo continúa, y probablemente no acabará nunca, porque es una batalla que tiene un fondo teológico.
Una lucha alentada siempre, frente a todo desánimo, por la esperanza; no la virtud humana, sino la teologal. La Historia no tiene un final incierto, ni está pendiente de dirimirse quien será el triunfador. Sólo permanece oculto cuál será el número de los engañados.
Nada sin Dios.
*Joseph Ratzinger/Benedicto XV: Jesús de Nazaret. Edición Completa. Madrid: Ediciones Encuentro, 2018. p 315.
** Carta pastoral de 20 de marzo 2021 sobre la aprobación de la ley de eutanasia.