No hay problema catalán, hay problema español

Hace tres años, escribía un artículo sobre los escándalos que rodeaban a Puigdemont siendo alcalde de Gerona. Por fuentes cercanas sabía que en el departamento pertinente de control de obras públicas de la Generalitat, se acumulaban dossieres y dossieres contra el entonces alcalde de Gerona por sus tejemanejes con la compañía de aguas. Ahora, de golpe, misteriosamente, ha despertado la fiscalía y ha puesto en marcha una investigación para intentar descomponer in extremis la imagen del President que le gustaría ser mártir. Tarde, muy tarde. El verdadero político es el que sabe dominar los tempos y las estrategias, y los gobiernos de España, movidos por mezquinos intereses, no han querido o sabido jugar sus bazas en los tiempos apropiados, pues ello ponía en peligro pactos y tácticas que beneficiaban a toda la casta política.
Este caso es uno de tantos miles, como la permisión del butifarrendum del 9N que el gobierno se tomó a risa y dio alas y remos al independentismo; o el primer referéndum que se hizo en el municipio de Arenys de Munt, que no tuvo ninguna consecuencia legal para el alcalde. Para colmo, los que fueron a protestar contra la ilegalidad, se encontraron como la complicidad de los Mossos casi posibilita su linchamiento al no quedar protegidos debidamente ante un marasmo de independentistas. Y qué decir del famoso Albert Donaire, un Mosso per la Independència que públicamente se ha declarado en rebelión. Cuando no deja de ser un funcionario público que debería estar inhabilitado. No seguimos con la lista de agravios a los catalanes que aquí intentamos mantener el sentido común, porque es interminable y penosa.
Llegaremos al 1 de octubre con la sensación de una perenne dejadez de los gobiernos centrales sobre Cataluña y un subidón tardío y desproporcionado de actividad jurídica y policial del Estado en Cataluña, a los pocos días de tan señalada cita. El Referéndum, algunos ya lo llaman el “pastifarrendum”, implicará un barrizal de declaraciones, postureos, interpretaciones, imputaciones interminables, … . Todos los bandos en liza tratarán de obtener su foto y sacar -nuevamente- réditos políticos cortoplacistas.Luego vendrán unas semanas de amago revolucionario de la CUP y su cachorros de Arran, pero de momento no tienen fuerza suficiente para echarle un pulso al Estado.
Inevitablemente todo derivará en unas elecciones, para unos autonómicas, para otros “constituyentes”. Y aquí entramos en terreno desconocido, pero los sondeos indican un desgaste del nacionalismo, y el aumento de eje radical izquierdista. Y la derecha se ilusionará creyendo que ha derrotado al nacionalismo radical. Pero nada más lejos de la realidad. El próximo gobierno de la Generalitat será un tripartito con una ERC que sin abandonar las tesis independentistas formará un eje radical de izquierdas con Catalunya si es pot (la coalición podemita-comunista) y la CUP. Una Cataluña con un gobierno nacionalista puede hacer temblar a un gobierno. Una Cataluña con un tripartito radicalizado y revolucionario, puede hacer caer como un dominó muchos gobiernos de España, radicalizar al PSOE y que le empiecen a temblar las piernas a Felipe de Borbón. En definitiva, pase lo que pase, estrategia nacionalismo/izquierda siempre saldrá ganando, porque la derecha –entre otras cosas- nunca tuvo una estrategia.
Andando por España uno palpa la desafección de muchos españoles hacia Cataluña. El asunto nacionalista es tratado como algo casi ajeno, cansino y del que uno quiere desprenderse por hartazgo. Da la sensación que si hubiera un referéndum sobre la independencia de Cataluña y votara toda España, muchos votarían por la independencia de Cataluña, más por aversión que por racionalidad política. Y aquí está la trampa. El arma secreta de destrucción masiva del nacionalismo, no ha sido el conseguir la desafección de muchos catalanes hacia España, sino la de muchos españoles hacia Cataluña. Los gobiernos de “derechas” que tenido este país en los últimos 40 años se han caracterizado por “deconstruir” la idea de España para sustituirla por una vacuidad neoliberal, abstracta y disolvente, donde el desapego a la tradición ha sido el denominado común. Los españoles sienten desapego a Cataluña, porque en el fondo tienen desapego a España. No, no tenemos un “problema catalán”, tenemos un “problema español”. Y la prueba de la españolidad de Cataluña es que si ella cae, con ella se desballesta toda España. Así, que nadie diga que esto no va con él.