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26 de noviembre de 2022 0 / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / /

¿Por qué se cree que la Santa Faz de Manoppello es el velo de la Verónica?

(Una entrevista de Javier Navascués) –

Entrevistamos a Bruno Splendiani, miembro de la “Asociación de Nuestra Señora de la Santa Faz de Manoppello”, que explica por qué hay motivos de peso para creer que la reliquia de la Santa Faz de Manoppello corresponde al velo de la Verónica.

Háblenos del origen de la devoción de la Santa Faz de Manoppello.

 La devoción a la reliquia de la Santa Faz remonta al siglo XVI. Según un documento del 1645 firmado por el capuchino Donato da Bomba, en el 1506 un peregrino desconocido, de apariencia religiosa y venerable, se acercó al doctor Giacomo Antonio Leonelli en la plaza del pueblo de Manoppello para entregarle un pequeño paquete, invitándolo a custodiarlo con cuidado y devoción. Al abrir el contenido del paquete, fue descubierta “la sacratísima imagen del rostro de Cristo nuestro Señor”. El misterioso peregrino desapareció al levantar la mirada y al no encontrarse por ningún sitio, todos juzgaron que fuera un ángel o un santo. Después de haber sido custodiada devotamente en casa de la familia Leonelli y de haber pasado por varias manos, la reliquia fue donada en el 1638 a los frailes capuchinos recién llegados a Manoppello. Desde entonces el velo es conservado por los frailes detrás del altar mayor del Santuario de la Santa Faz en el mismo pueblo.

¿Qué características tiene esta reliquia y qué nos puede decir acerca de la autenticidad de la misma?

Para afirmar la autenticidad, podemos distinguir entre pruebas directas – relacionadas con las características de la reliquia misma – y pruebas indirectas.

Varios análisis científicos han determinado que en el tejido de la tela no se encuentran rastros de tinta o pigmento, ni aceite o grasa en el tejido, aparte de pequeñas zonas muy localizadas. Además, la imagen presenta una oscilación de colores, varia de tono del color según de cómo se oriente la luz. Ese fenómeno natural no es reproducible de forma artificial en una tela. Otra característica sorprendente es que la imagen está impresa en una tela semitransparente y se puede ver en las dos caras, como en una diapositiva. La anomalía es que las dos caras no son especulares, presentan pequeñas variaciones. Las conclusiones de esos análisis apuntan a que la reliquia es una aquerópita, que no está hecha por mano de hombre, como las imágenes impresas en la Sábana Santa o en el manto de la Virgen de Guadalupe.

Entre las pruebas indirectas, podemos citar la visita oficial del Papa Benedicto XVI en el 2016 a Manoppello, cuando se detuvo a rezar frente a la Santa Faz y al cabo de unos días elevó el Santuario a basílica menor. Para muchos fieles se ha considerado una señal implícita de reconocimiento.

También hay que considerar que existe una sobreposición exacta entre el rostro impreso en la Santa Faz y otras reliquias de la pasión y muerte del Señor, como la Sábana Santa de Turín y el Santo Sudario de Oviedo.

¿Hasta qué punto coincide la imagen de esta reliquia con la Sábana Santa y el Santo Sudario?

En primer lugar, es importante entender que el ritual fúnebre de deposición y sepultura del cuerpo de Cristo fue muy elaborado. Debido a la necesidad por parte de los judíos de no verter la sangre sagrada del difunto, se utilizaron varias telas para envolver el cadáver, entre las cuales se encuentran las que citas.

Los estudios de sobreposición entre el rostro de la Santa Faz y de la Sábana Santa han localizado varios puntos de congruencia, incluida una perfecta coincidencia de los ojos, la boca y de los signos de tortura – hematomas, edemas, heridas de la frente, nariz y sangre coagulada.

En el caso del Santo Sudario la sobreposición es más compleja de localizar, ya que la tela conservada en Oviedo muestra solo manchas de sangre, siendo utilizada especialmente para taponar la salida de la sangre la boca de Cristo. Aquí la coincidencia se ha detectado a partir de elementos como las marcas en correspondencia de la nariz y la boca, la incisión de espinas, las huellas de líquido en correspondencia de los ojos.

En base a todos los elementos disponibles, podemos concluir que en los tres casos nos encontramos delante del rostro del mismo varón.

¿Por qué considera que la Santa Faz de Manoppello es realmente la Santa Faz de la Verónica?

Declaraciones no oficiales por parte de personalidades como el ex director de los museos vaticanos Antonio Paolucci y del cardenal Jorge María Mejía indican que el velo original de la Verónica se conservó en la Basílica de San Pedro hasta el año 1527, cuando desapareció durante el saco de Roma por las tropas de Carlos V. A partir de esas afirmaciones, una posible línea de investigación podría seguir la hipótesis del P. Henrich Pfeiffer, profesor de historia de la Universidad Gregoriana, según el cual la reliquia cayó en manos del comandante del ejército español que presidía Castel Sant Ángelo, Ferdinando de Alarcón, marqués del Valle Siciliano, cercano al condado de Manoppello. Es posible que fuera él a entregar la reliquia a la familia Leonelli hacia la mitad del siglo XVI.

¿Entonces la Santa Faz oficial que está en el Vaticano, sería una copia?

Pfeiffer ha notado que a partir del 1616 se empieza a imponer un nuevo prototipo de la Verónica, basado en la reproducción comisionada por Paolo V a Pietro Strozzi, su secretario privado. Ese rostro de Cristo tiene la característica de tener los ojos cerrados, lo cual contradice la tradición iconográfica anterior a la época, que mostraba Cristo con los ojos abiertos.

La reliquia de la Verónica que se expone hoy en día durante el quinto domingo de cuaresma en San Pedro no es de mucha utilidad para descifrar el enigma, ya que debido a su mal estado de conservación no muestra ningún rastro de imagen reconocible.

¿Cómo se puede demostrar que esta imagen ha servido de modelo a los iconos?

 Gracias a los estudios de varias décadas de Sr. Blandina Paschalis Schlömer sabemos que la iconografía tradicional del rostro de Cristo hasta el siglo XVI (incluyendo aquella asociada a la Verónica) presenta características que encontramos en la Santa Faz: el rostro asimétrico, los ojos almendrados muy abiertos con una mirada intensa, el mechón de pelo en el centro de la frente, la barba rada que termina con doble punta, la nariz fina y alargada, los bigotes descendientes, la órbita ocular muy amplia que deja visible la esclera por debajo del iris…

Entre varios ejemplos de similitud con la Santa Faz, podemos destacar el Pantocrátor de Santa Caterina del Sinaí, la Santa Faz de Novgorod, el Mandylion de Génova, hasta el Cristo resucitado de Piero della Francesca y el Cristo bendiciendo de Bellini.

¿Como ayuda esta reliquia a consolidar lo que creemos por la fe?

La fe nos plantea un desafío y la fe cristiana es una apuesta para un Dios encarnado en el cuerpo de un hombre que fue torturado, crucificado, muerto y resucitado, según las palabras que han llegado hasta nosotros sin interrupción desde los apóstoles.

Creo que muchas veces nuestra fe es tan débil que necesita alimento y que, para amar a alguien, primero hay que conocerle. El Concilio Vaticano I llega al punto de amenazar con anatema si alguien niega que a Dios no se le puede conocer con certeza a la luz natural de la razón humana, por medio de las cosas creadas. Creo que cuando San Pio de Pietrelcina afirma que la Santa Faz es “el milagro más grande que tenemos”, se refiere a que aquel rostro desencajado y sufrido y al mismo tiempo lleno de vida manifiesta un hecho real, tangible, con el cual nos tenemos que confrontar en algún momento de nuestra vida.

Escribe la mística María Valtorta: “El rostro de la Verónica es un aguijón para vuestra alma escéptica. Soy Yo que quise recordaros como era y como acabé por amor a vosotros. Si no estuvierais perdidos, ciegos, debería bastar este Rostro para llevaros al amor, al arrepentimiento, a Dios”.

¿Qué prodigios se han dado a lo largo de la historia?

A parte de las características “prodigiosas” que he citado, un evento sugerente aconteció en el siglo XVII. Al llegar a las manos de los capuchinos, la reliquia se encontraba en un estado de conservación pésimo, lacerada y carcomida, casi reducida en polvo. Sin embargo, la parte central del velo que mostraba el rostro de Cristo permanecía intacta. Por eso se tomó la iniciativa de recortarla alrededor y dejarla tal y como la contemplamos hoy en día.

En dos ocasiones a principios del siglo XVIII tuvieron lugar unos curiosos episodios: al sacar el sudario de los cristales que lo protegían, la imagen desapareció, para volver a reaparecer al colocarla de nuevo en el relicario.

Háblenos de las asociaciones que hay en torno a esta devoción…

Junto con la obra de difusión de los capuchinos que custodian la Santa Faz, la asociación de “Nuestra Señora de la Santa Faz” nace por la iniciativa de Sr. Blandina Paschalis para promover el conocimiento y la veneración de la reliquia, ofreciendo al mismo tiempo una guía para los peregrinos que se acercan a Manoppello para profundizar en la experiencia de contemplar a Cristo cara a cara. Durante casi 400 años, este sudario solo dio consuelo y esperanza a un número reducido de creyentes, mientras que se mantuvo casi oculto al resto de la cristiandad. Es un privilegio y un regalo demasiado importante para que dejemos de compartirlo.

¿Cómo le ha ayudado en su vida espiritual esta devoción?

Tardé bastante tiempo en interesarme sobre la reliquia desde la primera vez que la descubrí. Estaba acostumbrado a una imagen de Nuestro Señor idealizada, como de icono bizantino, y resonaban en mi cabeza aquellas palabras de Juliana de Norwich en sus visiones del velo de la Verónica: “¿Cómo puede esta imagen ser tan desfigurada y lejana de la belleza?”.

Fue el comienzo de un largo viaje de acercamiento hacia aquella imagen tan enigmática. Dios es discreto, no fuerza la mano, parece esconderse detrás de las apariencias. Me gusta decir que la Santa Faz es el escondite más evidente que Dios eligió para revelarse. Poco a poco empecé a contemplar en Ella el misterio de un Dios que nos ha querido a tal punto de exponer todo su ser a la humillación y al martirio. Empecé a ver sus heridas como en un espejo y a entender que delante de Él estamos desnudos, no podemos engañarle ni engañarnos. Es entonces cuando se establece un canal de comunicación con Cristo, cuando finalmente vemos en sus ojos vivos y escuchamos de sus labios entreabiertos: “Ven, y sígueme”.

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