¿NO ES Vd. UN SEÑOR MODERNO? NO GRACIAS, ES TIEMPO DE ESPERANZA
Jean Jacques Rousseau parece haber sido el primero en utilizar los términos «moderno» y «modernista»[1] usándolos en el sentido de «aquel que estima los tiempos modernos por encima de los antiguos», referido a la política y filosofía atea de la época (“Lettre à M. L.P.D.W., Motiers, le 26 Mai 1764“, “Lettre à Madame ***, Wootton, le 27 Septembre 1766” y “Lettre à M. D*** [Franquières]”, Bourgoin le 15 Janvier 1769). Términos que caen, después, en desuso, hasta que a finales del s. XIX, el profesor Charles Périn, los define como «las tendencias humanistas de la sociedad contemporánea» que tienen «la ambición de eliminar a Dios de toda la vida social»[2].
El Modernismo[3] se configura, así, en un sistema de doctrinas que considera a la Iglesia y sus dogmas como instituciones históricamente humanas que, necesariamente, deben ser revisadas, reformadas y reformuladas para “adecuarlas” al contexto histórico.
Entra, por tanto, en el campo de las doctrinas evolucionistas humanistas, proponiendo una perspectiva, que considera al hombre como ser histórico desde una posición naturalista, en cuanto capaz, por sí mismo, de desarrollar sus posibilidades y atributos ―intentando convertir en esto, a Dios, en una hipótesis innecesaria― y al hombre, sus necesidades, intereses y su devenir, en centro del Universo.
El humanismo, fundado en las infames e ignominiosas filosofías ilustradas del siglo XVIII y solemnemente promulgado en las revoluciones americana y francesa, impone una radical transformación del pensamiento humano, planteado como pensamiento absoluto único, infectando la interpretación del mundo, la vida del hombre y su relación con Dios.
En 1864, S.S. Pío IX publicó la encíclica Quanta Cura y, como apéndice, el Syllabus[4], condenando 80 falsas tesis “modernas” contrarias a la doctrina. «Aunque los antecedentes remotos haya que buscarlos en el racionalismo, en el subjetivismo y en el relativismo, su partida de nacimiento próxima hay que situarla en torno a la Escuela Superior de Teología, creada en París en el año 1878»[5], y como iniciadores de esta tendencia, al P. Marie Joseph Lagrange, O.P. ―fundador de la École Pratique d’Études Bibliques, en 1890, (desde 1920, École Biblique et Archéologique Française de Jérusalem [EBAF][6]), contemplada en su conjunto como una escuela intelectual anárquica (bajo reservas de S.S. León XIII)―, a Alfred Loisy, discípulo de Louis Duchesne y a George Tyrrell[7].
El papa San Pío X, proclamando formalmente la autoridad del Magisterio único Universal y la Tradición de la Doctrina Católica, condenó categóricamente estas posiciones definiéndolas como «un conjunto de todas las herejías»[8]. En 1907 se publicó el decreto Lamentabili sane exitu, sobre los errores del “modernismo” (65 tesis falsas contrarias a la doctrina). En 1910 se promulgó el motu proprio Sacrorum Antistitum, juramento que debía ser pronunciado por todo oficio eclesiástico, primordialmente en la docencia teológica.
San Pío X, proféticamente, se referiría a estas doctrinas, no sólo como una orientación herética, sino como una verdadera conspiración organizada, ya que la cuestión no se agota en la herejía teológica, sino que, como cuestión que afecta a todos los ámbitos, ha tenido y tiene dramáticas consecuencias que ha perturbado la vida del hombre y la salvación de las almas como causa final (primera entre todas las causas).
A punto de cumplirse los 54 años (el día de la celebración de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María) del establecimiento oficial de la heterodoxia doctrinal, que supone la “adaptación al signo de los tiempos y las ideas humanistas heréticas” ―discrepantes con el Magisterio Universal―, la desorientación y confusión, en el pueblo de Dios, que ha producido el “aggiornamento” en los campos teológico, moral, intelectual, social, político, etc., son absolutas.
Si el humanismo integral universal, al que se ha “dado alas” desde la propia cátedra de Pedro, se convirtiera en la creencia de la nueva sociedad “moderna”, como último hito histórico “adoptado” por el hombre, por sus propios medios (por la exigencia de “estar constantemente a la última”), esto implicaría lo innecesario de la teología como disciplina fundada en los textos sagrados, la tradición y los dogmas, que estudia el conocimiento de las cosas y hechos acerca de Dios y sus atributos, pues todo ello quedaría relegado en manos del devenir histórico del hombre y sus sociedades, quedándole a la Iglesia el papel secundario de irse “adaptando” y “adecuando” a los “signos de los tiempos modernos” según se fuesen sucediendo.
Lo realmente grave de estas posiciones es que tienen su origen en proposiciones historicistas revolucionarias (concepto de “cambio de paradigma”[9]) que, desde visiones subjetivas, “se sienten fuera de los tiempos”, en menoscabo de las objetivas Virtudes Teologales ―la Fe, la Esperanza y la Caridad―, tratando de darles unas perspectivas fundamentalmente humanas, particularmente a la virtud de la Esperanza, la más relegada hoy. Oiremos cientos de sermones, leeremos cientos de escritos, …, sobre la Fe o su carencia; o sobre la Caridad ―tan de moda―, si bien, ambas, muy tamizadas, últimamente, desde puntos de vista, como se ha señalado, meramente humanos o sociales.
Sin embargo, ¿cuánto se predica sobre la Esperanza?, cuando el gran mal de nuestro mundo es el terrible pecado de la desesperanza, especialmente de entre quienes tienen el deber de guardar y extender el Credo de Dios, que confiesa: «… unam, sanctam, cathólicam et apostólicam Ecclésiam», pareciendo haberse desistido de estas verdades.
Para “ratificar” las erróneas tesis de carácter humanista, se han resquebrajado los principios de “unidad” y “universalidad”, dando trasladado a la Iglesia de una falsa dicotomía, pretendiendo un mundano enfrentamiento de simples “opiniones” disputadas entre “progresismo” y “tradición”, entre “frívola mudanza” e “inmutabilidad de lo verdadero”, entre “evolución relativista (valores)” y “firmeza de la fidelidad”, amplificada en las divergencias generadas por el posicionamiento de las llamadas “Conferencias Nacionales”, sumidas en la torre de Babel. Sustituyendo, asimismo, la misión apostólica, la propagación de la buena nueva a los hombres de buena voluntad y la conversión de almas, por el sentido filantrópico social de una falsa caridad material, obviando la única y universal Verdad de la Revelación, no sujeta a ficticios devenires del tiempo.
Tiempo que, por otro lado, pertenece sólo a Dios, N. S., que es quién sustenta nuestra Esperanza, tanto en el tránsito de este valle de lágrimas, como en el Reino de los cielos venidero.
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[1] Cit. Dictionnaire de la Langue Française par Émile Littré, T. III (I-P); Librairie Hachette et CIE, París, 1883; pág. 585.
[2] PÉRIN, Charles Henri Xavier; Le Modernisme dans l’Église d’après les lettres inédites de La Mennais; Librairie Victor Lecoffre; Paris, Lyon, 1881; pág. 5. <https://archive.org/details/lemodernismedans00pr>.
[3] GARCÍA de HARO y GOYTISOLO, Ramón; Historia teológica del modernismo; EUNSA, Pamplona, 1972; 367 págs.
[4] S.S. Pío IX; Quanta Cura y Syllabus, 8 de diciembre de 1864. Listado recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo.
[5] MASSON, Hervé; Manual de Herejías (título original: Dictionnaire des Hérésies dans l’Église Catholique); Rialp; Madrid, 1989; pág. 231.
[6] Impulsores de la traducción francesa de la llamada Bible de Jérusalem. Traducida del francés al español es conocida como Biblia de Jerusalén.
[7] George Tyrrell, anglicano nacido en Dublín, converso en 1879, entró en la Compañía de Jesús y fue ordenado en 1891. Comenzó como apologeta hasta que el humanista enciclopédico barón Friedrich von Hugel le introdujo en la “crítica” bíblica y el neokantismo, adhiriéndose a las posturas radicales del llamado modernismo teológico, sosteniendo la “libertad de conciencia” de la investigación teológica, siendo condenado oficialmente como hereje y gnóstico.
[8] San Pío X, Pascendi Dominici Gregis, 8 de septiembre de 1907; §38.
<http://w2.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html>.
[9] KUHN, Thomas; La Estructura de las Revoluciones Científicas; FCE, Méjico, 1971, 319 págs. El concepto “cambio de paradigma” se engloba en el de “ciencia revolucionaria” o “ciencia para la revolución”.