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22 de abril de 2025 2

Las divisiones del carlismo, una carta de Fal Conde y un mensaje para hoy

 

D. Manuel Fal Conde

En 1955, D. Javier de Borbón Parma, proclamado rey de los carlistas desde 1952, dio un giro a su estrategia respecto al Régimen de Franco. Para ello destituyó a Fal Conde como su jefe-delegado y nombró una junta presidida por José María Valiente, que realizaría hasta 1967 una política de colaboración con el Régimen.​ La Ley de Principios del Movimiento Nacional, adoptada en 1958, declaró que España era una Monarquía Tradicional, lo cual parecía deparar una oportunidad a los carlistas.

En 1957 Carlos Hugo de Borbón-Parma, hijo de D. Javier, fue presentado en el acto anual de Montejurra como “Príncipe de Asturias” ante el entusiasmo de la muchedumbre allí congregada. El príncipe saludó a la juventud en medio de una explosión de entusiasmo, pronunciando su Proclama de Montejurra que presagiaba la modernización del partido, además de una política que podía interpretarse como una oferta a Franco. Cuando Carlos Hugo se trasladó de manera permanente a Madrid desde Francia, cooperó estrechamente con Valiente, que sería nombrado jefe delegado en 1960

En 1962, Don Carlos Hugo, fue recibido en audiencia por Franco en el palacio de El Pardo. Franco le habló de la necesidad de conseguir la unidad de todos los monárquicos, a lo que Carlos Hugo contestó que sí pero que esa unidad debía ser de los «monárquicos del 18 de julio».

En 1963 José María Zavala asumió la presidencia de la Junta de Gobierno, un nuevo órgano carlista ejecutivo, dejando a Valiente con menos poder como jefe-delegado.

Una campaña minuciosamente pensada comenzaría a lanzar la imagen de Carlos Hugo, lo que dio lugar a que el 25 de noviembre de 1964 Franco diera personalmente instrucciones explícitas a sus ministros para obstaculizar los viajes por España del joven príncipe, que tenía la pretensión de ser nombrado sucesor de Franco a título de rey.

En abril de 1965 se creaba una Secretaría Técnica de Don Carlos Hugo, presidida por José María Zavala, que poco a poco fue aumentando su influencia, mermando la del nominal jefe-delegado de Don Javier, e imponiendo una renovación ideológica que se apartaba de los principios tradicionales. José Arturo Márquez de Prado fue destituido como Jefe Nacional del Requeté, y a partir de ese momento empezaría a acercarse a Don Sixto de Borbón-Parma, hermano de Don Carlos Hugo, al que no acompañaba en su aventura de reformulación doctrinal.

El proceso de “clarificación ideológica” se consolidaría a partir del Congreso Carlista de 1966, aunque ello no fuera obstáculo para que Carlos Hugo reivindicara de nuevo el tradicionalismo ortodoxo en los actos de Montejurra de 1967. José María Valiente, receloso de los aires que empezaban a preponderar en la dirección del carlismo de Carlos Hugo, presentó su renuncia en ese mismo año.

El 20 de diciembre de 1968, pocos meses antes del nombramiento de Juan Carlos como príncipe de España, Franco decidió la expulsión de España de la familia Borbón-Parma, acusándoles de ser unos extranjeros que estaban interfiriendo en la política española.

Puede decirse que fue en este periodo entre finales de los años 50 y el final de la década de los 60, en el que el carlismo conocería una especie de nuevo renacer. La presencia de un joven príncipe, con gran preparación académica dispuesto y a asumir sus responsabilidades históricas, casado con una princesa holandesa, parecía asegurar la continuidad dinástica que tan complicados avatares había tenido que sortear hasta la proclamación de Don Javier. Las hermanas de Don Carlos Hugo, también jóvenes, atractivas y que lucían con galanura sus boinas de margaritas, contribuían también al ambiente de recobrada esperanza. Todo parecía preparado para una nueva edad de oro. Las rampas de Montejurra se llenaban cada año de decenas de miles de carlistas que tenían del rojo de las boinas las laderas de la “Montaña Sagrada”, se revitalizaban o abrían nuevos círculos por toda España más o menos enmascarados, y circulaban de nuevo boletines y revistas editados de manera más o menos clandestina o consentida.

El 22 de julio de 1969, D. Juan Carlos de Borbón fue designado como sucesor de Francisco Franco en la jefatura del Estado, lo que ponía fin definitivamente a las esperanzas que D. Carlos Hugo hubiera podido albergar. Coincidiendo con ello e impulsado por el propio D. Carlos Hugo-con la colaboración de su hermana Doña María Teresa-, el carlismo entró en un periodo de “clarificación ideológica” de signo socialista, federalista y autogestionario que provocó el apartamiento de los carlistas que seguían defendiendo los principios de siempre.

En los tres Congresos del Pueblo Carlista celebrados entre 1970 y 1972, los seguidores de Don Carlos Hugo que dirigían el carlismo refundaron la organización como Partido Carlista, rechazando la denominación tradicionalista que se había asociado al carlismo desde un siglo antes, lo que aumentó la desvinculación de muchos carlistas que no veían con buenos ojos los nuevos aires izquierdosos que el partido tomaba.

Tras sufrir un grave accidente de tráfico en febrero de 1972 que le dejó muy tocado física y mentalmente, Don Javier concedió plenos poderes a Don Carlos Hugo para dirigir el nuevo Partido Carlista, que propugnó ya abiertamente la ideología socialista  en el tercero de los Congresos del Pueblo Carlista a los que nos hemos referido, celebrado en Arbonne el 4 de Junio de 1972.

Es en este contexto cuando D. Manuel Fal Conde, el que durante 20 años y hasta 1954 había sido jefe de la Comunión Tradicionalista, escribió la siguiente carta a D. Rufino Menéndez González, que había sido jefe regional de Asturias de la Comunión, fechada en Sevilla el 5 de mayo de 1972:

“Muy querido y bien recordado D. Rufino: He tardado en contestarle porque, a la torpeza de mi andar por los achaques, se une la natural pereza que crecientemente siento en tocar los temas -desgraciadamente en alarmante plural- de nuestras actuales desviaciones doctrinales.

Aun con retraso, venzo esos obstáculos con una muy plena compensación: la del consuelo en comunicarme con Vd. de corazón a corazón. Aunque no por eso le limite ni restrinja el uso que quiera hacer de esta carta.

Cuando cesé en la Jefatura, bien seguro de que se producía para dar un giro hacia el Pardo y una apertura a la posibilidad de asignación sucesoria, de nuestra parte, sin mayor rigidez dogmática al principio dinástico, me propuse entonces callar y dejar pasar el experimento. Porque no me era lícito poner mínimo obstáculo al propósito.

Pero fracasado aquello, malograda la reivindicación de la nacionalidad española para Don Javier, en lugar de recuperar la posición de oposición, perdida, abandonada, dejada a otros, ahora el revanchismo se desahoga en el más desenfadado nihilismo contra nuestros más altos principios doctrinales. La legitimidad dimana del pacto entre la Dinastía y el pueblo, pero el “pueblo” carlista. Y a seguidas, la proclamación de las libertades del más desacreditado populacherismo.

Yo, ahora, no callo. Porque ya no se trata de un error, por muy grave y degradante que aquél fuera, pero error de conducta política, como se dice de táctica, sino error enormísimo de doctrina y de principios. Y así vengo sin cesar diciendo a cuantos me preguntan:

De una parte: la dinastía es esencial al carlismo. O sea, ontológicamente, el ser del carlismo es la dinastía legítima. Y la dinastía es la que viene instituida por el pacto histórico -nada más remoto que ese mitinesco pacto que ahora se pregona- y contra cuyo principio se ha alzado en España, como en nueva saguntada, la instauración de una nueva dinastía -dinastía ésta en promesa, en futuro- que asumirá el dinastismo liberal isabelino, o tendrá en reserva a Don Juan, para un acaso.

Pero si el verbo SER del carlismo indica a la dinastía, ésta tiene un imperativo en torno a su ESTAR físico, la Comunión, como representación ideal, o mejor ideológica, del auténtico pueblo español, parte bilateral de aquel pacto soberano.

Ser y estar, que buscan el orden político, o sea su HACER, en la observancia de los principios político-morales, que garantizan el bien común para el que es dada, por Dios y solo por Dios en origen y constituida históricamente, implícita o tácitamente, en el devenir de los siglos, la que decíamos soberanía en lenguaje usual, o poder en léxico más clásico.

Principios irrenunciables, supremos en cuanto no tienen autoridad superior que los interprete y declare, salvo la Iglesia en los morales, y que la prudencia política del Rey, pero con obligado asesoramiento, puede atemperar a los tiempos.

La lealtad a la dinastía de un lado, y la fidelidad a los principios de otro, crean y mantienen un género de afección y de comunidad, que con ningún nombre mejor se ha denominado que con el de Comunión.

Mientras en la Comunión, bajo la adhesión a la legitimidad real, caben no pocas diferencias en el pensamiento político de los carlistas; incluso en el ideario fundamental, habida cuenta de la diversidad regional o de clases, y con mayor razón caben esas diferencias, sin mengua de la comunidad esencial, en todo lo programático. En el partido, en cambio, se tiene o se adquiere una sola opinión.

Mientras la disciplina de la Comunión solo puede cifrase en la lealtad al Rey en la aceptación de los principios ideales, en el partido se pueden pretender con mayor exigencia a las formulaciones programáticas, tantas veces afectadas por la insinceridad para el proselitismo. Consecuencia de lo que es eso, recientemente me dijo Don Carlos, que le había gustado que mi hijo Domingo en uno de esos congresos o así del titulado pueblo carlista, le había dicho que “él no se iba de la Comunión aunque lo expulsara el Rey, porque la Comunión no es del Rey”; a lo que seguidamente me dio explicaciones amables sobre lo que él -Don Carlos- había querido decir en aquella frase: “los que no estén conformes con la línea política que se marchen”. Lo que había querido decir era que se fueran de los cargos, pero que Domingo había hablado muy bien y, nuevamente en esta nueva ocasión a que aludo, lo acababa de repetir. Yo, por mi parte, hice mía la frase.

Quizás la diferencia más transcendental entre Comunión y partido es que el Rey puede equivocarse, y de hecho se equivoca, incluso en los mismos principios sustanciales. Pura insensatez y soberbia la de algunos que desposeen nada menos que de la legitimidad al Rey cuando pueden acusarle de algún más o menos grave desliz doctrinal. Antes, al contrario, ese es el gran bien de lo dinástico: que los errores de cada titular se pueden corregir, como de hecho se han corregido a veces, en el transcurrir de la sucesión. Exactamente como los pueblos purgan las desviaciones de sus momentáneos extravíos -motines o revoluciones- en la sosegada renovación de generaciones.

Los partidos, en cambio, no admiten mínimo fallo en la conducta política de sus líderes. Ahí tenemos, al amigo Blas Piñar, bramando furioso y con razón sobrada por las …emancipaciones africanas y besando la mano donadora de procuras en Cortes del autor de esas… emancipaciones.

Se mal planteó la cuestión de la nacionalidad de Don Javier por cuatro razones más o menos frívolas, ocultando la única sustancial: la legitimidad del derecho al Trono le incardina, por Derecho Político, que está por encima del nacimiento, de la filiación o de esas otras monsergas que Valiente dijo que habían razonado dos civilistas. El no se atrevió formular su dictamen; Federico Castro no llegó a darle y Alfonso Cossío me dijo que lo había formulado, pero en sentido negativo. Ninguno, por cierto, tomó en consideración que Don Javier nació antes de que entrara en vigor el actual Código Civil. Pero, para el liderato de un partido político ¿no dictará el buen sentido que tiene que constar la nacionalidad según el derecho positivo?

En la afiliación hay una gran diferencia entre los conceptos que vengo distinguiendo. Bajo el de Comunión, jamás hemos intentado, ni de haberlo pretendido se hubiera logrado, fijar los contornos. Por eso, ese verbo “censar” que ahora tanto se conjuga, es novísimo en nuestro léxico. Mi pobre personalidad tan zarandeada por la persecución, me ha permitido revelaciones como esta:

El servicio de un cliente me llevó a un organismo oficial, en el que de despacho en despacho llegué al de un alto secretario general que me recibió amabilísimo, me dio toda clase de facilidades y llegó a decirme: mándeme la solicitud, yo le enviaré algún expediente tramitado para que le sirva de pauta, luego le uniré todos los informes favorables y se le despachará favorablemente. Y al darle las gracias se puso en pie firme y me dijo: yo soy carlista, a la orden de Vd., aunque por necesidades de la vida no pueda manifestarlo en público.

Por eso, militares, eclesiásticos, jueces y magistrados, que por reglamentos no pueden actuar en política, y tantos forzados por las tiranías de todos los tiempos, no son censables -éste es el verbo de moda- pero si comunicantes.

Esos contornos fijos se pueden tener en los organismos concretos que revisten forma de asociación, como los círculos, y en ellos si que se concibe la expulsión por falta de pago de cuotas, por embriaguez y escándalo o por reyerta con el conserje. Y forma de partido revestíamos cuando la legislación imperante los autorizaba, incluso los requería, para -la hipótesis legal- el ejercicio de los derechos políticos.

Este designio tenaz del período carlista, que llamará la Historia de “Arbonne”, solo servirá para demostrar que somos muy pocos. También mi experiencia ha comprobado que el elemento humano del carlismo no se mide por números, sino por densidad. Aquellos seis mil requetés comprometidos por mí con Mola para alistarlos en Navarra en la primera semana, duplicados en el primer día…

Creo que vale tanto lo que defendemos y ha costado tanto conservarlo, que hay que resistir, manifestar las discrepancias a los jefes inmediatos, pero elevarlas al Rey y al Príncipe. El mayor respeto en la forma de hacerlas llegar, pues habiendo fundadas razones para creer que haya quien o quienes las intercepten, invocar el derecho a ser oídos y representar nuestro derecho a favor de la integridad de nuestros postulados y frente a todos esos lamentables avances liberales y societarios. Las cosas están llegando a términos de menosprecio y escarnio de la sangre de nuestros muertos, que son un santo depósito de fe y abnegación que sólo a la Comunión auténtica pertenece.

Todo sin olvidar que dependemos de la Providencia de Dios, que más que a otra cosa se parece al milagro nuestra pervivencia. ¿No es un dolor que ya no se hagan actos colectivos de religiosidad?

Repito, querido Don Rufino, haga el uso que tenga por conveniente de esta carta. Por mí, que no quede el dar luz o consuelos a uno o a mil hermanos carlistas.

                  Firmado: Manuel J. Fal Conde

 

El carlismo vive hoy una etapa crítica. El número de carlistas es cada día más reducido, y también lo va siendo su “densidad” a medida que van desapareciendo algunas de sus figuras más señeras. La pervivencia del carlismo hasta hoy es un milagro, pero no existen garantías de que éste vaya a prolongarse indefinidamente.

Hoy más que nunca parece necesario un esfuerzo de todos para tratar de lograr una mayor unidad de los que se sienten identificados con la bandera de Dios, Patria, Fueros y Rey.

Unidad para conocernos y apreciarnos personalmente. Unidad para celebrar  juntos nuestras festividades y compartir lo que nos une. Unidad en el respeto mutuo a los que no tienen por qué ser calcos de nosotros mismos. Unidad para hacer frente unidos a lo que todos rechazamos. Unidad para reivindicar, defender y difundir orgullosos nuestra historia común.

Una unidad en clave de Comunión, para la que la carta de Fal Conde proporciona algunas claves sobre las que valdría la pena meditar.

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2 comentarios en “Las divisiones del carlismo, una carta de Fal Conde y un mensaje para hoy

  1. Juana de Beira

    Con todos los respetos al autor y al artículo.
    Según la Ley Sucesoria Semisalica de Las Españas, fallecido sin hijos SMC Alfonso Carlos I, cómo anteriormente su sobrino SMC Jaime III. La Sucesión pasaba a los hijos varones de Doña Blanca de Borbón de forma incontestable. SMC Alfonso Carlos I, influenciado dada su avanzada edad por su esposa, nombró albacea testamentario y regente a Javier de Parma, este se apropio de la herencia para descalificar a todos los Reclamantes, con mejor Derecho que el, pero nunca descalifico a la dinastia usurpadora y liberal, tampoco sus descendientes.

    Desde la expulsión injusta del Nucleo de la Lealtad, por parte de SMC Alfonso Carlos l mal influenciado por su avanzada edad, el Carlismo ha quedado desnortado de Dinastía Legítima, aunque no en su totalidad, y se ha mirado a una familia que ha actuado más como agentes de la usurpación, que como Dinastía Legítima que han pretendido decir ser.

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  2. i. Caballero

    NO hay que ser pesimistas sino, al revés MUY OPTIMISTAS y pensar que la Providencia siempre se encuentra de nuestro lado.
    Casi todos los que leemos, escribimos o vivimos el Carlismo de HOY, no vivimos los tiempos del final del franquismo por lo que tenemos que investigar lo pasado para NO repetir los errores.
    Dos hechos confluyeron en nuestra desgracia, el primero:
    Franco siempre fue un LIBERAL y por tanto, enemigo del Carlismo y desde el minuto cero, es decir desde el 18 de julio de 1936, en su mente estaba reimplantar a los monarcas Liberales borbones.
    Para ello asesinó, primero a Sanjurjo y, después a Mola que, ambos eran cercanos – Mola no tanto siendo ateo confeso – pero quedaba muy claro que ambos se hubieran inclinado por un pretendiente Carlista.
    Segundo, Carlos-Hugo por su matrimonio en 1964 con Irene de Orange-Nassau se “apuntó” a la “secta” de los masones de Orange, los peores y mas radicales, de manera que su credo Carlista quedó contaminado de inmediato.
    No creo que su padre, D. Javier o su hermano Sixto, cambiaron Nuestra Doctrina Sagrada.
    Por tanto, en ese final del franquismo confluyeron esos dos hechos o sucesos, uno previsto y el segundo, NO, pero que consiguieron – han conseguido – que muchas familias Carlistas se desilusionaran y se apartaran de nuestra Sagrada Causa.
    Vivo en Bélgica y compruebo que los católicos tienen día a día mayor interés en la Tradición y no es algo aislado.
    Mis amigos alejados en el espacio pero no en el tiempo me muestran su acercamiento y algunos ya he conseguido “convertirles” a nuestra Causa.
    Por eso; hay que mantenerse Optimistas y rezar a Cristo por su asistencia que va a venir, SEGURO.
    Gracias, Javier por tus escritos, qie Dios te bendiga y te proteja
    Viva Cristo Rey
    DIOS, PATRIA y REY LEGITIMO

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