La Legitimidad del 18 de julio
Porfirio Gorriti
Uno de los grandes éxitos sociológicos de la izquierda ha sido la síntesis de la guerra civil española como un “golpe de estado franquista”. La realidad es que enormes capas de la población española identifican al bando perdedor con “la democracia y la libertad” y se equivoca quien no reconozca este plano de construcción de la España de hoy. La creación de este falso e injusto acervo histórico se ha convertido en una consecuencia tardía singular de nuestra guerra civil, en la que el bando derrotado se ha trasmutado en el narrador de la historia.
La primera época textual de la guerra, carente de rigor académico, es la epopeya militar derivada de la vanagloria del vencedor. La segunda fase explota con la modernidad cuando la II República comienza a ser teatralizada como una heroína democrática violada por la bestia fascista. La arrolladora conquista del poder por el PSOE, en la España de los años ochenta, sella con tinta manipulada el mito del leal republicano derrotado por la maquinaria de guerra nazi.
La realidad es que, bajo la legalidad republicana, en aquella primavera negra de España todo era desgobierno, agitación, violencia, complots, ojo por ojo y sangre por sangre. El conjunto de sucesos conocidos como Alzamiento comenzó realmente el 17 de julio. El primer acto en Melilla no correspondió a planificación alguna, sino que se trató del golpe de mano de unos conjurados que se resistieron a su detención por agentes del gobierno. Los teléfonos colapsaron aquella noche las comandancias de toda España y ya no hubo marcha atrás. La insurrección del ejército de África, como anuncio de un levantamiento militar, era un secreto a voces y el fracaso en el manejo de aquella situación explosiva por el gobierno republicano es una de las principales claves de la guerra civil.
No puede haber duda sobre el hecho de que el 18 de julio se produjo un golpe de estado militar. Sin embargo, pocas dudas existen también en afirmar que el golpe fue un fracaso. El glorioso relato del vencedor ocultó la realidad de una rebelión estallada precipitadamente, deficientemente planificada y, en un orden militar, afecta de graves errores estratégicos en las grandes ciudades. Como ejemplos palmarios, puede recordarse la matanza del Cuartel de la Montaña en Madrid y el sacrificio inútil de los voluntarios carlistas en Barcelona, cuyo levantamiento acabó en el martirio de los paredones del Castillo de Montjuic. La mayoría de la alta oficialidad del ejército y de las fuerzas de orden público no secundó el Alzamiento y el gobierno mantuvo bajo su control las vías nucleares de comunicación y la práctica totalidad del ejército aéreo y naval. Tras derrocar al gobierno sólo en territorios periféricos de escasa relevancia general, un golpe de estado fracasado devino, sin solución de continuidad, en una guerra civil que fue ganada por el bando que peor tenía colocadas las fichas del tablero en la mañana del 19 de julio.
Por otro lado, la calificación del Alzamiento como “franquista” es inadmisible desde la verdad de la Historia. Existe constancia documental inequívoca de que el objetivo principal de la sublevación era la toma del poder mediante el derrocamiento del gobierno y no el derribo de la república como estructura de estado. El militar destinado a la jefatura del directorio militar era un Sanjurjo armado con el espejo de la bonanza de la dictadura de los años veinte de Primo de Rivera. El destino trágico del león del Rif, en el accidente aéreo más trascendente de la historia de España, aboca al liderazgo militar y político de Francisco Franco como una consecuencia sobrevenida, y no planificada, del Alzamiento.
Es conocido desde los años 70, por la obra de Sánchez Albornoz, la existencia de una trama de importantes políticos republicanos que perseguía, como única solución para aquella España, la instauración de una “dictadura republicana”. Este hecho, escasamente divulgado y conocido, es esencial para poder comprender las redes paralelas de intrigas que se cruzaban entre sí en la primavera maldita del 36. La Historia muestra el patetismo de las altas instancias republicanas porfiando en conservar sus cargos mientras media España afilaba sus cuchillos contra la otra media. La II República es el gobierno más detestable de la Historia de España porque gangrenó lo más sagrado de nuestra nación y su política condujo al espanto de la guerra civil.
Deslegitimar al bando vencedor de la guerra civil etiquetándolo de fascismo golpista supone un ejercicio de demagogia hipócrita desde la visión ilustrada de la Historia. Basta recapitular que la misma Proclamación de la República fue el gran golpe de estado histórico de España. Todo estudio histórico serio debe contextualizar el Alzamiento en su época y debe concluir que fue, por encima de todo, una contrarrevolución frente a la revolución marxista internacional. La Historia escrita con las mayúsculas del Tiempo así lo juzgará. Mientras tanto, deberá comenzar una tercera etapa en la ya enorme colección de estudios históricos sobre nuestra contienda. Recientes éxitos editoriales que miran el pasado desde el bando que defendió a La Verdad, parecen indicar que este nuevo período historiográfico ha nacido ya. España necesita que se recuerde que la intervención extranjera no constituyó, en absoluto, el factor clave que decidió la guerra sino que el bando ganador fue el que combatió con el corazón de su alma defendiendo a la España Eterna de Cristo.
La sociedad española de hoy vive en un régimen democrático y es una obligación para todo personaje social posicionarse contra el “ilegal” Alzamiento y deificar la supuesta libertad civil de la España de la Constitución de 1978. El contexto injusto de nuestra época obliga a defender la certeza histórica de que el Alzamiento evitó el auténtico holocausto de España, porque la II República no tenía más futuro que su convulsión revolucionaria en una dictadura anarquista salvaje. La infernal guerra civil no pudo ser peor que la revolución que llegaba con un gulag en la punta de su fusil.
Respecto al papel que protagonizó el Carlismo en el Alzamiento, hoy olvidado o manipulado, nos encontramos con una gran paradoja histórica que lo diferencia dentro del bando ganador. Los requetés añadieron un valor final al heroísmo que demostraron en todos los frentes: aquellos voluntarios poseían el valor moral de la legitimidad porque se sumaron a la sublevación ante la defensa y la orden del rey legítimo de España.