Historia del carlismo en el Maestrazgo
(Por Fernando Miguel Marín) –
*Para profundizar más en la historia carlista del Maestrazgo recomiendo el libro de Jaime Urcelay, ¨ Cabrera, el Tigre del Maestrazgo ¨ y que puedes adquirir aquí: Bazar Carlista
A la muerte de Fernando VII, la insurrección a favor de los derechos al Trono de su hermano el Infante Carlos María Isidro prendió en el Bajo Aragón y el Maestrazgo, a partir del primer ¡Viva Carlos V! pronunciado en La Codoñera (Teruel) por Manuel Carnicer. Voluntarios Realistas y antiguos combatientes de las luchas contra el Trienio Constitucional y de los mal contents, se echaron al monte levantando partidas contra el gobierno liberal de la regente María Cristina.
Las columnas del ejército cristino emprendieron pronto la persecución de las partidas, pero los carlistas, buenos conocedores del territorio y contando con la simpatía de la población, encontraban fácil refugio en las escabrosidades de un terreno particularmente favorable para la lucha de guerrillas, haciendo de los puertos de Beceite o del macizo de Peñagolosa su refugio y escondite, al tiempo que bajo las órdenes de Carnicer, José Miralles “El Serrador” o Torner, prendían la rebelión en los pueblos de la zona.
Difícilmente hubiera prosperado el alzamiento, sin embargo, si no hubiera sido por la irrupción entre los jefes carlistas de un hombre de extraordinarias cualidades, que se convertiría en el legendario caudillo carlista del Maestrazgo: el general Ramón Cabrera. Su instinto para la guerra y su excepcional talento organizador, le permitió aprovechar las debilidades de sus enemigos –tener que mantener una guerra en dos frentes- para asentar el territorio controlado por los carlistas. El gobierno había en aquellos primeros años minusvalorado la importancia del conflicto en el Maestrazgo, poniendo toda su atención en la guerra del Norte. El ejército liberal del Centro estaba desatendido y sumido en un notable abandono. Ello hizo posible que los carlistas , dirigidos por un jefe como Cabrera, tomaran un incremento tal que en poco tiempo aquellas indisciplinadas partidas que emprendían la fuga a la vista de un batallón, se convirtieran en un ejército numeroso y aguerrido. Fue entonces cuando el Maestrazgo adquirió toda su importancia, al fortificarse Cantavieja y aceptar con ello el desafío de defender un territorio.
A partir de la fortificación de Cantavieja, Cabrera inició la organización de un verdadero ejército, con una verdadera intendencia militar, con talleres, fundiciones etc, y de una administración civil, capaz de imponer las recaudaciones, de impartir justicia, controlar las poblaciones y asegurar el suministro de los recursos necesarios. A las maestranzas, talleres de reparación de armas y cajas de recluta se unieron así los molinos, los hospitales y las imprentas, y hasta la edición de un periódico oficial, el Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, conocido como Boletín de Cantavieja. El Maestrazgo se había convertido en la firme base territorial de los partidarios del Pretendiente en el Levante, para cuyo aprovisionamiento se llevaban a cabo incursiones a las zonas limítrofes de la cuenca del Jiloca o la huerta valenciana.
Sobre esta base, se produjo la llegada al Maestrazgo en el verano de 1837 de la Expedición Real, de la que formaba parte el propio Don Carlos y su corte itinerante, acompañada de un ejército de 14.000 hombres que habían salido semanas antes del territorio vasco-navarro. Su objetivo era aumentar sus efectivos, recorriendo los territorios afines de Aragón, Cataluña y Valencia, para caer más tarde sobre Madrid y proclamar rey al Pretendiente Carlos María Isidro de Borbón.
Cabrera, haciendo gala de su singular valentía y brillante táctica, posibilitó al Ejército Real cruzar el Ebro, y fue su anfitrión durante el tiempo de su permanencia en el Maestrazgo, proporcionándole los víveres necesarios a pesar de la pobreza de una zona ya devastada por los años de guerra transcurridos. Finalmente –con una lentitud de determinación y movimientos que contrariaba al general tortosino- la Expedición Real, acompañada de Cabrera y los Batallones del Mestrazgo, emprendió el camino a Madrid, ante cuyos muros se plantó inútilmente, pues poco después el titubeante Pretendiente dio la inexplicable orden de retirarse y emprender el regreso hacia el Norte.
Mientras en las provincias del norte la división en el bando carlista y las rencillas internas llevaban los acontecimientos hacia una paz pactada, el Maestrazgo alcanzaba bajo el caudillaje del general Cabrera su mayor esplendor a raiz de la toma de Morella por los carlistas en Enero de 1838, que convirtieron la plaza en la capital de un extenso territorio bajo su control, en el que se llevó a cabo la toma y fortificación de otros puntos como San Mateo, Castellote, Alcalá de la Selva, Segura, Cantavieja, Benicarló, Beceite etc . Nombres como Forcadell, Llangostera, Cabañero, Arnau y otros muchos, realizan acciones destacadas que les convierten en los nombres míticos de esta guerra por el lado carlista.
Cuando la llamada traición de Maroto dio lugar al Convenio de Vergara, Cabrera y los carlistas del Maestrazgo , de acuerdo con Don Carlos, no aceptaron lo pactado y mantuvieron la guerra. El ejército liberal en bloque, liberado ya de su atención a las provincias vasco-navarras y compuesto de más de 80.000 hombres , convergió en el invierno de 1840 sobre el Maestrazgo, forzando una tras otra la capitulación de las fortalezas carlistas, algunas de las cuales ,como Castellote , ofrecieron una resistencia heroica y numantina. El 30 de Mayo caía Morella, sin que el general Cabrera, gravemente enfermo desde hacía meses, pudiera hacer nada por evitarlo.
Ante la inutilidad de la resistencia en condiciones tan desfavorables, en Junio de 1840 Cabrera atraviesa la frontera con su ejército, iniciando un doloroso exilio.
Con el fin de la guerra no terminó, sin embargo, la insurrección carlista en el Maestrazgo, alzándose ya en 1842 algunas partidas aisladas, que mantuvieron latente el foco de la rebelión, en busca de una coyuntura más favorable. Esta se produjo de nuevo en 1846, con el fracaso de los esfuerzos para acabar con la escisión dinástica a través del matrimonio de Isabel II con el primogénito de Don Carlos, el Infante D.Carlos Luis, Conde de Montemolín y Carlos VI para los carlistas. La campaña montemolinista no cuajó , sin embargo, en el Maestrazgo, , al que llegaron Forcadell y Arnau para que promover los levantamientos, teniendo su mayor efervescencia en Cataluña, donde Cabrera había penetrado en 1848.
Tampoco la intentona golpista del general Ortega, con el desembarco de las tropas de la Capitanía General de Baleares en San Carlos de la Rápita acompañadas del propio Carlos VI, Conde de Montemolín, dio el resultado apetecido, y termino en trágico fracaso que costaría la vida a su promotor, fusilado en Tortosa tras ser apresado y conducido al Castillo de Morella. Montemolín, y su hermano el Infante Don Fernando, salvaron la vida de milagro, siendo detenidos y conducidos a la frontera, no sin antes tener que abdicar de sus pretendidos derechos al Trono.
Con la Revolución llamada La Gloriosa en 1868, la destronación de Isabel II y la proclamación de la I República, el carlismo cobró nuevos brios, impulsados por la firmeza del nuevo Pretendiente al Trono, el nieto de Carlos V, D.Carlos de Borbón y Austria-Este, proclamado Carlos VII por sus partidarios.
Ya tan pronto como en 1869 saltaron los primeros chispazos levantiscos en el Maestrazgo, que se convertirían en nuevo incendio en 1872, siguiendo la instrucción dada por Carlos VII para iniciar un nuevo levantamiento en toda España.
Nuevos y viejos voluntarios volvieron a echarse al campo por la bandera de la legitimidad, esta vez sin su mítico caudillo el general Cabrera, quien había preferido desentenderse de una guerra que consideraba sólo traería mayores males. Muy poco después las hazañas de Marco de Bello, Vallés, Cucala, Segarra, Gamundi, Polo… empezarían a correr como la pólvora en los mismos escenarios de antaño, como Cantavieja, a la que los carlistas convierten en 1873 nuevamente en la capital de sus operaciones, instalando en ella una Academia de Oficiales.
Los carlistas entraban en los pueblos dando vivas a Pio IX, a Carlos VII, a la Religión o a la Inmaculada Concepción, a la que tenían por patrona. En los pueblos adictos se les recibía repicando las campanas, y en los liberales eran ellos quienes las ordenaban tocar. La mayoría vestían con el traje popular de la zona, con blusa, pantalón bombacho y boina roja con una borla. Todos llevaban el escapulario con varias medallas cosidas en él, con otras estampas pegadas y un pañuelo con la imagen de la Virgen atado de las cuatro puntas, de manera que cuando entraban en combate se lo colocaban como un peto que sirviera de escudo a las balas del enemigo. Cantaban coplas que se hicieron muy populares, como la que decía:
“¿Dónde vas, Virgen del Carmen,
con esta vela encendida?
Voy en busca de Don Carlos,
que la España está perdida.”
A pesar de que los carlistas del Centro – que incluía las provincias de Teruel, Castellón, Valencia, Tarragona y Cuenca- controlaron de nuevo una importante porción de territorio y obtuvieron algunos triunfos resonantes, la Restauración alfonsina restó apoyos a la opción de orden representada por el carlismo. Las desavenencias internas con cambios sucesivos en el mando, condujeron a los carlistas a perder sus posiciones y tener que cruzar el Ebro en el verano de 1875 –tras la derrota en Villafranca de las tropas de Dorregaray- , poniendo fin a la guerra.
La presencia carlista en el territorio maestratense se prolongaría más allá de la última contienda, ya bajo formas de paz, constituyendo una fuerza política con notable implantación en sus poblaciones, varias de las cuales, como señaladamente Alcalá de Xivert, estuvieron regidas por alcaldes carlistas durante distintos períodos.
Así llega la historia hasta nuestros días, en que aún humean las pavesas del carlismo en la forma de un renovado interés por una presencia histórica que es, inevitablemente ya, parte inseparable del patrimonio de los pueblos del Maestrazgo.
Y tal como se dice, el Maestrazgo, continua siendo un baluarte de resistencia hacia todo liberalismo, siendo multitud de pueblos elegidos directamente sus corporaciones municipales elegidas por los vecinos y siendo un puro tramite las elecciones. Muchas de las medidas que se tratan son solucionadas por los propios vecinos en sus propios concejos, siendo el pleno una simple normativa burocrática.
Residen pues en el Maestrazgo, nuestras ideas después de tantos siglos y depende de nosotros levantar una vez más la bandera de la legitimidad para que florezcan nuestras margaritas como antaño.