El Gran Apagón … y una pequeña luminaria
(Por Javier Barraycoa) –
Es indudable que estamos ante un gran cambio de paradigma histórico. Desde la Revolución Francesa se ha ido gestando este cambio que ahora nos sacude con dolores de parto. Esta ¿última? etapa de la humanidad aspira a un globalismo panteísta -y esclavista-, bajo las directrices de una oligarquía inmanentista disfrazada de democracia universal. El transhumanismo, que aspira a disolver lo humano; el multiculturalismo que pretende diluir las culturas propias; la ingeniería social que reduce a las personas a engranajes de un sistema, son algunos de los instrumentos de este proyecto.
La Revolución Francesa descubrió que el Terror era una imponente fuerza motriz para la transformación social. El Terror era el instrumento contrapuesto al Amor que trajo la civilización cristiana. “El terror os hará libres”, clamaba Robespierre en la Convención. Por eso, no es de extrañar que el terror sea nuevamente un estatus mental permanente, necesario para la llegada de este globalismo reverso de la verdadera universalidad a la que aspira la humanidad. Tras las dos grandes Guerras Mundiales del siglo XX, los pueblos no habían vuelto a experimentar miedos colectivos como los que nos lanzan diariamente los medios de comunicación para atenazar nuestras inteligencias y voluntades. La cosa empezó con pequeños ensayos del estilo de las vacas locas y la gripe aviar. Se avisaba de un cambio climático traumático. Y luego, los agoreros, nos anunciaron que no podríamos escapar de una pandemia mundial. Por fin, la “autoprofecía” se cumplió con la Covid-19.
“El transhumanismo, que aspira a disolver lo humano; el multiculturalismo que pretende diluir las culturas propias; la ingeniería social que reduce a las personas a engranajes de un sistema, son algunos de los instrumentos de este proyecto”
Cuando nuestras almas ya se han cansado de mascarillas y vacunaciones globales, se han renovado -con más fuerza si cabe- los discursos del inminente calentamiento global. Ya no es una teoría, dicen, es un credo ante el cual hay que inclinar la cabeza y someterse a todos los sacrificios que conllevará. Una de las últimas trompetas apocalípticas que les ha dado por poner en marcha es la de “El Gran Apagón”. Sólo la idea de un mundo sin electricidad, despierta los miedos más ancestrales del hombre. Las sociedades que se han sometido a la dictadura del progreso, temen la regresión a la cueva primigenia y a un mundo donde no puedan controlar su entorno ni su destino. Por un poco de luz serían capaces de matar.
A modo de actitud soberbia, los que soñaban con derrocar a “La Infame”, léase la Iglesia, se llamaron asimismos los Ilustrados. La “razón” que ellos enarbolaban, debía iluminar el mundo ante la oscuridad que para ellos representaba la Edad Media, léase la Cristiandad. Pero ya nos avisó el Evangelio que llegarían tiempos en que “llamarán luz a las tinieblas y tinieblas a la Luz”. Hoy, los hijos de la Ilustración, desean un Gran Apagón, tanto material como espiritual. En apagón del resto de las estructuras naturales, económicas, sociales y morales, que aún quedan. Es el apagón necesario para un reseteo no sólo de la economía mundial sino de la Humanidad tal y como nos la descubrió el cristianismo.
“Son tiempos recios para los que no rinden sus principios y mantienen sus ideales sin escuchar cantos de sirenas. La esclavitud tiene algo de confortable pues tus amos te garantizan un mendrugo diario y te ahorran el esfuerzo de decidir sobre tu propia existencia”
Posiblemente viviremos apagones, agitaciones, pandemias y mil males. Y posiblemente también se nos regalarán los oídos con las grandes soluciones a estos males, a cambio de un pequeño precio … nuestra alma. No hay más ciego que el que no quiere ver. La oscuridad se cierne sobre nosotros. Son tiempos recios para los que no rinden sus principios y mantienen sus ideales sin escuchar cantos de sirenas. La esclavitud tiene algo de confortable pues tus amos te garantizan un mendrugo diario y te ahorran el esfuerzo de decidir sobre tu propia existencia. Viviremos tiempos en los que muchos agradecerán la esclavitud, y la pérdida de su dignidad, a cambio de un efímero e inestable confort. No hay mejor esclavo que el que quiere serlo.
Nosotros ya estamos hechos a estas tentaciones mundanales y las rehuimos. No nos atemoriza la oscuridad, ni el calentamiento global, ni las pandemias, ni el Gran Apagón. Ni nos rendimos a los deseos de la oligarquía mundialista que pretende remodelar al hombre según sus perversos deseos. Nosotros tenemos la dignidad de aquellos Reyes Magos y aquellos sencillos pastores que en oscuridad y el frío de la noche, se dejaron guiar por una pequeña luminaria. Una luz que, aunque lejana, iluminaba más que cualquier otra estrella del universo. Sí, repetimos, de una u otra forma llegará un gran apagón del sentido común, del deseo de verdad y bien, del orden natural y sobrenatural de las cosas.
Pero la más oscura de las noches no evitará que nos guíe una pequeña luz a ese Portal, donde se esconde el Niño-Dios, que ha de ser nuestro puerto de salvación y de toda la Humanidad. No en vano, precediendo al amanecer siempre descubriremos la belleza de la Estrella de la Mañana que anticipa el fin de la oscuridad.
Un comentario en “El Gran Apagón … y una pequeña luminaria”
Ramón de Argonz
Muchísimas gracias por ser hombre de Esperanza.