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12 de marzo de 2018 0 / /

El gañán y la fábrica, un artículo para la reflexión

Reproducimos para la reflexión de nuestros lectores un viejo artículo publicado en la revista Montejurra, el autor, Rafael Gibert, fue catedrático de Hª del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Falleció en 2010.

Su moraleja podría aplicarse por analogía, al conocimiento teológico y filosófico y al conocimiento de las nuevas tecnologías. Los que éramos analfabetos digitales nos hemos ido haciendo medio expertos -o al menos usuarios cotidianos- de las nuevas tecnologías sin perder el poso de una previa formación “analógica”. Pero ¿qué pasará con los “nativos digitales”? ¿No se perderán algo importante lo mismo que nosotros nos perdimos la posibilidad de ser unos buenos campesinos?

El gañán y la fábrica

por Rafael Gisbert

-“Yo era un gañán del campo granadino”- le ha dicho al Ministro del Trabajo un obrero español en Francia-. “Me vine a Francia, me coloqué en esta fábrica, y, ya lo ve usted, señor ministro, a la semana era maestro”.

Es posible que en esas palabras muchos vean el mágico poder de la industria moderna. Por mi parte solo veo la fecunda energía de la antigua agricultura. No me asombra que un gañán granadino se haya podido convertir en un excelente obrero especializado. Para esto, les sobra generalmente tacto, vista, dotes de observación, sentido del ritmo, espíritu y cultura. Les falta algo, sí, lo que se aprende en una semana. Asombroso sería que de un obrero especializado de una gran fábrica se pudiera hacer, no digo en una semana, en un año, en diez, un buen gañán, como suelen ser los gañanes del campo granadino.

El sentido ordinario de esta palabra, fuera de la gran civilización campesina, da muy pobre idea de lo que ser gañán significa. No está al alcance de los funcionarios, ni para su desgracia, de los habitantes de los suburbios. Hay que haber oído decir a una meta hija del pueblo: “Mi padre era muy buen gañán”, para saber lo concreto y diferente que se esconde bajo esa palabra mancillada.

Al buen gañán se le confía una pareja de machos o de mulas; y en ella se ve como en un espejo. Al parecer, en el sonido, descaecido, de los cascabeles, se nota que la pareja de labor ha pasado de unas buenas a unas manos inferiores. El gañán sabe cuidar el ganado con la mezcla exacta de cariño y de dureza; sin agotarlos y sin soltarlos. Conoce el tiempo: aviva en las faenas cuando ve llegar la lluvia, o sigue tranquilo bajo las nubes. Conoce las plantas: no le engaña una floración exuberante y aún espera cuando todo parece perdido. Habilidad y honradez, son las dos condiciones del gañán, pues en definitiva tiene la hacienda del amo entre sus manos. Y la hacienda de todos nosotros.

Un amo siente la pérdida de un buen gañán, y si tuviéramos conciencia – no conciencia moral, sino conocimiento- todos sentiríamos la perdida de los buenos gañanes.

“Yo era un gañán del campo granadino”. A muchos les sonará con un tono jubiloso de promoción social y de atraso superado. Hay quien las oye ya impregnadas de melancolía.

Nuestra época, como todos los tiempos, está orgullosa de lo que hace e ignora lo que pierde. NO ha sido capaz de elevar una agricultura, que ya existía, y pretende que va a serlo de crear una industria. No ha sido capaz de crear unas condiciones habitables en las pequeñas villas rurales, y cree que va a dominar las condiciones de una gran concentración urbana. No ha sabido modelar la libertad de los pobres sobre la imagen próxima del señorío, y se contenta con agruparle en masas para enseñarles el fantasma lejano de la libertad.

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