Cocción a fuego lento: el estilo de Dios
(por Javier Urcelay)-
Cuando el rey David decidió la construcción del Templo, Dios le envió al profeta Natán para confirmarle en la bondad de su propósito, pero para decirle que, porque sus manos estaban manchadas de sangre, no lo construiría él, sino su hijo Salomón. Pero al tiempo Natán realiza a David la profecía mesiánica: “Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre” (2 Samuel 7, 16-17). Una profecía que tardaría mil años en cumplirse, porque el rey David vivió diez siglos antes de Cristo, aunque somos muchos los creyentes que lo desconocemos.
Tampoco muchos católicos saben que entre la conversión de San Pablo, derribado del caballo camino de Damasco, y su primer viaje apostólico, transcurrieron diez largos años, en los que el apóstol de los gentiles maduró en su conversión, oró y se preparó para la labor evangelizadora.
Nuestro Señor, perdido y hallado en el Templo a la edad de doce años, cuando José y María lo encuentran se hallaba “sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas” (Lc 2, 46-47). Pero, sin embargo, y a pesar de ello, aún habría que esperar otros dieciocho años de vida oculta, hasta que a la edad de treinta Jesús comienza su predicación.
El 2 de noviembre de 1535, Teresa entró como postulanta en el Convento de la Encarnación, de carmelitas, en Ávila. Tenía entonces diecinueve años. Pero no fundó su primer convento – el de San José- hasta el 24 de agosto de 1562, es decir, casi veintisiete años después de hacerse monja.
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Fue el incómodo edicto de empadronamiento de César Augusto el que obligó a José y María a desplazarse a Belén, la ciudad de David, y fue esa perturbadora obligación la que hizo posible el cumplimiento de las profecías sobre el nacimiento del Mesías. No me parece osado pensar que tal circunstancia no estaba en la mente ni de José ni de María cuando tuvieron que interrumpir sus quehaceres y disponerse a tan inoportuno viaje.
Fue la persecución a los cristianos de Jerusalén y Palestina en el siglo I la que les obligó a dispersarse, llevando consigo la fe a todas las riberas del Mediterráneo primero y del mundo conocido después. Un resultado para nada calculado por los que simplemente escapaban de la persecución.
Dios, hemos oído siempre, “escribe derecho con renglones torcidos”. Dios saca bien del mal, y permite todas las cosas para bien de aquellos que le aman.
Los caminos de Dios no son los caminos de los hombres.
Pero está claro, también, que los tiempos de Dios no son tampoco los tiempos de los hombres. Dios cocina a fuego lento, porque la vida del hombre tiene proyección de eternidad.
San Rafael Arnaiz Barón, el Hermano Rafael -el mayor místico del siglo XX, según el gran teólogo Royo Marín O.P- destiló por vía ascética sus motivaciones interiores, hasta dejarlas reducidas a ese “Sólo Dios” en el que resumió todos sus afanes y preocupaciones, desvestido ya de cualquier otro deseo. Junto a ello, su “saber esperar”, esa forma de ser consecuentes con nuestro destino eterno.
“Saber esperar”, la Esperanza, es una virtud teologal, pero es también una virtud carlista. Con este nombre un periódico mantuvo encendida la llama del Carlismo durante décadas en tiempos de oscuridad, cuando todo parecía perdido.
La Esperanza, la espera confiada, la espera segura, la espera fundada en la Cruz de la Victoria, que enarboló Don Pelayo en la batalla de Covadonga en el año 722, y que hoy se guarda en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo. Porque Esperanza y Victoria son términos inseparables.
“Toda nuestra ciencia consiste en saber esperar…Esperar con fe, con amor, con santa paz…”, proclama el Hermano Rafael, como un legado de su experiencia mística.
¡Cuántas veces los acontecimientos que vivimos nos llenan de impaciencia y nos desesperan! Queremos hacer entrar a Dios en el corto plazo de nuestras vidas, queremos ver los resultados de nuestras luchas en ese brevísimo tiempo que es la vida del hombre (“Como una nube que pasa”, nos recuerda la Biblia).
Derrotas, fracasos, tardanzas, demoras…todo lo que nos abruma y desespera, no son más que muestras de nuestra incapacidad para comprender los caminos de Dios. Y, sobre todo, los tiempos de Dios.
Pero en la economía de la Gracia, que es la economía de la Salvación, ninguna obra se pierde, ningún instante desaparece o carece de trascendencia. Tanto valen mil años como unos minutos.
“Ante Dios no serás héroe anónimo”, fue el gran lema de los requetés en la Cruzada, un feliz hallazgo que espoleó a tantos al sacrificio de sus vidas. Tu muerte, desapercibida a los ojos de los hombres. Tu sacrificio, nadando contra corriente, esforzándote por mantenerte fiel entre tanto abandono. Tu resistencia, cuando mantenerse pareciera ya imposible. Tu volverte a levantar de las caídas, una vez y otra, batido mil veces por el enemigo, pero resarcido otras mil con la misma fe. Todo eso tiene sentido, y tiene resonancias de eternidad, que es el tiempo de Dios.
Dios cocina a fuego lento. Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos.
Son momentos para la Esperanza, tiempos para saber esperar contra toda esperanza humana.
Ármate así para el buen combate, y resultarás invencible. Revístete de esa armadura y no habrá enemigo que te tumbe. Apréstate en el Nombre de Dios a tan desigual pelea, y recibirás la corona de Gloria.
Porque El ha vencido al mundo. y el tiempo de su manifestación es la Eternidad.
2 comentarios en “Cocción a fuego lento: el estilo de Dios”
Carlos Ibáñez Quintana.
Artículo que hay que leer despacio y volverlo a leer.
Aprovecho la ocasión para dar a conocer a los lectores que San Rafael Arnaiz, era nuestro.
Lo sé por un capitán de requetés que ingresó en la trapa después de la Cruzada y había tenido trato con San Rafael antes de la guerra.
M i amigo tuvo que abandonar la trapa por enfermedad grave . Pero mantuvo a lo ,largo de su vida su comunicación con Venta de Baños.
Fermín de Musquilda
¡Muchas gracias!