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21 de octubre de 2023 0

¿Y qué culpa tiene San Porfirio?

(Por Castúo de Adaja)

Siento sinceramente repetirme sobre los mismos asuntos, pero, puesto que son los grandes olvidados, me veo en la obligación de “rescatar”, en la medida de lo posible, las desgarradoras noticias que llegan desde los ínfimos restos de la Cristiandad que habita en Tierra Santa y que ha sido mermada, como vimos en la anterior entrada del blog, por el choque – lógico mas no por ello diabólico – de los conceptos nacionalistas entre el islamismo radical y el sionismo anticristiano.

Ayer, día 20 de octubre de año de Gracia de 2023, recibíamos la frágil noticia del bombardeo sobre la iglesia de San Porfirio (s. XII) en la franja de Gaza – que, como el lector será de ojo avizor, sabrá que es lugar “lógico” de planificación de intifadas, lanzamientos de cohetes y cualquier otra salvajada que se ve en nuestros días (siendo sarcástico). Los Patriarcados Ortodoxo-griego y Latino de Jerusalén condenaron abiertamente los sucesos, que dejaron decenas de heridos y mártires por su fe. Y digo bien en “mártires”, pues son seguidores de Cristo que, a pesar de la continua persecución – no olvidemos que el cristianismo es la religión más perseguida a nivel mundial – han permanecido fieles a su fe, dando cobijo al prójimo y orando por las almas de unos y otros – que es el primer acto de la charitas cristiana, y no lanzar campañas lacias sin menor atisbo de religiosidad por la hoy descompuesta Cáritas española. Pero esto no es un editorial de noticias, y tienen ustedes medios sobrados para acudir a las fuentes y, si tienen estómago, observar con sus ojos la barbarie a que ya nos estamos acostumbrando. No, yo quiero hablar en “perspectiva”; porque no es un incidente aislado ni un espacio de una crónica de sucesos, no: es la continuación de un proceso sistemático de expulsar a Cristo de los lugares santos.

Si uno acude a las fuentes del Patriarcado Latino de Jerusalén o a las del Patriarcado Ortodoxo Griego, puede comprobar que en la Franja habitan (o habitaban, pues los días se suceden como máquina ferroviaria) alrededor de 2.000 cristianos. Y en todo el territorio de Israel y los enclaves palestinos la cifra es de 180.000 cristianos arameos (vamos a dejar por un tiempo el término derivado de “philisteos”, que no es exacto). ¿Muchos o pocos?

No me remontaré al reinado de Balduino I en los ss. XI-XII para hacer las comparaciones (que siempre son odiosas), pero tendré en cuenta la cruenta realidad que vive la sociedad cristiana en la tierra tan amada por Nuestro Señor o, más recientemente, por Santa Elena (por poner un santo de renombre para la conservación y el re-descubrimiento de los Santos lugares). No. Retrocedamos hasta 1948 – sí, el año del Al Nakbah y del establecimiento del Estado de Israel en contra de la posición de los Sumos Pontífices, con especial mención a San Pío X – en que, según los datos, nos podemos encontrar con una población de unos 135.000 cristianos (estimación basada en el censo del Mandato Británico de Palestina de 1945).

“Vaya”, habrá dicho alguno de ustedes, supongo: “pero si eran menos que ahora”. Bueno, sí y no. Y es que en estadística y en demografía no gustamos mucho de los términos absolutos. Analicemos el aspecto relativo: en 1948, la cifra antes mencionada suponía entre el 13 y el 24% de la población total del territorio – las cifras no eran exactas. ¿Y qué pasó después? Persecución. En los meses posteriores a la fundación del Estado sionista, se calcula que un 35% de la población cristiana fue expulsada de su territorio, obligándola a marcharse de una tierra en la que llevaban viviendo desde tiempos de Nuestro Señor.

La situación no mejoró en adelante. Entre 1948 y 1967, los remanentes cristianos en tierra palestina podían “sobrevivir” bajo las condiciones del reinado Hashemita (hoy, Reino de Jordania), en la orilla occidental del río Jordán. Pero la ocupación israelí del “Banco Occidental” en 1967 y las respuestas yihadistas que siguieron, supusieron un sangrante éxodo cristiano que hace que, en la actualidad, tan sólo podamos contar con un ínfimo y escasísimo 2% de población cristiana en la tierra donde se culminó la salvación.

Y una vez puestos los datos yo me pregunto: ¿qué culpa tiene San Porfirio, obispo de Gaza entre el 395 y el 420, en todo este asunto? La reflexión, como siempre, para el final: no estamos ante un ataque a un templo, no; estamos ante el borrado sistemático de los cimientos de la Cristiandad en su propia tierra; ante la limpieza étnica tan ansiada por los contendientes del Cordero Salvífico; ante la cabeza del “Imperio” apocalíptico del Nuevo Orden Mundial que obvia la masacre cristiana allá donde se produce.

Pero eso sí, principalmente estamos ante una batalla que ya se ha descrito; que ya ha ocurrido; que ya ha sido vencida. Porque la Mujer encinta ya pisoteó la cabeza de la serpiente; porque San Miguel ya derrotó al Dragón con la espada del Cordero. Estamos, a fin de cuentas, ante lo que sabemos: que ninguno será capaz de hacerse con el poder real de la tierra de Jerusalén, porque ésta ya tiene un rey (y no me refiero al antes mencionado Balduino): Cristo. Así pues, griten, estimados lectores: ¡Sancte Michael Archangele, defende nos in proelio! ¡Christus vivit, Christus regnat, Christus imperat! En definitiva: ¡VIVA CRISTO REY!

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