Sin el reinado social de N.S. Jesucristo, peor que el Titanic
SE HAN CERRADO los colegios electorales. No sabemos en qué va a terminar esta jornada electoral. Hay gente con familia, exigente con la defensa de la vida humana, amante de la patria a la que pertenece, amante también de sus Fueros en Navarra…. que ha votado a cierta forma de mal menor -según dicen-.
Pero ya no se sabe qué es eso del mal menor, que puede existir puntualmente. Desde luego, otra cosa es la táctica malminorista, tan corrosiva ella en la teoría y en la práctica española. Sabemos que de mal menor a mal menor, como de oca a oca, se ha caído cada vez en mayores males, en males mayores que son una vergüenza para todos. Una vergüenza para nuestra civilización que hace agua por todas las partes. Como el Titanic. España y los buenos españoles gritan y rezan como los pasajeros de las últimas escenas del hundimiento de semejante paquebot.
Sigamos con el mal menor. Algunos ya no han pensado en defender la vida humana desde la concepción en las Leyes y la Seguridad Social, sino que se conforman con el hecho de que no les eutanasien a ellos el día de mañana -¡viva la solidaridad!-, en ser al menos tan importantes como los linces ibéricos o las aberrantes pachamamas… En este marco cualquier fantasma se animaría a la acción.
Pues bien, el mal mayor es que se diga que en las elecciones no conviene hablar del aborto, de las uniones homosexuales, de la adopción de niños a familias que no son tales, del divorcio y del matrimonio civil entre bautizados, del derecho de los padres a la educación moral y afectiva de sus hijos, de la epidemia de la droga y la peste de la inmoralidad, del puterío en las carreteras de España, de la defensa de lo cristiano frente al anticlericalismo etc. Si no se puede hablar de estas cosas “para no perder votos”, es que ya no interesa la persona humana. Tampoco interesa la religión que se involucre en todo ello. Si no se puede hablar de estas cosas, da lo mismo decir que España existe o no existe, que somos Rusia o Marruecos… Si no se puede, sólo queda pensar en el “pucherazo” en el recuento de los votos.
Ciertamente, hay mucha gente enfadada con lo anterior señalado, con el paro y el derroche del dinero, con los privilegios de los etarras,con la inmigración descontrolada, con el intervencionismo del extranjero con dinero a ciertos colectivos etc. etc. Estaría bien mostrar que los enfadados son muchos, para ver si se normaliza el descontento en este sentido, para ver si con ello se abren otras vías adecuadas y precisas para poner solución a estos y otros temas, como es la vía tradicionalista. Si muchos protestan contra el actual hundimiento y las trampas políticas en que está inmersa España, que son estructurales gracias a la Constitución de 1978, en principio podría haber más posibilidades para que quien tiene la solución genuinamente española, como es la vía tradicionalista, se abra camino en la opinión pública. Cierto es también que este medio de penetración no es seguro ni fácil.
Por eso, digamos que, sea lo que fuere, no habrá solución a los problemas nucleares si no se reconoce lisa, llana y expresamente el reinado social de N.S. Jesucristo (que nada tiene de clericalismo) en las constituciones, las leyes y la acción, pues sólo Él garantiza las obligaciones y derechos recogidos en el Decálogo, que son de derecho natural y absolutamente necesarios en la sociedad. Ese reconocimiento expreso, esté donde esté, sería el gran foco de luz que iluminase toda la vida socio política para aquellos que se dejen iluminar, que en principio serían muchos. Más todavía, sólo en dicho reinado las familias y sociedades gozarán de los medios adecuados para poder abrirse al mundo sobrenatural al que estamos llamados. Sólo reconociendo distintos derechos a la religión católica de los españoles y a las otras religiones -muchas de ellas contrarias al Decálogo-, la mente de los españoles se liberará del “todo vale”, del “todo es igual”, del imperio del “número” -muchas veces tan aleatorio y manipulado-, del indiferentismo, de la soledad en la defensa de lo más noble frente a la corrupción de la ley civil.
Así lo admitiría sin duda la mayoría que en España se declara católica, así puede pensar ésta aunque sin duda deje de pensarlo cuando se le distorsiona aquella necesidad y cuando le dicen que el sistema exige que no sea así. ¿Pero por qué? ¿No podemos mirar a otros países como Hungría y Polonia? La conversión se hace en un momento y hay que proponerla siempre.
Si sólo aspiramos a que el votante nos vote, si nos subordinamos al cálculo de las mayorías, si se olvida la objeción de recta conciencia, si se cae frente al becerro de oro de la ley como expresión de la mayoría en temas esenciales de la vida, si nos conformamos con la total falta de representatividad del actual sistema sociopolítico, entonces cada uno sólo podrá luchar para valer tanto como el lince ibérico.
En resumen: la realeza de Cristo sobre todo es exigida por ser Él Quien Es, pero también por ser nosotros cómo somos. Y más por cómo somos los españoles. El enemigo lo sabe y nos deshizo en un solo artículo de la Constitución de 1978, cuando se dice que el Estado no tendrá una religión propia, y cuando se pone la voluntad mayoritaria como única expresión de la ley.
Fermín de Musquilda
Tomado de elirrintzi.blogspot.com