SAN JORDI, O EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA
Según relatan las crónicas, el 23 de abril del año 303, San Jordi (San Jorge) murió mártir, decapitado durante la “gran persecución” del emperador Diocleciano hacia la comunidad cristiana. Natural de Capadocia (actualmente turca pero entonces romana) e hijo de Geroncio (un oficial del ejército romano), ingresó en la guardia del emperador y a la edad de poco más de 30 años se vio en la situación de tener que rechazar la apostasía que éste le exigió, pagando un precio muy alto. Un joven de familia acaudalada y bien posicionada, con un cargo reconocido y con un futuro prometedor, un joven rico que supo dar todas sus riquezas y seguir a Jesús hasta sus últimas consecuencias.
Cuentan las crónicas que más tarde apareció des del cielo, como paladín en filas cristianas, en momentos sumamente críticos para la causa de la reconquista ante la invasión islámica. Relatan algunos testimonios que se le vio acudir en auxilio y luchar triunfalmente en las murallas de Tarragona, Barcelona y Alcoy. Así, pues, San Jorge pasó a ser patrón de Cataluña y Valencia.
La tradición romántica recogió su figura a través de una leyenda en la que se narra como un caballero acudió en socorro de un pueblo que vivía bajo la amenaza constante de un dragón. Tal caballero aniquiló a la bestia antes de que ésta pudiera hacer daño a su princesa. De la sangre esparcida por el suelo nació un rosal, una de las cuales rosas tomó el caballero paladín para entregársela a la princesa, antes de retirarse. Y así es como, tradicionalmente, en Cataluña los hombres regalan rosas a las mujeres y las mujeres libros a los hombres (el de la triste figura, por cierto, sería una muy buena opción), puesto que San Jorge pasó a ser patrón de los enamorados.
En las historias, cuentos, mitos y leyendas permanecen enseñanzas. En este caso, podríamos representar al “dragón” como la amenaza del mal, al “rey” como a ciertos principios sociales, tales como la justicia y la autoridad, a la “princesa” como lo más preciado y valioso de un pueblo, a los “habitantes” como la esterilidad de la inacción y de la cobardía, al “caballero” como la eficacia del bien, etc.
Cabría preguntarnos, con cuál de las figuras nos podríamos identificar cada uno de nosotros en relación a la situación que vivimos en nuestras distintas comunidades a las que pertenecemos, empezando por el propio hogar y llegando hasta la misma patria. Cada figura es, sin duda, causa y contribución a una parte de la sociedad y su historia. Y en la historia cada uno debe descubrir, aceptar y cumplir con su cometido, la vocación a la que está llamado. Asumir con su cuota de responsabilidad social, sin dejar al mero devenir el propio tiempo y lugar dónde uno se halle. Tal vez algunos se hallen cabalgando como el caballero de la triste figura, pero no dejemos de añadir la visión quijotesca a la sanchista, o a la inversa, si una descompensa a la otra.
A su turno, el progresismo revolucionario se esfuerza en ir desdibujando y entristeciendo la figura del caballero, especialmente a través de la ideología de género, que pretende erigirse como nueva religión universal. Con ella, hoy día cualquier caballero andante corre el riesgo de acabar en una reyerta de baja picaresca o, en el mejor de los casos, de ser descrito con la mejor poética progre. Pero no se trata más que de otra Torre de Babel que, a su tiempo, deberá de caer, pese a todos los esfuerzos de los grandes maestres de la orden de la luz.
Cabría volver a preguntarse si nos estaríamos desdibujando en esa triste figura de caballero, o si, como el verdadero San Jorge, estaríamos dispuestos a dejar todas nuestras riquezas, posiciones y futuros por seguir al maestro hasta sus últimas consecuencias. Sea como sea, ¡que el paladín venga una vez más en nuestro auxilio y salve a nuestra princesa!