Quo usque tandem abutere, Petre, patientia nostra?
(Por Castúo de Adaja)
“Quo usque tandem abutere, Petre, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet?”. (cf. Cicerón, Catilinarias, I, 1). ¿Hasta cuándo sufrirá la res publica de nuestra patria el desasosiego y el incesante expurgo a que nos tienes sometidos, Petre? ¡Senatores! Is non sufficit? ¿Acaso no es suficiente el escarnio sufrido por quien, apartado de toda concepción pública, se alza como tirano? Y digo bien “tirano” pues, a pesar de que Polibio demostrara con argumento suficiente la desviación de la democracia a la ὀχλοκρατία (oclocracia) como el “poder de la turba”, no se percibe sino el desmoronamiento del Estado de la patria con la sola finalidad del interés del gobernante, y no del bien común inmanenente y trascendente de la misma. ¡Nequaquam, vobis loquor! ¡De ninguna manera, os hablo!
La noticia que ha llegado a los oídos de los hijos de Santiago ha perturbado poderosa y aciagamente su esperanzado corazón. ¡Traición! ¿Y qué traición puede ser esta sino la que se ha permitido previamente bajo el aval de la mentira, la usurpación de la verdad y la intrigante entrega de nuestra soberanía al infértil pacto? Escribo, con gran pesar el día 10 de noviembre del año de Gracia de 2023, mas pareciera reflejar el pensamiento del 13 de enero del año 27 a.C. cuando, polarizada y sumida en fratricidas guerras, Roma se entregó al desmoronamiento de sus instituciones para su venta al golpe de Estado de Octavio. No se equivoquen ustedes: la venta de la patria ha tiempo que comenzara su recorrido. Auspiciada por la confusión de la “turba”, estuvo ésta envuelta en permanente confrontación al prescindir de la sola veritas para abrazarse inocentemente en las apetencias de una carne putrefacta y de un estómago hambriento y sin control. Y así, desarmada la nación de los férreos organismos del reino, atiende hoy sorprendida a la enajenación de su confundida personalidad.
Polibio, aunque griego, supo exponer brillantemente el sistema de contramedidas existente en la república romana. En el Liber VI de sus “Historias”, con una meticulosa y detallada descripción de los tres órdenes de Roma (Senado, Pueblo y Consulado), mantenía cierta la opinión de que tal aparataje respondía al fructuoso proyecto de evitar la corrupción que había caracterizado la tiranía del monarca Tarquinio el Soberbio. No obstante, nuestra patria, otrora cargada con los órdenes de la dignidad bajo el manto de la concepción de la virtud, contempla hoy el discurso de “l’État c’est moi” de un hombre sin valores, sin principios y sin dignidad alguna.
España ha abandonado sus principios y se ha enjugado las lágrimas de la pérdida de identidad. Despojada de su naturaleza cristiana, es azotada hoy por los males de un tiempo presente que abomina la sola idea de la “libertad”. Libertad, bien digo. Pues no puede considerarse libre aquél que es conducido, por unos instintos irracionales, por la senda de la perdición y la depravación ominosa de su alma. El valor de la prudencia no puede ser desplazado por el apetito de la conveniencia, pues Omnia licent! Sed non omnia expediunt. Omnia licent! Sed non omnia aedificant, como dice Pablo de Tarso en su epístola a los Corintios (1 Cor. 10,23). Todo es lícito, pero no todo conviene y edifica.
Apoderada la justicia de los hombres; asaltado el pundonor de la patria; mancillada la honra de nuestro pueblo; aplastada y vituperada la denuncia ante los excesos… ¡¿Qué te queda, España nuestra?! Intercambian tu valía por duras y secas migajas y, ¿a cambio de qué? Del poder y el interés de un solo hombre; de la ideología confrontante y de la ruptura de ti misma. Dígame, Petre, quo vadis? ¿Acaso queda algo de moral en esta patria mía despojada de la misma? Las sombras de la noche te cercan y apagan la tintineante llama de tu esperanza. Rechazaron la Luz salvífica y ahora se cierne la tempestad sobre el complaciente lecho de quien lleva dormido cuatro décadas.
Podrán venderse los órganos de los hombres; podrán empeñarse sus instituciones; dañarán sus imágenes; pero la patria, la patria no es intercambiable por treinta monedas. La nación es propia de criaturas, y nada puede arrebatar quien, en vez de construir y edificar, apuñala y asesina vilmente con infértiles leyes extraídas del imaginario ideológico. Las ideas vienen y van; los pensamientos se olvidan; las ocurrencias acaban por desvanecerse. Lo único que permanece, Petre, es la Verdad. Una Verdad inquebrantable, irrompible e inalcanzable por tus afilados y usureros dedos. No, de eso no puede apropiarse el tirano: de la Verdad de los hombres, sólo Uno es dueño por siempre. De la condición humana, aunque asaltada con nocturnidad cual ladrón, no puede verse herida alguna, pues no es doblegable lo que inmanentemnete es propio de cada cual.
Atrás la ideología, sólo la verdad. Atrás la confrontación fratricida, sólo la natural vinculación nacida de la familia y extendida sin quebranto a la edificación de la sociedad. Atrás quede el decrépito pensar que todo puede alcanzarse entre los hombres, pues esta Babel que ayer recibimos camina con pies de barro. La monstruosidad antinatural está condenada al ostracismo futuro, si es que no se atiende previamente a la razón exigente.
¡Señores diputados! ¡Señorías! ¿Hasta dónde ha de caer su honra en este juego de trampas y engaños? ¿Acaso merecen, usías, la desvirtuación de la condición que les dio un pueblo hoy engañado y traicionado por quienes les designaron? Ubi sunt dignitates?!
He dicho.