Prólogo a “Destapando al liberalismo” de Daniel Marín (1) por Javier Barraycoa
He tenido a bien prologar la estupenda obra “Destapando el liberalismo” de Daniel Marín y publicada por SND editorial. Una obra imprescindible que explica la falsa relación que se ha establecido entre la antigua y católica teoría económica de la Escuela de Salamanca y la liberal llamada Escuela Austriaca, aleja de la filosofía cristiana. Lo publico en dos partes.
PRÓLOGO (1)
No nos pertenece a nosotros el derecho de comentar el contenido del magnífico texto que D. Daniel Marín Arribas ha pergeñado sobre la contranatural ilación entre la Escuela de Salamanca y la llamada Escuela Austriaca. Como mucho nos compete avisar al lector con algunas de las claves que se encontrará al leer estas líneas, antes de abrir la puerta a un escrito sumamente nuclear en estos tiempos de confusión en que vivimos. Lo que se juega en este estudio es la demostración -no sólo la debilidad de la hasta ahora endiosada Escuela Austriaca- de que los fundamentos del liberalismo económico no se hallan en el pensamiento social católico y mucho menos en la afamada Escuela de Salamanca.
Lo que se juega en este estudio es la demostración -no sólo de la debilidad de la hasta ahora endiosada Escuela austriaca- de que los fundamentos del liberalismo económico no se hallan en el pensamiento social católico
Daniel Marín se lanza a tumbar un mito que entusiastas neoliberales extranjeros y españoles han ido consolidando en la opinión pública sin el más mínimo rigor científico. En el ámbito nacional estamos ante una diatriba al viejo estilo, entre un representante del pensamiento verdaderamente tradicional y católico, y un liberal a ultranza, reflejo del conservadorismo liberal de la derecha española. Nos referimos a Jesús Huerta de Soto, defensor ultraliberal de la Escuela Austriaca y -colateralmente- de la tesis de que los orígenes de esta escuela del pensamiento liberal económico, actualmente de moda, están en la Escuela de Salamanca. La tesis no es baladí, pues pretende legitimar una extraña relación entre el liberalismo y la democracia cristiana, e incluso in extremis un anarquismo ¿católico?. Esta hipótesis no se sostiene por lado alguno, pero ha sido constantemente repetida como un mantra hasta llegar a calar en muchos católicos que así consuelan su conciencia por militar en partidos y plataformas liberales.
Una perentoria pero esencial digresión política
Antes de entrar en materia de este prólogo, que no pretende ser exhaustivo ni inmiscuirse en lo que expondrá el responsable de los pliegos que vendrán a continuación, tenemos primeramente que señalar a FAES, la fundación del Partido Popular presidida por José María Aznar, que pretende ser el laboratorio de ideas de la derecha española. Si en vez de un prólogo académico, estas líneas fueran un artículo periodístico, podríamos extendernos en el entramado que configura el núcleo “intelectual” de esta nueva (¿vieja?) derecha. Tras algunos despachos de su cercana Universidad Rey Juan Carlos en Madrid, se encubren los generadores de Institutos como el Juan de Mariana. Traicionando el buen nombre del jesuita talaverano, este instituto recoge el núcleo ultraliberal de la órbita del Partido Popular que encabezan figuras como Esperanza Aguirre, junto con los adeptos de las ideas también ultraliberales de pensadores como Ludwig von Mises o Friedrich von Hayek. La influencia de este think tank se debe a las relaciones con otros lobbies semejantes que engarzó Aznar a través de FAES. Corporaciones mediáticas como News Corp y lobbies republicanos como la Heritage Foundation (Sancta santorum de los neocons), permiten, asimismo, que el liberalismo político-económico español tenga una cierta presencia en el ámbito estadounidense. A esta labor, igualmente, ayuda el enlace con el que fue el presidente de Atlas Network y ahora actual director internacional del Acton Institute, Alejandro Chafuen; por cierto, Lord Acton, liberal inglés que estuvo a punto de ser excomulgado por el Papa Pío IX, y La rebelión de Atlas, ensayo estrella de la filósofa atea Ayn Rand. Y por la parte de Hispanoamérica, cuentan con profesores en universidades católicas en países como Argentina y Chile, con el popular Marqués de Vargas Llosa, escritor peruano que recibió en 2010 el Nobel de Literatura, o con la Universidad Francisco Marroquín, templo liberal situado en Guatemala, que ha albergado entre otros al exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid y cercano de Aguirre, Javier Fernández-Lasquetty. No nos entretendremos en descifrar cómo se nutren económicamente estas estructuras, pero la paradoja es evidente: si su doctrina es contra el intervencionismo del gobierno, no dudan en aceptar cualquier tipo de subvención, ayuda pública directa o indirecta, o puestos a sueldo en instituciones estatales.
Quizá una de las revoluciones ideológicas más sutiles que ha sufrido la derecha española es cuando aceptó -por obra y gracia de Aznar y su entorno- el término liberal como el más apropiado para su identidad política.
Esta digresión parece alejarnos de la finalidad del prólogo, pero era necesaria para dar el paso siguiente. Quizá una de las revoluciones ideológicas más sutiles que ha sufrido la derecha española, es cuando aceptó plenamente -por obra y gracia de Aznar y su entorno- el término liberal como el más apropiado para su identidad política. Lo peor es que en la tradición política española, “liberal” fue un término siempre vinculado al anticatolicismo y al progresismo. Pero los años de hegemonía estatal del Partido Popular liderado por Aznar consiguieron la cuadratura del círculo: hacer creer a mucha buena gente que ser liberal es compatible con la defensa de los principios cristianos. Evidentemente, hablamos de gente sin una sólida formación y/o que ingenuamente creen que la democracia cristiana representa la ortodoxia de su fe católica en el ámbito público. El cambio de paradigma terminológico que impuso Aznar y sus adláteres abocó a la “derecha” española a una deriva intelectual y pragmática sin más norte que desmembrar los últimos restos de “humanismo cristiano” (sucedáneo de un sucedáneo cristiano) de su ideario.
De ahí que, lo expuesto hasta el momento, pueda justificar la importancia de atender a esta polémica entre Marín Arribas y Huerta de Soto. En ella, se juega la posibilidad de desvelar la manipulación, burda pero eficaz, de los “pensadores” liberales para cerrar definitivamente un pensamiento tradicional, escolástico y católico sobre la economía, y que no entre en competencia con un conservador liberalismo, que aunque no explícitamente -sí en sus premisas-, es profundamente anticatólico. Esta maniobra, al menos en España, donde las reminiscencias de lo cristiano siguen subsistiendo como estrato cultural y afectivo, sólo podía llevarse a cabo haciéndonos creer que la ideología neoliberal -encubierta bajo el traje de la Escuela Austriaca- está ligada con el neoescolasticismo que representó la ilustre Escuela de Salamanca. Con otras palabras, el mal siempre tiene que enmascararse en una verosimilitud de bien. De ahí el empeño -absolutamente infundado y que desenmascara el estudio de Daniel Marín- por buscar unas raíces católicas a la Escuela Austriaca. Pues no, el liberalismo no se fundó en Salamanca, y esta podría ser la primera y contundente conclusión del excurso que nos encontraremos tras este prólogo.
Esta maniobra, al menos en España, donde las reminiscencias de lo católico sigue subsistiendo como estrato cultural y afectivo, sólo podía llevarse a cabo haciéndonos creer que la ideología neoliberal -encubierta bajo el traje de la Escuela austriaca- está ligada con el neoescolasticismo que representó la escuela de Salamanca.
Aunque escasos, cada vez son más los estudiosos que han iniciado un revisionismo para sostener el mantra de que el liberalismo económico es compatible con el catolicismo. Aquí está la perversión. El armazón de intentar establecer una relación causal entre ambas escuelas, es la mera justificación o revestimiento sin fundamento, pero que queda fantásticamente bien en simposios, universidades de verano, o cursos, donde acuden conservadores e ingenuos democristianos acompañados de liberales radicales.
Lo que debemos tener presente: Ni la escuela austriaca ni el pensamiento liberal es católico
Nada más iniciar su escrito, Daniel Marín nos alerta de la obsesión por parte de pensadores liberales en lo económico de intentar buscar las raíces cristianas del liberalismo en la Escuela de Salamanca. Pero incluso entusiastas de esta ideología, como el profesor Victoriano Martín Martín, no pueden menos que expresar sus dudas: “Con frecuencia se ha dicho que el origen de las ideas liberales se encuentra en la obra de los escolásticos españoles del siglo XVI, pero no existe ningún estudio sistemático de aquellas ideas”. Asimismo, el profesor Nicolás Cachanosky en los comentarios a la entrada “La contribución de los escolásticos españoles a la ciencia económica” del blog Punto de Vista Económico admite: “No tengo un conocimiento profundo del pensamiento de los Escolásticos, pero tengo la sensación que varias de estas interpretaciones que ven defensa de libres mercados, teorías del valor marginal y raíces austriacas, etc. están viendo cosas donde no las hay”. No obstante, pesos pesados como Hayek -aunque no tanto en sus obras, como sí en sus conferencias-, se empeñaron en amalgamar contra toda lógica la neoescolástica salmantina con la escuela liberal austriaca.
Por ejemplo, este autor, en una visita a Salamanca, en 1979, afirmó que ahí, en el siglo XVI, había existido una escuela de pensamiento económico que había descubierto el funcionamiento espontáneo del libre mercado. Obviaremos la falsedad de la afirmación y el anacronismo, pero la intención estaba clara. Lo que sí es evidente, es que el concepto de naturaleza que tenían los neoescolásticos en absoluto coincidía con el de Hayek. Para él, el derecho natural era meramente “producto, no de una voluntad racional, sino de un proceso de evolución y selección natural”. Ello le permitiría defender un libre mercado teóricamente fundamentado en una espontaneidad factual, y sin necesidad de someterlo a un criterio de moral natural. Luego volveremos sobre este crucial aspecto.
Los autores de Escuela de Salamanca nunca se les ocurrió separar la economía de la moral. Ello se ve claramente en los tratados sobre el precio justo, que no tiene tanto que ver con la ley de la oferta y la demanda (“precio de equilibrio”) sino con la realidad de las cosas y un bien común.
Sorprendentemente, Schumpeter quiso ver en los escolásticos tardíos, como los jesuitas Luis de Molina, Leonardo Lessio y Juan de Lugo, a los “proto-fundadores” de la economía científica, por tanto a los precursores del liberalismo económico. Pero Schumpeter nunca quiso reconocer explícitamente algo tan sencillo como fundamental. A los autores de la Escuela de Salamanca nunca se les ocurrió separar la economía de la moral y la ley natural, y a éstas, de Dios. Ello se ve claramente en los tratados sobre el precio justo, que no tiene tanto que ver con la ley de la oferta y la demanda (“precio de equilibrio”), sino con la realidad de las cosas y un bien común. Antes de mínimamente esbozar estos puntos fundamentales que Daniel Marín desarrollará con toda contundencia, nos parece apropiado señalar una paradoja. Schumpeter se empeñó en distinguir una genérica “Escuela de Salamanca” de los llamados “escolásticos tardíos”. De hecho, busca en Molina su “antecedente” preferido. Empero, el estudio que nos encontraremos demuestra que lo que Schumpeter pretendía avalar con autores como Molina, en el fondo es insostenible, pues defendían lo contrario. Se ve así, de forma patente, que muchos de los autores de la Escuela Austriaca no dominaban el pensamiento de estos neoescolásticos, y sólo buscaban en ellos una legitimación histórica de la que carecían.
Por otra parte, ciertamente, ha habido detractores de la influencia de la Escuela de Salamanca en el proceso del pensamiento económico en general, y otros entusiastas defensores. Así, podemos encontrar autores como Marjorie Grice-Hutchinson, que señala que “antes del auge de mercantilismo en el siglo XVI, cuando nació la ‘economía política’ como sujeto independiente de estudio, el análisis económico solo existía como un subproducto de la investigación legal, teológica y filosófica. Estaba casi completamente centrado en las ‘escuelas’, como se llamaba a las recién fundadas universidades. (…) Dicho análisis que realizaban [los doctores] se desarrollaba generalmente en comentarios sobre Aristóteles o Santo Tomás o en el examen de (…) contratos. (…) Este método llevó a una teoría hecha de retazos”. Por el contrario, en un artículo titulado Scholastic Economics: Thomistic Value Theory, de Gloria Zúñiga, se afirma que: “El legado económico de los escolásticos (…) se pensaba que era una idea tonta del justiprecio y una obsesión por la usura. Esto (…) es anticuado y erróneo (…) el desarrollo del pensamiento económico progresó principalmente por las contribuciones de los escolásticos”. Asimismo, en un breve estudio, El pensamiento económico de la Escuela de Salamanca, Jesús L. Pardinas Fuentes, entre otras conclusiones, termina afirmando que “los autores de la Escuela de Salamanca no pueden ser calificados de ‘fundadores’ de la economía moderna”. Todo ello, nos obliga a enmarcar adecuadamente la Escuela Austriaca para una comprensión real del fenómeno.
Javier Barraycoa