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9 de marzo de 2020 0 / /

Participación de los padres, asignatura pendiente

El modo de participación de la familia en los centros docentes es una cuestión todavía no resuelta en nuestros sistemas educativos. Que los padres deben estar de manera activa presentes, me parece incuestionable. La escuela, si puede enseñar, es por encomienda delegada de los padres, que por serlo y para serlo son los responsables directos de la educación de sus hijos. Los centros asumen la función educativa por el principio básico de subsidiaridad. No son ni el Estado, ni siquiera la sociedad, los responsables primeros de la educación. Son los padres, aunque hoy, al contemplar la importancia social y económica de los que participan y viven de la educación, nos cueste aceptarlo. Si los padres “echan” una nueva criatura al mundo, podemos llamarlos genitores o progenitores, pero nunca padres. La paternidad exige ayudar al ser nacido de manera incompleta a su perfección. Si no queremos pecar de reduccionistas, los términos, padre y madre, incluyen la función educadora.

El ser humano es la única criatura que no nace hecha. Cualquier animalito, recién salido del seno materno, sabe ponerse en pie y buscar la ubre que lo sustente. No así el hombre. No nos deben desorientar obras maravillosas como Bambi de Felix Salten. O tantos documentales en que los animales adquieren rasgos y comportamientos humanos. Bambi recibe educación porque es una representación, o alegórica o simbólica, del ser humano. Los animales tienen inscrita en su naturaleza la ley del instinto, ley que les da las claves para sobrevivir. Para relacionarse con nosotros, los animales no se educan, se domestican o se doman. Ambas palabras tienen en su raíz el “domus” que en latín significa casa. Domesticar es hacer de un animal extraño, inquilino natural de la casa.

El hombre no tiene instinto. Sólo la educación suple lo que no nos da la naturaleza. Olvidar o ignorar estos principios elementales nos llevará siempre a la confusión. No acertaremos en definir el papel que, dentro de la organización de los centros, les corresponde a los padres.

La dificultad se agrava cuando comprobamos que para llegar a ser hombre se pueden seguir sendas diversas y modelos diferentes. Se puede ser ateniense, pero también espartano. Se puede ser persa, pero también medo. Tantos modelos como civilizaciones en general han en el mundo sido, tantos como pueblos diversos han ido poblando la tierra. Podernos transformarnos en nazis o en estalinistas o en demócratas, bien agnósticos, bien budistas, o, en raigambre con nuestra progenie, cristianos.

Europa se configuró a lo largo de más de un milenio y medio en una civilización que supo aunar la razón y belleza de la Grecia clásica, el derecho, la lengua, el sistema de comunicaciones y la administración de Roma con la antropología bíblico-cristiana que descubrió la dignidad sagrada de todo hombre y su condición de persona como ser único e irrepetible y la grandeza de un Dios encarnado, cercano, amigo, Rey y Redentor. Civilización que sigue en pie. Por la que seguimos creyendo vale la pena vivir y hasta morir por ella, como bien inigualable para la Humanidad.

¿Quién decide sobre lo que de verdad ha de configurar a mi hijo? La decisión más profunda del ser de los hijos solo puede ser asumida por los padres. Así lo reconocen, al menos nominalmente, las leyes sobre derechos humanos fundamentales y hasta nuestra legislación. Pero solo nominalmente. En la práctica, llevamos cuarenta años de abusos astutos o frontales. La ambigüedad de la Constitución deja en manos de los gobernantes reconocerlo como derecho o conculcarlo. Es hora de incorporar a las leyes básicas anclajes que hagan indiscutible los derechos proclamados con la boca y atrofiados con los hechos. Esta es hoy la tarea social y políticamente más urgente y necesaria.

A los padres les corresponde determinar el modelo de persona que quieren para sus hijos. La organización escolar debiera estar orientada a la consecución de objetivo tan fundamental. Tanto en los centros públicos como en los concertados o en los privados. Ese es el ámbito de responsabilidad directa e inexcusable de quien ha engendrado un hijo. Considerar que sean los padres, o la escuela o el estado los responsables primeros no es cuestión baladí. En ello se juega el modelo de hombre y mujer, su libertad o su dependencia.

Donde no llega el padre, tiene que llegar la escuela y no al revés. El principio de subsidiaridad define el puesto y función de cada uno. El centro, como instrumento técnico, debe configurarse con el máximo nivel de competencia y eficacia. Su competencia y su libertad debe organizarse en los terrenos de la estricta profesionalidad y conocimiento técnico. Pues aunque educar es un arte, la educación es una ciencia que se puede aprender y se debe exigir.

Los padres tendrán cauces para reclamar, pero no son ámbitos de su incumbencia directa los estrictamente profesionales. La ingerencia de los padres en los terrenos técnicos de los profesores es un abuso que desvirtúa su responsabilidad educativa. Si un profesor no enseña según lo esperable, los padres no deben tener amparo legal para actuar directamente, pero sí seguir los cauces profesionales que existen o deben existir. Sin embargo en todo lo que atañe a la formación en el orden de la conciencia, todo lo que atañe al modelo de persona que queremos para los hijos no son ni los profesores ni los equipos directivos, quienes tienen que actuar directamente. Este es el ámbito de responsabilidad directa de los padres y no pueden renunciar a ella ni siquiera por vía de delegación.

No es extraño que los profesores rechacen en general la presencia en los centros de los padres. No es extraño que los padres consideren en general inútil su participación. ¿No es posible dar a cada uno lo suyo? Si el Estado asume lo que no le corresponde, no debemos hablar de injerencia inadecuada sino de tiranía. La tiranía es el paso previo a la desestabilización general y a la hora de las revoluciones. Que Dios nos coja confesados. Por la libertad, nunca de rodillas: ponte en pie.

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