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20 de noviembre de 2023 0

Nuestra lucha es trascendente

(Por Castúo de Adaja)

En apenas tres días hemos podido comprobar, estimado lector, cómo se daba cuenta de lo que supone la crisis que azota a la patria y, por qué no decirlo, al mundo entero. Una crisis que, tomada desde la perspectiva etimológica griega, no sólo supone un acontecimiento “traumático”, sino que muestra clara y precisamente un período de “transformación”. Sí, un cambio – que no tiene por qué ser brusco – en el que estamos aciagamente imbuidos.

En la concentración político-social que tuvo lugar este sábado pude presenciar, como tantos otros, la aglomeración de cientos y miles de personas que, movidas por su amor a España, se reunían para continuar contra la protesta del tirano al que tantas veces nos hemos referido en este humilde blog. Y digo bien en hablar del “amor a España” y no del “amor a la patria”, pues no son cosas similares, sino que cargan con una reflexión diferente. La patria, lector, es la tierra de nuestros padres, de nuestros mayores; la patria, a fin de cuentas, viene cargada con el imperativo divino de su inquebrantable y férrea defensa, pues supone, para todo católico de bien, el cumplimiento nada menos que del cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Y por ello hacemos alusión en tantas ocasiones a la patria, “hijos de Santiago”.

De esta manera, la distinción que he querido hacer no responde sino al vaciamiento de contenido del concepto de esta España nuestra; una pérdida de identidad fruto de la desvinculación de la Fe verdadera en pos de una supersticiosa y errada convicción. El más claro y preciso ejemplo lo tuvimos presente en el manifiesto proclamado durante la concentración cuando Fernando Savater, filósofo reconocido, acuñó para sorpresa de muchos las palabras que el mismo Lucifer pronunció ante Dios: “non serviam”; es decir: “no serviré”. Una carga diabólica – pues la carga el mismo Maligno – que ofrece una mirada introspectiva de los males que atañen a la patria: se ha vendido a las falsas promesas de aquél que, siendo criatura, quiso jugar a ser creador y se rebeló contra el Amor único: Dios.

Ahora bien, parecería que nos encontráramos ante un episodio aislado; quizás incluso movido por las ínfulas que caracterizan la movilización de la masa y el afán de protagonismo. Error. Lo que el lector pudo comprobar ese día es el más claro ejemplo de que nuestra patria y e mundo entero sufren desde hace décadas: la pérdida de identidad por la renuncia a la fe, que es cosa prima y causa de la primera. Porque la pérdida, siendo involuntaria, es consecuencia del acto producido por la voluntad de la renuncia: el hombre moderno, desde las herejías modernistas de Lamenais y tantos otros, ha renunciado consciente y voluntariamente al cariz único que le caracteriza: la identidad católica y la fe. Expulsada ésta, no hay sino un vaciamiento irremisible de la identidad española y, por consiguiente, europea y mundial.

No crea el lector que esta renuncia se debe a un proceso inconsciente, pues en ella han participado con gran ahínco y recelo las fuerzas de la masonería y del Modernismo, como podrá comprobar fácilmente si acude al “Centro Documental de la Memoria Histórica”, lo que antaño era más preciso, pues se trataba del “Archivo del Tribunal para la represión de la masonería y el comunismo”. Un archivo que recoge la documentación extraída de las logias masónicas españolas hasta la victoria nacional de la Cruzada en 1939 cuando, “cautivo y desarmado el ejército rojo” – como recoge el bando del 1 de abril de 1939, dando fin a la guerra fratricida – se descubrió el manto que ocultaba “a la vista de todos” el mal que había azotado – y continúa – a España.

La masonería, que es eminentemente un culto luciferino y satánico, se hizo presente, pues, en las calles madrileñas este pasado sábado y, como era evidente, dejó entrever que el problema español no era meramente de carácter jurídico o legal, no. El problema de España es, a fin de cuentas, una deriva espiritual a la que hay que hacer frente con la ayuda de la Santísima Trinidad y la intercesión de los santos. Ejemplos ya hemos visto: en las sucesivas concentraciones de protesta en la calle Ferraz de Madrid – donde se ubica la sede del infecto partido socialista – se concentran, cada día más, valientes católicos que rezan el rosario por la reparación de las ofensas a Dios. Y por mucho que esto disguste a personajes públicos como Federico Jiménez Losantos, que tan arduamente cargó contra los oratores el viernes pasado en su programa, no deja de significar la realidad del problema que sufre sin descanso esta patria nuestra: la “pérdida de fe y la descomposición de España”, como tan certeramente señala el sacerdote P. Gabriel Calvo Zarraute en uno de sus ensayos.

Así pues, tomando cada cual su rosario, es hora de rezar fervientemente a Nuestra Señora para que interceda en esta patria nuestra, despojada voluntaria y forzosamente de su identidad católica, pues sólo puede ser forzoso aquello que atenta contra la naturaleza. Nuestra lucha, a fin de cuentas, es trascendente, lector. Trasciende el tiempo y el espacio de nuestra querida patria; trasciende la realidad observable empíricamente; trasciende, a fin de cuentas, nuestros sentidos y raciocinio. Unidos al coro de Santos y Ángeles, hemos de unirnos a la lucha de la Iglesia – militante, purgante y triunfante – para la victoria en el corazón de cada prójimo de bien.

No termino esta entrada con mis palabras habituales, sino con la sencillez de la Sencillez hecha persona: Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

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