Nos tendrán rezando el rosario
(Por Castúo de Adaja)
En el día de ayer, 27 de noviembre de año de Gracia de 2023, tuvo lugar un grave atentado no sólo contra la libertad humana en general, sino contra la libertad de culto en particular. Esta desacralizada España nuestra ha visto mutilados los principios rectores de la buena sociedad cristiana; no obstante, y a pesar de la infatigable persecución que la masonería socialista lleva a cabo contra los fieles, se vio ayer un atentado contra derecho positivo: a saber, contra los principios rectores de la libertad de culto establecidos en los artículos 510 a 525 del Código Penal español.
Armados con la violencia – que no fuerza – de una presencia armada, los agentes de la autoridad (y habrá que ver qué autoridad es esa que reprime lo más sagrado de uno mismo) interrumpieron el libre ejercicio del rezo del rosario… ¡en las escalinatas de una iglesia católica! No lo hicieron en la vía pública, donde podrían haberse amparado en vagas disquisiciones sobre concentraciones no autorizadas o interrupción del paso de los viandantes, no. Fuera de sus competencias, sin orden alguna y siguiendo ciegamente el mandato de un enemigo de Dios, el Delegado de Gobierno social-comunista Francisco Martín Aguirre, interrumpieron el rezo, buscaron con ahínco al valiente feligrés D. José Andrés Calderón y, para más inri, detuvieron a quienes participaron pacífica y religiosamente en un acto legítimo.
Cabría preguntarse entonces acerca de la legitimidad de los actos. Ya la Tradición católica ha dilucidado por tiempo sobre la cuestión del enfrentamiento y el uso de la fuerza – que no tiene que ser necesariamente armada – y, autores como Francisco de Vitoria y la escuela de Salamanca en su conjunto, establecieron principios rectores e intelectuales sobre el ius bellum (“guerra justa”). En De Indis, Vitoria expone magistralmente los motivos por los cuales un enfrentamiento es legítimo o no. A la luz de los hechos no cabe sino afirmar que la actuación de los agentes de la policía nacional fue ilegítima: tanto por la desproporcionalidad de la fuerza – con imágenes de cinco agentes bien pertrechados esposando y trasladando a una sola mujer de avanzada edad – como por la falta de razonamiento de los hechos y el empleo de la intimidación contra la comunidad orante.
¿Y qué hemos de hacer nosotros? Mucho. Ya lo advertía nuestro Señor en el Evangelio, indicando que seríamos perseguidos en su nombre y por ejercer la justicia (cf. Mt 5,10; 10,22). Nos odian porque antes odiaron a nuestro Señor (cf. Jn 15,18); nos persiguen porque están imbuidos en la causa del Maligno, que se retuerce de dolor al ver viva la oración y la acción de nuestra Madre, la Virgen. Así pues, perseguidos y odiados en esta tierra, somos apátridas de este mundo; extranjeros en este valle de lágrimas a la espera de una muerte santa que nos lleve hacia el Señor. Sólo uno es nuestro Rey; sólo una es la Autoridad; sólo una es la Ley; sólo uno es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Cristo es Rey y nosotros, súbditos suyos, no tenemos otra vía que la fuerza por su palabra, la fuerza por la oración, la fuerza de las armas que son nuestros rosarios. ¡Sí! Así os digo: detuvieron a dos personas, pero éstas no estaban desarmadas: iban recubiertas con la armadura que aún no es y será: la túnica blanca y la palma (cf. Ap. 7,9); armadas con la sola vocación de servicio y oración, con la espada del rosario entre sus dedos y la mirada puesta en el Amor de los Amores.
Indica sabiamente León XIII en su encíclica Sapientiae Christianae cómo el católico está llamado a difundir la Palabra de Dios; a defenderse, si es que tal cosa es necesaria, como había podido comprobar en los demoníacos y masónicos años de los ss. XVIII y XIX. Así pues, perdida la fe y la recta conducta hacia el salvífico fin, el católico no sólo tiene la oportunidad, sino que está llamado a defender la fe con los medios de la fuerza – que no de la violencia. Fuerza digo, sí, pues ésta es legítima en cuanto justa; la fuerza adquiere diferentes manifestaciones, actúa en diversos ámbitos. La fuerza es justa, pues obedece al orden innato e inmanente de la sociedad, siendo un medio empleado para reconducir las actuaciones de los hombres hacia el bien obrar. La violencia, sin embargo, es irracional, responde a estímulos y no al conocimiento cogitivo; la violencia es dueña de quien la sufre o usa, al contrario que la fuerza, que es súbdita de quien la emplea – y fíjese, estimado lector, que escribo dos verbos diferentes, pues no es lo mismo el sufrir la acción o el usar de ésta que el empleo de la misma.
Violenta fue la actitud del Gobierno y su Delegado ayer; violento fue el escandaloso arresto. ¿Violento sin acción violenta? Sí, violento pues “violentó” la libertad; actuó contra justicia y deslegitimado, pues no corría mayor justificación para tal acción que el acallar la voz de la oración, como llevamos sufriendo estos últimos años. La oración mueve el mundo, ¡¿y son éstos “progresistas” los que se atreven a llamarnos “estáticos” o “reaccionarios”?! Nequaquam!
Tomemos pues, la senda de la resistencia de la fuerza: de una fuerza sustentada en la legitimidad de nuestras acciones, en la justicia y en el recto obrar. Una fuerza que es fruto de la razón y de la defensa de la Libertad, pues no cabe considerarse libre aquella conciencia enturbiada por las acechanzas del demonio. Libertad en el obrar; libertad en el orar; libertad en ejercer la fuerza de la palabra, la oración y la acción en esta (in)cruenta batalla espiritual de nuestro siglo.
No se amilane vuestro espíritu, hijos de Santiago; no decaiga vuestra fuerza, legión de María. ¡No nos resignemos a beber del lodo de la irracionalidad! Antes bien, surquemos esta tempestad con el rosario en la mano, con la fuerza de la oración y con la demostración pública de que la fe está viva. ¡Viva, os digo! Viva en cuanto, pausadamente, se repite en los labios de quienes imploran a Dios por la salvación de la patria y del decadente mundo en que nos encontramos.
Podrán quitarnos los derechos positivos; devorar el tuétano de nuestro hueso fiel; aplastar con violencia nuestras libertades, etc. Pero, ¿quitarnos la Libertad? ¡Jamás! La Libertad es inmanente al hombre: no responde a gobiernos o autoridades de este mundo desviado, sino única y exclusivamente ante el Juez de jueces, Rey de reyes y Señor de señores. Arrebatarnos podrán las fuerzas de nuestro cuerpo, mas jamás tocarán un ápice la valentía del espíritu ni la perseverancia de la esperanza.
En fin, os digo, hijos de Santiago: capaces serán de arrebatarnos nuestra condición jurídica, pero nos tendrán sabedores de cargar con la Cruz, con nuestro escapulario como armadura y con la palma del martirio si es necesario. ¡Podrán quitarnos la vida, pero nos tendrán rezando el rosario!
¡Viva la Santísima Virgen María! ¡Viva la España católica! ¡Viva Cristo Rey!
He dicho.