Meditaciones sobre la democracia I
(Por Iván Blanco) –
No voy a entrar a valorar el sainete que tienen montado en la llamada “Primera democracia del mundo”, pues mucho se ha escrito y aún falta por ver los últimos actos del mismo para poder valorar la obra en su conjunto. Pero sirva esta reflexión para ponderar los beneficios de la democracia de forma pragmática: El país custodio de los estándares de libertad, debe desclasificar este 2021 los documentos enterrados sobre el mayor magnicidio de la historia, (después de la ejecución de Luis XVI), acontecido en 1963, el asesinato de JFK. Un país que se permite el lujo de decidir qué naciones son dignas de ser reconocidas o llamadas libres, arrastra esta vergonzante deuda para con su pueblo, y nadie dice esta boca es mía.
Bien, me centraré en nuestra patria, que bastante tenemos por estas latitudes sin tener que buscar turbiedades allende los mares.
Esta semana, en la previa de la campaña electoral de las elecciones catalanas, un amigo me manda un pantallazo de una noticia en la que el independentismo pierde fuelle. Por lo visto un medio sistémico, de gran bolsillo que recauda las subvenciones que se le distribuyen de forma clientelar, ha decidido publicar que el separatismo está cosechando desafección. Soy hombre que no se deja llevar por las mareas del momento, y me doy cuenta del veneno que significan una elecciones democráticas. Otra vez guerras intestinas, avivamiento de odios y resentimientos, reproches por lo hecho y lo no hecho, ruptura social, trincheras y banderías para recaudar más votos de los unos y de los despistados otros. No es casual que los promotores de este sistema se llamen “partidos”, pues no fomentan la unión social en momento ninguno, sino la ruptura de la comunidad.
Lo que más me escama de este sistema, llamado el “menos malo”, (al director de mercadotecnia deberían despedirlo), es que depuesto un gobierno, el siguiente no continúe con las medidas del anterior y enmiende la derrota tomada por su antecesor. Si bien es cierto que si ha habido un gobierno inicuo, es moralmente preceptivo derogar aquellas leyes que perjudiquen a los súbditos del reino. Sólo faltaría. Pero no es menos cierto que desde la llegada de la democracia, la iniquidad ha ido enseñoreándose de todas las estructuras de poder.
Con esto vengo a ampliar el foco hasta un gran angular, el hombre es un animal político como nos decía Aristóteles, y es la comunidad la que nos conforma también, pues ésta es una cristalización de una unión de familias, que de forma previa nos constituyen como el ser humano que somos. Si desde las instancias políticas se va ordenando la sociedad cada cuatro años, en el mejor de los casos, de forma opuesta a los cuatro años anteriores, nos será imposible crear nada con vocación de permanencia, nada duradero, no hay simiente que arraigue en suelo que se ara antes de cosechar el fruto.
Esta reflexión antidemocrática, me llevó a imaginarme el futuro de mis hijos si a cada cuatro años les enseñara los valores opuestos a lo que les venimos inculcando su madre y yo. Estaría desarrollando en ellos una esquizofrenia respecto a todo asidero moral. Lo que hoy es bueno, mañana es malo, lo que hoy es deseable, mañana detestable. ¿Alguien puede negarme que eso no es lo que estamos viviendo hoy día? El problema añadido que veo yo, es que a cada gobierno que se constituye en este país, a mayor velocidad se desciende al pozo de la putrición moral. Los cambios de Ejecutivo, parecen un círculo de trileros para ver quién es capaz de poner el listón cada vez más cerca del fango.
Claro que vivimos en la era del endiosamiento de la voluntad individual, y algunos me dirán que su derecho a elección del soberano es la mejor forma de escoger quien nos dirige, y que esa suma aritmética de voluntades, el Reino de los fines que nos decía Kant, es la mejor forma de encumbrar a un líder. Eso no es otra cosa que la tan cacareada soberanía nacional que todos los partidos proclaman, todos sin excepción. Pero claro, la suma de voluntades como el fundamento de quién nos ha de gobernar, nos lleva a inferir que a ese imperio de la voluntad no se le puede oponer nada. Ni siquiera la verdad.
Y ahí viene la siguiente pregunta, ¿Se somete la verdad a la opinión de la mayoría? ¿Acaso permitir que el número agregado de juicios conforme la realidad sin atender a criterios naturales, morales, racionales o sobrenaturales, es bueno o deseable?
Hay un pasaje del evangelio según San Mateo 27,20-25, que nos enseña cómo actúan los mecanismos democráticos, y cómo establecido el sistema de mayorías, éste es fácilmente manipulable:
“Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el procurador les dijo: <¿A cuál de los dos queréis que os suelte?>, respondieron: <¡A Barrabás!>. Díceles Pilato:<Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?> Y todos a una: <¡Sea crucificado> <Pero ¿qué mal ha hecho?> preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza:<¡Sea crucificado!>. Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo:<Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.> Y todo el pueblo respondió: <¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!>.”
¿Acaso no vemos en esos “sumos sacerdotes y los ancianos” a los medios pagados por los señores del sistema?