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6 de noviembre de 2023 0

Los minutos no hacen mártires

Antireligiöse Manifestation in Madrid waehrend des Bürgerkrieges 1936-39

(Por Castúo de Adaja)

Parecería absurdo decirle, lector de interesado intelecto, que un minuto no produce un mártir de la fe cristiana. Ni un minuto, ni una hora… ¡y, ni mucho menos un siglo! No obstante, el día 6 de noviembre está manchado por la ignominia y la cobardía de quienes, sosteniendo la mitra y la sucesión apostólica, tomaron la decisión de recordar a los mártires de la persecución religiosa en España a manos de quienes odian a Dios como el día de los “Mártires del Siglo XX”. ¡Tremenda absurdez! ¡Ignominioso castigo para quienes fueron aplastados por la bota del totalitarismo de las masas, cegadas por un odio impertérrito e irracional! Pues no cabe, en el recto juicio y el don y virtud del perfeccionamiento del conocimiento, que sea manchada la memoria de tantos miles de mártires. No.

El lenguaje, estimado lector, es poderoso. No es tan sólo un conjunto de sonidos – posteriormente reflejados gráficamente – que se emplea para decir unas sencillas palabras, no. El lenguaje es la trascendencia que tiene el hombre, como criatura con libre albedrío, para describir la realidad que le rodea y, sobre todo, para actuar libremente en pos de Dios. Tal es el poder del lenguaje que San Juan, en el teológico prólogo de su Evangelio, nos habla del “Verbo” encarnado. Es la “palabra” de Dios la que crea todo ser viviente y no viviente; presente, pasado y futuro; bueno… ¡y bueno! Pues todo lo creado por Dios con su verbo divino es bueno, lector. No así ocurre con la realidad generada por el hombre con su concupiscente naturaleza.

La trampa de atribuir el martirio al tiempo – impersonal – y no al sujeto que lo cometió supone un retroceso en la defensa de la verdad de lo sucedido. No fueron muertos por el paso del tiempo, que es, a día de hoy, la única causa natural de muerte. Mas no fue natural, sino sufrida o forzada. Torturados, perseguidos, aislados, injuriados e insultados. La cruz que cada uno de los 6.832 mártires cargó sobre su hombro debería ser suficiente para recordarlos por su debido nombre: como mártires que fueron despojados de humanidad por comunistas, anarquistas, socialistas y acérrimos perseguidores de la injusticia y la bárbara costumbre del sacrificio.

Dice atentamente el Apocalipsis (Ap. 3,15-16), en la carta dirigida a la Iglesia de Sardes: “Scio opera tua, quia neque frigidus es neque calidus. Utinam frigidus esses aut calidus! Sic quia tepidus es et nec calidus nec frigidus, incipiam te evomere ex ore meo” (“Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Mas, porque eres tibio y no eres frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”). ¿Y qué es esta denominación sino el más claro ejemplo de la tibieza que azota incesante y cobardemente nuestro tiempo?

La verdad se abrirá paso y se nombrará correctamente el flagelo con el que se golpeó a la Iglesia en acto mortal en los años 30 del s. XX español y, más concretamente, durante la Cruzada Nacional. No insultemos, recordemos; no avergoncemos; ensalcemos. No se atreva nuestra lengua a cohibirse por miedo al Maligno, pues éste no tiene potestad sobre la victoria ya conseguida por Nuestro Señor. Y, mientras reparamos el error ya cometido, recemos fuertemente por su alma y por la de tantos otros que sufren persecución en nuestro tiempo. Que el verbo de nuestro raciocinio refleje la verdad, sin camuflados tapujos escondidos bajo la condenada tibieza.

Nuestro mundo precisa de una reparación como nunca antes. El Señor, que es Justicia, juzgará las almas de quienes se atrevieron a contrariar la realidad. ¡Mártires del Terror Rojo y de la persecución, orad por nosotros! Que Dios nos dé la gracia de morir fervientemente agarrando la cruz inserta en nuestros corazones y con el verbo y la palabra correcta: “Viva Cristo Rey”.

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