L’ojet
No veo disculpa para ese amigo que, aún sabiendo que soy de los que piensan en imágenes, ha tenido la crudelísima idea de solicitarme algunas líneas sobre lo que me viene a la mente sobre el tema. Nada humano me es ajeno, pero algunas de sus cosas dan asquete.
El primer problema lo he encontrado en el título. Retambufa suena ordinariete, así que me inclino -censura mediante- por el sustantivo que usa y probablemente inventó Joaquín Reyes. Pronúnciese con la “y” de su apellido. El francés siempre tan fino. Dónde va a parar.
Superado este obstáculo me viene a la mente la frase del santo papa definiendo estos tiempos modernos: «compendio de todas la herejías», en el original, «collettore di tutte le eresie» (Pascendi, 1907). Un compendio que no es sino el lugar en que se reúnen las aguas negras. Cómo sorprenderse del orgullo de usar de la cloaca, si éste es el signo de los tiempos.
Sé que nuestra fe nos reclama caridad para con quienes sufren de esta dificultad en la marcha. Conozco el punto 2358 del Catecismo: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza (…)”
Si bien no sé si tanta delicadeza ayuda, porque lo más perverso en nuestra sociedad es que se habla de esto como si fuera algo relacionado con el amor. Quien focaliza su vida en un placer tan particular, construye su relaciones y su mundo en su derredor y reclama que los demás aparentemos que es normal, lo primero que necesita es que le advirtamos que no lo es. Les voy a compartir -también para ahorrarme cualquier imagen- lo mejor que acaba de leer uno sobre la homosexualidad y su reconocimiento social. Lo ha escrito (anteayer) un psiquiatra holandés:
“Todo ello ha comenzado con la aceptación de la noción del homosexual ordinario (con intereses adultos) como una categoría especial de persona. Hasta el nuevo catecismo de la Iglesia Católica presenta una equívoca formulación sobre este punto (núm. 2.359): al apercibir contra la injusta discriminación de ‘la persona homosexual’ insinúa la existencia de esta variante de persona y no parece darse cuenta de que, en tal caso, las personas especiales de esta índole serían muchísimas más. El, indudablemente, bienintencionado texto sonaría algo raro si añadiésemos a ‘la persona homosexual’ lo que, en buena lógica, debería añadirse: la persona homosexual pedófila, la persona heterosexual pedófila, la persona exhibicionista, la persona transexual, la persona incestuosa, la persona masoquista, etc (¿por qué no ‘la persona cancerosa’ para quien padezca cáncer?).
No existe, sin embargo, ninguna persona homosexual (pedófila, incestuosa, transexual, etc). En principio, la persona humana es heterosexual y si no puede sentirse así existe un problema, un trastorno funcional, una disfunción, alguna clase de enfermedad -la clase ha de examinarse-, una aberración. La existencia de un tipo homosexual de ser humano que difiere del heterosexual constituye precisamente el mito de ‘la persona gay’, promovido por el movimiento de liberación homosexual: “tu calidad de gay es un atributo inalterable y esencial de tu naturaleza normal; cuando uno es gay, lo es para siempre”. En realidad, el hombre/la mujer de sentimientos homosexuales que adopta esta imagen de sí mismo se identifica con una visión distorsionada de su persona, con un falso yo.” .1
Y ahora, salgan a la calle, no formen grupos y dispérsense con cuidado. Ya saben -lo han aprendido hoy- cuál es el ojo que todo lo ve.