La revolución de octubre
Desde que el primer fin de semana de octubre el PSOE defenestrara a Pedro Sánchez, se han oído muchas voces criticando la falta de legitimidad de la investidura de Mariano Rajoy en el último fin de semana del mismo mes de octubre. No voy a ser yo quien se dedique a defender un sistema que es de todo menos legítimo. Pero otra cosa es analizar friamente los datos.
Como la mayoría de los críticos, especialmente los que se dedican a manifestarse alrededor del Congreso de los Diputados y sus vociferantes e histriónicos convocantes, se las dan de demócratas, conviene preguntarse si realmente ha habido algún tipo de traición al electorado. Contemos los votos. En el primer intento de investidura de Rajoy, a finales de agosto, 170 diputados votaron a favor y 180 en contra. Lo mismo pasó en la primera votación de la sesión de investidura de finales de octubre. Pero ¿cuántos votos habían recibido uno y otro sector? De los 36.520.913 electores convocados a las elecciones el pasado 26 de junio, fueron a votar 24.279.259, aproximadamente dos tercios. Puede parecer una participacion baja, pero estadísticamente hablando y en términos de política comparada, no lo es especialmente. En el Reino Unido, por ejemplo, el mismo porcentaje hubo en las elecciones generales del 2015. No es una participación especialmente alta, pero tampoco excepcionalmente baja. Por tanto, los autoproclamados defensores de la democracia poco pueden alegar aquí. Los votantes del PP, Ciudadanos y Coalición Canaria (cuya única diputada votó a favor de la investidura) fueron un total de 11.161.059. O sea un 30% del electorado y un 46% de los votantes. Los partidos de los 180 diputados en contra congregaron 12.118.833 votos. O sea un 33% del electorado y un 49,9% de los votantes. Es decir, que ni siquiera pueden alegar los escandalizados por la investidura de Rajoy que haya una mayoría absoluta de votantes en su contra. Probablemente sí una mayoria relativa, eso es cierto. Pero como no estamos en un sistema presidencialista, sino parlamentario, pues tampoco aquí hay nada de que lamentarse.
Veamos ahora qué pasa con los números habida cuenta del cambio de postura del PSOE. Tengamos en cuenta todos los factores cuantitativos. ¿Cómo contar los votos que representan los 68 diputados del PSOE cuya abstención permitió la investidura de Rajoy? De los 85 diputados del Grupo Parlamentario Socialista, 1 estaba desocupado (por haber renunciado a su acta de diputado Pedro Sánchez unas horas antes de la segunda votación), 9 son escaños de las provincias catalanas y baleares que votaron no en bloque, 2 son diputados independientes por Madrid. Además hubo una diputada por Zaragoza, el diputado por Guipúzcoa, una diputada por Palencia y otra por Orense. Aunque es bien sabido que estos actos de “heroica” resistencia a la disciplina de voto fueron solo testimoniales y no afectaban ni de lejos al resultado final, cabe plantearse a qué fracción del electorado socialista representan. Si sumamos los votos al PSOE de las circunscripciones catalanas y baleares (9 escaños en total), Orense, Palencia y Guipúzcoa, además de la mitad de Zaragoza (donde el PSOE obtuvo dos escaños) y tres séptimos de la de Madrid (tres de los siete escaños por Madrid corresponden a las famosas ”independientes” Margarita Robles, Zaida Cantera, amén del escaño del propio Pedro Sánchez), además de la mitad de los votos de Santa Cruz de Tenerife (donde un escaño correspondió al diputado de Nueva Canaria, que votó siempre en contra de Rajoy) obtenemos un total de 1.126.239 votantes. Con estas cuentas el Grupo Parlamentario Socialista “Disciplinado” sigue “representando” a más de cuatro millones de votantes.
El resultado de la segunda votación de la sesión de la sesión de investidura del 29 de octubre arrojó este resultado: 170 escaños a favor, como en la anterior votación; 111 en contra y 68 abstenciones. Traducido en “votantes”: 11.161.059 a favor; 7.860.902 en contra; 4.257.931 abstención. ¿Alguien se atreve a considerar poco “representativo” un gobierno con tal respaldo en cuanto a los votos que representa? En las elecciones generales del Reino Unido de 2015, el Partido Conservador logró 11.334.576 votos sobre un total de 30.683.892 votantes y 46.420.413 electores. O sea un 36,9% de votos. Con ellos obtuvo 330 escaños de un total de 650. De modo que gobierna con una mayoría absoluta en el Parlamento. El Partido Laborista obtuvo un 30,4% de votos, más de 9 millones. A menos de siete puntos porcentuales de distancia. Pero no se le ocurrió al izquierdista Corvin rechazar el resultado ni el liderazgo de la oposición. Eso le permitió a Cameron, entre otras cosas, convocar el famoso referendum en que se impuso el Brexit. Todo muy democrático. ¿O no? Pues el PP aventajó en once puntos porcentuales al PSOE (33% frente a 22% de voto). Ah, pero como el PP es un partido corrupto, entonces da igual que gane. La legitimidad democrática es lo que tiene.
En las elecciones presidenciales de 1970, en Chile, Salvador Allende obtuvo el apoyo del 37% de votantes, frente al 63% de los otros dos candidatos (el democristiano Tomic y el conservador Alessandri). Pero seguramente ninguno de los que hoy en España critican la investidura de Rajoy coincidirían en criticar el nombramiento de Allende. En esto de criticar la legitimidad democrática cuando uno pierde, se parecen los de Pablo Iglesias a Donald Trump (“aceptaré los resultados electorales… si gano yo”). Solo que Trump lo dice a lo bestia en plan granjero de Nebraska con rifle y cartucheras, mientras que el Coletas lo dice revistiéndolo de teoría política posmoderna y un dominio absoluto del audiovisual y la comunicación virtual.
Incluso si supusiéramos que una amplia mayoría de votantes socialistas se sintieron traicionados por la abstención, no es aventurado afirmar que una minoría de ellos prefiere un gobierno en minoría del PP que unas nuevas elecciones. Recordemos que hubiera sido suficiente, en cuanto al apoyo parlamentario en la investidura, que 11 diputados del PSOE se hubieran abstenido. 11 de 85, o sea un 13%. Concretamente, solo con que 699.942 de los 5.384.170 votantes del PSOE prefirieran la abstención, estaría perfectamente legitimado en términos de representación democrática la opción decidida por la nueva dirección del partido. Puestos a reconocer la pluralidad de “sensibilidades” dentro de un partido y, por ende, entre sus votantes, ¿por qué no dejar que cada diputado asuma la correcta interpretación de la voluntad general? Ah, claro, el problema es que el Partido es el Príncipe maquiavélico moderno, Gramsci dixit, y cualquier rotura de su unidad es un naufragio anunciado. De acuerdo, entonces ya tenemos la clave para interpretar lo que realmente quieren decir los que llaman “Triple Alianza” a PP-PSOE-Ciudadanos. Lo que quieren decir realmente es que la legitimidad democrática les da igual y lo que quieren es hundir definitivamente a un partido cuyos votantes pueden pasar masivamente a ser votantes de Podemos en un futuro próximo.
Lo que no dice el Coletas es que si la supuesta marca blanca del PP (Ciudadanos) no hubiera concurrido a estas elecciones y (es un suponer no demasiado forzado según los propios juicios de los podemitas acerca de la ubicación ideológica del partido naranja) dos tercios de sus votantes hubiera votado al PP, entonces no habría habido problemas de investidura porque hubiera ganado el PP con mayoría absoluta. ¿Cómo? Pues muy sencillo. Tomemos provincias tipo en España como Albacete o Ávila. En ambos casos el PP hubiera obtenido un escaño más a costa bien de PSOE bien de Podemos, solo con sumar dos tercios de los votos de Ciudadanos. En Albacete el PP obtuvo 89.717 votos y dos escaños; el PSOE 39.617 votos y un escaño; Podemos 33.509 votos y un escaño; Ciudadanos 31.976 votos y ningún escaño. Sólo que el PP hubiera alcanzado la mitad de estos votos, hubiera obtenido 3 escaños por ninguno de Podemos. En Ávila, el PP obtuvo dos escaños con 50.931 votos por uno del PSOE con 19.277 votos. Ni Podemos (12.527 votos) ni Ciudadanos (14.096 votos) obtuvieron escaño. Con diez mil de estos últimos votos, los tres escaños hubieran quedado en manos del PP. Por eso, el argumento de que Ciudadanos es la “marca blanca” del PP, aunque tenga sentido en su aspecto comunicativo-ideológico, no lo tiene a efectos de rentabilidad electoral. Y eso los de Podemos lo saben perfectamente. Por eso les interesa que siga existiendo un Ciudadanos suficientemente fuerte para impedir en el futuro la victoria del PP por mayoría absoluta como suficientemente débil para no constituirse en alternativa de gobierno real.