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30 de enero de 2017 1 / / /

La placa de Don Remondo

Hoy se cumplen 19 años del asesinato en Sevilla de Asen García Ortiz y su marido, Alberto Jiménez Becerril. Podría (y quizá debiera) escribir lo mismo que voy a escribir citando a tantos otras víctimas, a tantos otros caídos, a tantos otros de nuestros muertos, pero vaya por delante que a todos ellos va dedicada esta columna, aunque por la fecha hoy solo cite los nombres de Asen y a Alberto.

Existe en el lugar en el que ambos cayeron una placa con el fin expreso de que la ciudad de Sevilla guarde a ambos en su memoria. Y acercándonos a las dos décadas de aquella madrugada de sangre y llanto, la ciudad sigue guardando en su memoria –nuestra memoria- la congoja y la rabia que trajeron aquellos boletines de noticias que nos iban despertando con la miseria terrorista, con la sangre de nuestros vecinos, con el llanto de nuestras calles, con la orfandad de tres niños y con el desgarro de nuestras almas.

Me escribe un amigo y me dice “¿cuándo vendrá una nueva ley de la memoria que obligue a retirar esa placa”. Al principio no le tomo demasiado en serio. Después lo pienso y me entra una gran tristeza al pensar que quizá tenga que darle la razón.

Y me imagino el escenario, dentro de no tantos años, en el que no ya una ley o un presidente, sino la siempre fiel infantería del régimen encuadrada en los medios de comunicación, repitan una y otra vez eso de que “hay que mirar hacia adelante”, “no debemos anclarnos en diferencias superadas”, “no hay que alimentar divisiones”, mientras Esteban Ibarra y compañía piden la ilegalización de quienes ponen en riesgo la convivencia democrática asistiendo aún, cada 30 de enero, a tributar un recuerdo a aquel joven matrimonio que un día el odio a España arrebató para siempre a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos, a su tierra.

¿Exagero? Ojalá. Asen y Alberto no fueron los primeros ni los últimos. Y son muchos, muchísimos, los que les antecedieron y que hoy son objeto de burla y chiste no ya de los encapuchados ávidos de sangre y muerte, sino de sus muy democráticos cachorros que, inspirados por el mismo odio, no empuñan pistolas sino teclados, cuentas de tuiter y no pocas actas de concejales y diputados.

Hay no pocas voces en la izquierda que dicen abiertamente que eso del terrorismo (de la lucha armada en euskadi, dicen) es una fase superada. Y si la izquierda dice eso, sabemos por experiencia que es sólo cuestión de tiempo que lo diga también la derecha. Y, no lo duden, lo dirá.

Seguramente nadie en esta ciudad crea posible ese escenario que cuento. Pero cada vez que olvidamos a una sola de las víctimas, que aceptamos como “cosas que pasan” cada una de las veces que se apretaron gatillos o detonadores, vamos acercándonos a él.

Hoy es día de recordar a Asen y a Alberto. Y todos los días lo son de recordarles a ellos y a todos y cada uno de esos cientos y cientos de españoles que cayeron (todos y cada uno) por odio a España. Por nada más. Por nada menos. Permitid que se trivialice a uno, y acabaremos viendo a operarios públicos picando la pared de la calle Don Remondo, en defensa de la memoria democrática y de la convivencia.

Asen y Alberto, con todos los demás caídos, descansad en Paz. Y que no halle el descanso ni la paz aquel que trivialice vuestra sangre o comercie con ella.

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Un comentario en “La placa de Don Remondo

  1. Domingo

    Todos los asesinados por ETA merecen respeto pero no todos el mismo respeto, pues no son iguales los que murieron en acto de servicio a España que los que lo hicieron siendo miembros de partidos sostenedores del constitucionalismo, coautores de leyes como la de Memoria Histórica y otras muchas y no creo que lo hagan por ser “cobardes” sino porque el PP es copartícipe pleno del nuevo orden al servicio del globalismo y coautor de las leyes de deconstrucción de la sociedad: aborto, divorcio, LGTB, etc. La misma Soledad Becerril, amiga de los asesinados encarna perfectamente ese espíritu anticatólico y antiespañol.

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