Je suis Prof, Je suis Trap (II)
En el anterior artículo, dijimos que la capacidad de autodeterminación del individuo introducida por el Iluminismo dieciochesco estaba permitiendo que Francia fuera asolada de relativismo e incapaz de defenderse de la agresión física del Islam. Pues esa doctrina entendía que ninguna cosmovisión es superior a otra, que ningún sistema de valores es mejor que otro, que la Verdad ya no es una y que eso de que prevalezca sobre el error, es muy matizable.
Pero no fue solamente la autonomía del individuo lo que impuso la Revolución Francesa y el corpus doctrinal que le sirvió de plataforma. Tanto Rousseau como Kant, llegaron a la conclusión que el Estado es la suma agregada de voluntades individuales (si bien es cierto que desde puntos de partida diferentes). Kant lo llamó el “Reino de los fines”. Y esa autodeterminación también se aplica a colectivos. Esa capacidad para que un agregado social lleve a cabo sus aspiraciones a pesar de ir contra su naturaleza o tradición, es lo que cristaliza en la tan cacareada soberanía nacional que oigo a todos los partidos invocar como el culmen civilizatorio. En un principio, las leyes creadas por esa soberanía nacional de la Asamblea francesa, limitaban la libertad del hombre que podía autodeterminarse siempre y cuando no colidiera con el ordenamiento jurídico. Pero claro, hay una segunda derivada que se da cuando la idea del libre desarrollo hasta el límite de la ley ha germinado y se ha agotado. Y es que los individuos presionan al Estado para ampliar esos límites y permitir al hombre expandir su autonomía.
Ya no hablamos de la dicotomía de la libertad de elección, sino de la creación de la elección misma.
Y así traigo a colación a “Je suis Trap”. Trapero ha sido absuelto. No voy a entrar en valoraciones jurídicas. Voy a irme al mensaje que se lanza. La autodeterminación de Cataluña sale gratis. Como no podía ser de otra forma en un sistema liberal. Las contradicciones, las tiranteces, los pactos, las cesiones hacen de la verdad y la realidad algo tan elástico, que no podía más que petarles en las manos el asunto.
La autodeterminación no es otra cosa que autogobierno, individual o colectivo. Todo ello contrario a la libertad natural del hombre. Esta libertad clásica no crea la elección, no se trata de una libertad liberal donde uno puede escoger hacer el bien o el mal y todo tiene el mismo valor moral pues lo que hace moralmente buena a la libertad es la elección en sí misma. No, la libertad natural o clásica es escoger el camino que se quiera para realizar el bien. Es una libertad “para”, como medio a un bien, a la virtud con mayúscula, al Bien.
Dicho esto, si a nivel individual hemos permitido la soberanía de la voluntad respecto al orden biológico ampliando los derechos a gente que doblega la lógica de la naturaleza por su mero querer, les aseguro que en breve permitiremos que personas que han sido los mayores defensores de la Hispanidad como hemos sido los catalanes, decidan si quieren seguir siendo españoles. Entronizar la voluntad por encima de la naturaleza, historia y tradición nos lleva a la destrucción de la paz social, de orden natural, de la verdad, del bien común y de nuestro núcleo familiar.
Esas son las mieles ponzoñosas que introdujo la Revolución Francesa. El engrudo ideológico que nos sigue pringando tantos años después del asalto a la Bastilla. Y si saben algo de sociología sabrán que las dinámicas sociales llevan decenios o siglos en cristalizar y en mostrar sus verdaderos frutos. Hoy día, ese relativismo se ha acelerado. La cristofobia se enseñorea de Occidente. Recen por España, recen por la Verdad, por que tiempos convulsos se avecinan, y parafraseando a Belloc, ya no queda en pie ninguna convicción, ningún espíritu definido, ninguna certidumbre, ni dogma que persista, menos los que afirmamos los cristianos.