En el día de Ntra. Sra. del Pilar estamos de fiesta. Ya hemos engalanado el balcón de nuestra casa con la bandera de España, identificada, señoreada y defendida por el corazón de Jesús a modo de escudo divino. Los demás escudos humanos han sido inútiles y los hay que hasta perversos.
Dios y la Patria y, como no hay monarca legítimo, ponemos el mejor emblema y símbolo de nuestro rey espiritual.
Esto no es “pietismo” sino alta política que se sale del reduccionismo administrativista liberal -laisser faire, laisser passer- ,que además carece de principios comunes más allá de la voluntad del hombre. Una voluntad -digámoslo clarito- declarada soberana en sí misma, soberanía cuantificada luego en las urnas, para después, una parte, poder aplastar a la otra -así ocurre en la práctica- y, desde luego, aplastar los derechos de Dios sobre el hombre y la sociedad ya en la práctica ya como planteamiento inicial.
Y al católico-liberal que no le guste unir Dios y la Patria, y ello por vivir en una vitrina de porcelanas, por confiar excesivamente y de hecho -no en sus declaraciones- en sí mismo, y por no querer dar motivo a nada y a nadie contra sus actividades apostólicas -si las tiene-, pues que se aguante un poquito. Quien reduce la vida a los éxitos apostólico-humanos, sesga la realidad de la vida en esta tierra, antesala del cielo con todo lo que contiene. En general el católico-liberal no unirá Dios y Patria, sino que, por no hacerlo, confundirá de hecho el Estado con Dios, cuando, al separar la Patria de Dios, se encuentre sólo ante un Estado que le exige todo.
España es decir Hispanidad. Y si España es grande es precisamente por la Hispanidad, que es donde hoy día España toma fuerza para seguir existiendo frente a sus enemigos exteriores y sobre todo interiores.
¿Mezclar religión y política? Pues no, ya que el respeto, presencia y defensa de la religión católica es una de las asignaturas pendientes de la política española, suspendida por el maestro con una calificaciónmuy baja por cuenta de las ideologías liberales, socialistas utópicos y marxistas. Porque la Revolución es utópica -así nos va-, mientras que la Hispanidad es real y no está continuamente preguntándose a sí misma sobre su existencia. El ombliguismo hacia adentro de la Revolución -claro, el hombre está excesivamente preocupado por su “soberanía”-, contrasta con la vida de entrega y de generosidad hacia el exterior, hacia los demás, de la Hispanidad, y también con la apertura, naturalidad, paso largo en el tiempo, y esperanza que ésta conlleva.
Así como la defensa del viejo reino de Navarra ante el imperialismo euzcadiano es la mejor defensa de España, hoy, en la locura que desde hace varios años se vive en el muy leal Principado de Cataluña, la defensa de Cataluña pasa por la defensa de España en la práctica, y a la inversa. Cataluña, abandonada a la locura separatista, deja de ser Cataluña, y sigue una inclinación guerracivilista, sobre todo porque los separatistas en general son laicistas militantes. El laicismo genera guerracivilismo en España -en la IIª República y hoy dentro del mito “progresista”- y en las tierras con problemas de identidad.
Tenemos que acostumbrarnos a dar nosotros el primer paso en servicio de nuestra Patria, para recoger finalmente los frutos cosechados. Servir a la sociedad política que es España, es una de las primeras obras de caridad, misericordia y justicia que tenemos entre manos. Por eso todos, absolutamente todos, somos más o menos, pero básicamente, políticos. Y como los tradicionalistas sabemos qué queremos, solicitamos brazos para trabajar de maneras mil.
Virgen del Pilar, rogad por nosotros y la Hispanidad.