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3 de noviembre de 2022 0

Fco. José Contreras analiza su libro contra el Totalitarismo blando.

(Una entrevista de Javier Navascués) .-

Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Diputado nacional (VOX). Autor de “La filosofía del Derecho en la historia”, “Kant y la guerra”, “Liberalismo, catolicismo y ley natural”, “La fragilidad de la libertad” y otras obras. Editor de varios libros colectivos.

¿Por qué un libro contra el llamado Totalitarismo Blando?

Porque es un cáncer que puede destruir las sociedades occidentales.

De hecho según leemos en la reseña fue usted el que acuñó el término. ¿A qué se refiere con precisión y que aspectos englobaría exactamente este tipo de totalitarismo?

No soy el acuñador del término, son ya varios los que han hablado de “soft totalitarianism” (por ejemplo, Rod Dreher en “Vivir sin mentiras”). Y se adelantó lúcidamente Benedicto XVI -entonces cardenal Ratzinger- en uno de sus libros-entrevista con Peter Seewald, “La sal de la tierra” (1997): “Está creciendo el peligro de una dictadura de la opinión, y los que no suscriben la visión común son marginados. […] Cualquier futura dictadura anticristiana sería probablemente más sutil que las dictaduras que hemos conocido en el pasado. Admitiría aparentemente la religión, pero sin que la religión pudiera intervenir ni en la forma de conducta ni en el modo de pensar”.

En la introducción del libro, me refiero al “totalitarismo blando” en estos términos: “Hay peligro de totalitarismo porque se va configurando una ideología oficial que es impuesta a la sociedad por numerosos canales: escuela, Universidad, medios de comunicación, plataformas de las Big Tech, publicidad y política de personal de las grandes empresas (“capitalismo woke”), cine, leyes ideológicas… Esa imposición no usa los medios brutales del totalitarismo del siglo XX: no se tortura al disidente, ni se le manda a Siberia. Pero sí se le “cancela”, se le invisibiliza, se le ridiculiza, se intenta destruir su reputación por medio de las consabidas etiquetas infamantes (“machista”, “racista”, “homófobo”…). O se le expulsa de su empleo o cargo público (y en este libro se alude a algunos casos resonantes)”.

La ideología oficial en cuestión incluye dos ingredientes principales: el “wokismo” (mezcla de feminismo, “antirracismo”, liberacionismo LGTB, antioccidentalismo, etc.) y el ecologismo radical, que últimamente ha asumido la forma del catastrofismo climático.

Al ser tan sutil, ¿es hasta cierto punto normal que muchas personas ni siquiera lo perciben como totalitarismo?

El bombardeo ideológico es tan ubicuo, que mucha gente llega a confundir las tesis woke y clima-catastrofistas simplemente con el sentido común. El adoctrinamiento en cuestión incluye también la idea de que sólo se puede discrepar de esas ideas “evidentes” si se es mala persona (machista, racista, etc.) o incluso se está enfermo (las “fobias” eran inicialmente enfermedades mentales, y el totalitarismo blando llama, por ejemplo, “homófobos” a quienes pongan la menor pega a la agenda del lobby LGTB y “xenófobos” a quienes piensen que la inmigración masiva no solucionará los problemas de Occidente, sino que los agravará).

Por eso mismo, ¿se podría decir que es más eficaz que los totalitarismos tradicionales que provocan una fuerte resistencia?

Demomento está siendo más eficaz, sí. La violencia brutal del totalitarismo clásico engendraba una mística heroica de la resistencia. El totalitarismo blando es más insidioso porque nos ata con la cadena de nuestros propios deseos y flaquezas. Su mensaje es seductor: ampliación constante de los “derechos”, supresión de toda desigualdad u opresión… Sobre todo, el wokismo desresponsabiliza al sujeto: si te ha ido mal, no es por tu culpa, sino la de esta sociedad machista, racista, homófoba, etc. Eres una víctima y tienes derecho a que la sociedad te compense por tus “sufrimientos”.

¿Quiénes están realmente detrás de estas imposiciones y cómo se coordinan para poder abarcar tantos ámbitos y en una misma dirección?

No creo que haya una coordinación central, sino una convergencia espontánea de diversos sectores: la izquierda necesitada de encontrar recambios para el socialismo fracasado, las grandes empresas deseosas de hacerse perdonar sus (legítimos) beneficios, los jóvenes necesitados de encontrar sentido existencial y una causa por la que luchar (el wokismo está secuestrando y encauzando en una dirección equivocada el noble idealismo juvenil; les dice a los chicos que deben luchar por los débiles y oprimidos, y que estos son las mujeres, las razas distintas de la blanca, los homosexuales…).

El término muerte civil parece muy duro y que no va con nosotros…¿Pero hasta que punto nos hemos acostumbrado a no poder expresarnos con libertad en el trabajo, en la vida social, incluso en la familia y lo asumimos como algo normal?

Sí, está ocurriendo. Sólo hablamos de asuntos ideológicamente delicados con gente que sabemos afín, y lo hacemos bajando la voz y echando una mirada de soslayo, si estamos en un lugar público.

Por la propia sutileza de este nuevo totalitarismo que todo lo impregna, ¿piensa que la mejor manera de combatirlo es con inteligencia y con serenidad?

Con serenidad, con constancia… y con información. Por eso en los últimos quince años ralenticé mi producción académica para volcarme en la batalla cultural contra el wokismo: desde mis libros y artículos, y ahora también desde la política.

¿Cómo ha sufrido en sus carnes, al ser un cargo público, este totalitarismo que denuncia en el libro?

Lo sufro -como el partido al que represento- a través del ninguneo y la demonización mediática. Tenemos que sufrir que nuestras posiciones sean tergiversadas y arrastradas por el barro. En el Congreso tenemos que aguantar que nos llaman todos los días fascistas, racistas y defensores del asesinato de mujeres. Me sacaron en todos los telediarios hace dos años, intentando ridiculizar mi discurso sobre el “cambio climático” (dije, entre otras muchas cosas, una obviedad: que muere mucha más gente de frío que de calor). En las redes sociales, la ración diaria de insultos “va en el sueldo”.

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