Et erunt in carnem unam V
(Por Castúo de Adaja)
Es pues, necesario, conocer los deberes de la esposa y la hija católicas, que se asemejan en varios puntos de vista, como en la oración, la sumisión y la dulzura[1], si bien la influencia de la esposa es ordinariamente más vigorosa y potente, pues está unida al varón por el santo matrimonio, y es una unión electa por medio de su capacidad de raciocinio, de la que estamos dotados todas las criaturas del orden humano. La docilidad que se exige de la mujer no debe entenderse desde la perspectiva de la esclavitud, sino desde la recta comprensión de las palabras del Apóstol Pablo[2], que exige la humildad de quien se somete voluntariamente no por inferioridad, sino como concepto de preservación. La mujer es elevada por su gracia y los dones de portadora de vida. Por ello el velo es propio de la mujer en la santa misa, pues únicamente se cubre con velo lo sagrado; y, de la misma manera que el sacerdote guarda la hostia consagrada tras un velo en el sagrario – a imitación del velo del Templo de Jerusalén – así la mujer se somete primero a Dios y, posteriormente, se encauza esa humildad de la “esclava del Señor” por medio de la cabeza del hogar. Esa docilidad es virtud de la humildad, que lleva al orden en el hogar. Si no hubiere orden, ¿de qué manera crecería la prole sino en salvajismo, como ocurre en la actualidad? La presencia de la madre es jovial y activa. Una mujer no aguarda al sustento del marido, sino que es sustento mismo del que porta el sustento material. Así, el marido ama a su esposa en el sentido en que se dona y entrega a ella como Cristo amó a su Iglesia y como el Señor nos pide que le amemos desde antiguo: “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”[3]. Es portadora de luz, de felicidad y pilar fundamental en la educación de los hijos. En este mundo de tinieblas, donde las acciones de las escuelas pervierten el alma de los inocentes, ¿quién se valdrá de la encomiable acción de la mujer más valerosa?
Concluyo ya estas breves líneas recordando la ingente obra de San Bernardo de Claraval que comentó tan piadosamente el Cantar de los Cantares por medio de exquisitas homilías. En ellas se recoge el amor que se dedican los esposos; cómo la doncella aguarda, igual que las vírgenes aguardan la venida del esposo con sus lámparas encendidas[4].
(Fin de la quinta y última parte)
Notas
[1] Bianchetti, L. (1882). Los deberes de la mujer católica. Montevideo, p. 157.
[2] Col. 3,18-19: “Mulieres, subditae estote viris, sicut oportet in Domino. Viri, diligite uxores et nolite amari esse ad illas” – “Mujeres, obedeced a vuestros maridos como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amn a su mujer y no le amarguen la vida”.
[3] Dt. 6,5: “Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo et ex tota anima tua et ex tota fortitudine tua”.
[4] Cf. Mt. 25,1-13.