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5 de mayo de 2020 0

En el entorno del coronavirus

La pandemia del coronavirus ha puesto patas arriba hábitos, rutinas, convicciones que nos parecían libres para siempre de cualquier perturbación. De la noche a la mañana como el que vive en sueños una pesadilla, nos despertamos un día confinados y sin movilidad. El coronavirus trajo a la pluma de los legisladores aquellos refranes desafortunados y pesimistas, aplicándolos universalmente a hombres y mujeres, ancianos y niños, sanos y enfermos como sentencia inapelable “la mujer honrada, la pierna quebrada y en casa”. Y quebrada o no la pierna, nos hemos quedado en casa; y creyentes y no creyentes con la conciencia tranquila y la satisfacción de una honradez al menos ciudadana.

Ya que vamos de refranes consolémonos recordando que no hay mal que cien años dure y, dicho sin ninguna malicia ni sorna, a mal tiempo buena cara y sobre todo que no hay mal que por bien no venga.

Dejando a un lado disgustos y sin sabores y bien amargos por cierto, la verdad es que se nos ha brindado la oportunidad de parar el ritmo alocado y trepidante de nuestro vivir, urgidos por los afanes de cada día y acosados por el vértigo alucinante del tiempo. Y de pronto, quieto parao, nos hemos podido plantear preguntas fundamentales cómo ¿cuál es el sentido de nuestra vida, hacia dónde nos dirigimos, de verdad que la tierra no es morada para siempre sino estación de paso con el señuelo de parada y fonda?

Hace dos días nos preocupaba el deterioro de la tierra, las amenazas catastróficas de los elementos perturbados de las aguas o del cielo o incendios devastadores propiciados por la desmesura del corazón de los hombres, o el calentamiento, o las capas de ozonos, o la contaminación que presagia en unas décadas un deterioro sin retorno que pondría fin a la morada de los hombres.

La gran pregunta que se nos plantea a todos es: ¿Será que simplemente, la Tierra es incapaz de resistir el enorme potencial de desarrollo de nuestra especie?

Vicente Aleixandre en su libro poético Sombra de Paraíso publicado en 1944, como uno de los primeros libros poéticos de la posguerra, en tantos aspectos heterodoxo, al ver el peligro que corría la belleza de la tierra con la aparición del hombre, en el poema titulado Fuego escribió:

Todo el fuego suspende

la pasión. ¡Luz es sola!

Mirad cuán puro se alza

hasta lamer los cielos,

mientras las aves todas

por él vuelan. ¡No abrasa!

¿Y el hombre? Nunca. Libre

todavía de ti,

humano, está ese fuego.

Luz es, está ese fuego.

Luz es, luz inocente.

¡Humano: nunca nazcas!

Benedicto XVI en su libro Luz del mundo, una conversación con Peter Seewald, nos da una respuesta certera y esperanzadora. Sus palabras nos abren el camino para una reflexión que nos sitúe en el marco de nuestra hora presente y nos ayuden a abrir el camino hacia un mañana mejor. Reproduzco todo el párrafo:

«En la combinación que hemos tenido hasta ahora del concepto de progreso a partir de conocimiento y poder, falta una perspectiva esencial: el aspecto del bien. Se trata de la pregunta: ¿qué es bueno? ¿Hacia dónde el conocimiento debe guiar el poder? ¿Se trata de disponer sin más o hay que plantear también la pregunta por los parámetros internos, por aquello que es bueno para el hombre, para el mundo? y esta cuestión, pienso yo, no se ha planteado de manera suficiente. Ésa es, en el fondo, la razón por la cual ha quedado ampliamente fuera de consideración el aspecto ético, dentro del cual está comprendida la responsabilidad ante el Creador. Si lo único que se hace es impulsar hacia delante el propio poder sirviéndose del propio conocimiento, ese tipo de progreso se hace realmente destructivo… Aparte del conocimiento y del progreso, se trata también del concepto fundamental de la Edad Moderna: la libertad para poder hacerlo todo. El poder del hombre ha crecido de forma tremenda. Pero lo que no creció con ese poder es su potencial ético. Este desequilibrio se refleja hoy en los frutos de un progreso que no fue pensado en clave moral. La gran pregunta es, ahora, ¿cómo puede corregirse el concepto de progreso y su realidad, y cómo puede dominarse después positivamente desde dentro? En tal sentido hace falta una reflexión global sobre las bases fundamentales» (Benedicto XVI, Luz del mundo, pp. 56-57).

Subrayo la característica más perturbadora de la Edad Moderna: la libertad para poder hacerlo todo. Esta es la clave que sostiene la sociedad contemporánea y moderna: la autosuficiencia del hombre para atreverse a todo, Y con espíritu de Prometeo construir un mundo feliz sin Dios.

Tantas veces lo hemos repetido que más parece un viejo lugar común desemantizado que una verdad axiomática sin la cual no podremos ni entender la historia pasada ni nuestra hora presente. El modelo de civilización inmanentista y antropocentista que arranca en los años del Renacimiento, alcanza su desarrollo doctrinal en la Ilustración y se apodera del curso de la historia tras las revoluciones del XIX se estrella en 1914, con razón considerado el final del siglo XIX. En la primera guerra mundial se hizo evidente que el modelo de sociedad destruía al hombre. El optimismo de la segunda mitad del XIX saltó por los aires en 1914, El ideal del hombre medida de todas las cosas fracasó. Lo tremendo es que todas las terribles experiencias políticas del siglo XX eran una huida hacia adelante, lo mismo que el mundialismo y la aldea global como aspiración en ebullición en lo que llevamos del siglo XXI. Se intenta sacarlo adelante contra toda evidencia. La contienda está declarada. El coronavirus va a dejar una división geopolítica diferente. Nos moveremos en unas claves políticas nuevas. Pero no nuevo el modelo antropológico inmanentista, agnóstico, materialista, que contra toda evidencia lo quieren mantener. Tiempo al tiempo y ojo avizor.

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