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9 de octubre de 2020 1

El porqué de un Rey (II)

La Monarquía es el mejor sistema de gobierno según Aristóteles, por ser éste un gobierno donde la responsabilidad y las decisiones no son mancomunadas, sino de uno solo. Evidentemente nuestros antepasados lo sabían bien, y las cortes y fueros funcionaban como un auténtico contrapoder a las posibles veleidades del monarca.

Un buen rey debe ser tradicional. En primer lugar porqué debe representar la continuidad de las instituciones surgidas de la cosmovisión que dio pie a la civilización.

En segundo lugar por la estabilidad que ello conlleva. Y con ello debemos explicar la inestabilidad que provoca un sistema antitético a una monarquía. Nos estamos refiriendo por supuesto a la democracia. Sistema éste que se fundamenta en el consenso de las fuerzas, en el quórum del pacto para decretar lo que debe ser considerado verdad y bien, sin el deber de tener en cuenta las virtudes cardinales, inalterables y perpetuas que vinculan al hombre con su destino, la eudamonía, o felicidad que nos postulaba Aristóteles. Las Virtudes deben ser el rumbo e inspiración de todo orden legal, y no el producto de la expresión agregada de un conjunto de voluntades o reino de los fines que nos decía Kant, como así ocurre en la democracia moderna. Cuando entendemos que la voluntad del individuo puede conformar el orden moral en el que moverse, como así lo establecen los iluministas del s. XVIII, la virtud del Bien, ya no es inimpugnable, sino cuestionable. Y si ese bien común no es ya esencial al hombre, y sí adherible únicamente por un ejercicio de la propia voluntad, el bien de mi prójimo ya no me resulta necesario e innegociable, sino optativo. Y si ese bien ajeno se antepone a mi voluntad será legítimo no respetarlo. Con estas premisas es imposible que se sostenga una comunidad política. Ya nos lo dice Jesús en el evangelio de hoy: “Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa”.

Hoy día vivimos en una sociedad altamente iluminista, liberal, y por ello polarizada. La voluntad del individuo, ilimitada y soberana ha sido encumbrada al canon moral, y no hay disensión que podamos expresar sin incurrir en un delito, algunas veces legal, otras veces social. Nuestra sociedad, que no comunidad, está arrasada de tanto relativismo protegido y subvencionado por ese Estado que se muestra absoluto, y nos es imposible afirmar la eternidad e inmutabilidad de las virtudes cardinales sin ser vistos con sospecha.

Es por ello que el Rey debe ser inflexible en la defensa de la tradición, del acervo cultural y civilizatorio que ha conformado el mundo en el que ha nacido y al que le toca defender de sus enemigos. Esa es su principal función.

En España eso representa vincularse a la tradición católica y no olvidar el faro que significaron las monarquías que conformaron los reinos cristianos y que junto al hecho continuado de la Reconquista configuraron España.

Esa tradición que desde este foro defendemos, debe forzar al rey en su convicción a proteger y fomentar el bien último del hombre, el de todos sus súbditos. Debe ser el espejo de todos nosotros, inspiración y ejemplo de sacrificio. Debe impulsar el ejercicio de las virtudes y la defensa de la moral.

Y aquí surge la principal objeción de aquéllos, que influenciados por los hechos actuales del emérito titular del trono español le hacen a un tradicionalista. “¿Y si el rey es corrupto, o un loco, o un disminuido?”. Pues muy sencillo: Tradición. “REX ERIS SI RECTE FACIES, SI NON FACIAS, NON ERIS” nos decía San Isidoro de Sevilla, ya por el s. VI. Y así entramos en la legitimidad de ejercicio. Pero eso, es harina de otro costal, que abordaremos en otro momento.

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Un comentario en “El porqué de un Rey (II)

  1. Francisco Javier González Jiménez

    Un artículo sublime. Dificilmente una persona letrada y cultivada puede negar lo expuesto por el señor Blanco. Que antes de ser economista, experto en seguridad y bloguero, es un SEÑOR.
    Un cordial saludo.

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