El nacimiento del “espíritu de la Navidad”
(Por Castúo de Adaja)
Abro la puerta de mi hogar y salgo a la calle. Todas las vías públicas del lugar donde vivo están decoradas con fulgurantes luces; en las esquinas se oye vociferar a vendedores de castañas asadas, churros con chocolate y, para finalizar, se ameniza el oído con música propia de estas “fiestas”. Evidentemente, estimado lector, le estoy hablando del “espíritu navideño”, un diabólico invento desde las pérfidas autoridades que mandiles visten para desviar la atención del verdadero sentido de esta celebración.
Alguno habrá que, inocentemente – pues es inocencia aquello que se desconoce – y otro que no tan inocentemente salte con la ya típica excusa del Dies Natalis romano, una fiesta que ni siquiera coincide temporalmente con el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. No obstante, como la ignorancia y la estupidez son hoy en día moda entre los enemigos de la fe, se ha configurado un doble frente de ataque: uno directo y otro subordinado e indirecto. Dícese del ataque directo aquel orquestado por algún ser poco inteligente que se ha empeñado – inútilmente – en asociar la Natividad con una fiesta pagana, intentando con ello minar la historicidad y autenticidad de un hecho histórico; digo más: de “el hecho histórico” por antonomasia, pues nada ha configurado más el curso del tiempo nuestro que la beatífica llegada de Nuestro Señor hecho carne.
No obstante, el Maligno es inteligente como ser angélico que es. Sin embargo, su condición provocó que, tras la caída, el “príncipe de las tinieblas” no pudiera arrepentirse, tal y como expone Santo Tomás sobre la teoría angelical. Y por tal inteligencia tuvo a mal infundir en el corazón de los menos instruidos la voluntad de espontaneidad, que se caracteriza por su irracionalidad, contraria a la Libertad, que es propia de la racionalidad innata del ser humano. La espontaneidad, que parte de la intestina voluptas, ha conquistado la mente de quienes, con buen afán, se han entregado al emotivismo rancio y vacuo. El culto al materialismo ha desterrado del pesebre a Cristo para ocuparlo con la infantil idea de un nuevo “espíritu”; uno que es incapaz de crear, pues sólo uno es Hacedor y Creador del mundo. El “espíritu del mundo” es producto del limitado imaginario del hombre que, basado en las ideas rousseaunianas y nominalistas, niega la realidad y la razón.
No obstante, contra lo volitivo de esta sociedad han de recordarse las palabras de Santo Tomás de Aquino: “Conviene a cada cosa aquello que le compete según su propia naturaleza, como al hombre le conviene razonar, porque ese acto le corresponde en cuanto es racional según su propia naturaleza” (Summa Theologiae, III, q.1, art. 1). Y pues tal es propio del hombre razonar, ha de considerarse que cualquier intento de expulsar a Cristo de su trono de paja es contrario a la razón, por cuanto la razón conduce al ordenamiento hacia la beatitud, persiguiendo el Bien, que no es otra cosa que el perfeccionamiento del hombre. De ello se deduce inevitablemente que todo este “espíritu” que abunda en nuestra sociedad es irracional y, por ende, contrario a la beatitud; aquello que surge de las turbias aguas de la espontánea voluntad está condenado al fracaso, pues sólo la Verdad es permanente. Mas no ha de preocuparse el lector, pues donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (“ubi autem abundavit peccatum, superabundavit gratia” Rm. 5,20).
Con estas palabras quiero poner sobre aviso a los lectores: más peligrosos y dañinos son quienes se entregan a los brazos de este mundialismo navideño que aquellos que lo atacan de frente, pues los últimos son deslegitimados por la falsedad de sus argumentos, mientras que los primeros adquieren fuerza por causa de la ignorancia y de la concupiscente realidad del hombre, que se inclina con mayor facilidad cuanto más es embaucada con placenteras pero falsas cítaras.
En estos tiempos, recordemos que sólo el Verbo encarnado es fuente de salvación; Cristo ya ha vencido y con su nacimiento ya traído el verdadero Espíritu de la Navidad: que cada fiel busque su perfeccionamiento por medio de los medios salvíficos de quien es el Camino, la Verdad y la Vida. ¡Viva Cristo nacido en Belén! ¡Viva Cristo Rey!
He dicho.