El doctor Antoni Macaya nos habla de su libro Un latido en la tumba, sobre la resurrección de Cristo
El doctor Antoni Macaya es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona, especialista en Dermatología. Es también licenciado en Ciencias Religiosas, diácono permanente y padre de familia. Muy involucrado con las personas que sufren dedica parte de su tiempo al Cottolengo del Padre Alegre, sito en la ciudad condal.
Es una persona con muchas inquietudes espirituales, pero ante todo un enamorado de Jesucristo. Cuanto más se conoce a Cristo y a todo lo relacionado con la religión, más se le ama, pero hay que hacerlo con espíritu de niño, algo que tiene muy claro pues en palabras paulinas la mera ciencia hincha, solo el amor edifica.
En esta ocasión nos habla de su libro: Un latido en la tumba, sobre la resurrección de Cristo. Un libro fruto de una larga dedicación y un concienzudo trabajo.
¿Por qué un libro sobre la resurrección?
Dicen que se necesita amor de obras, no de palabras. Pues bien, la mayor obra de amor jamás imaginada es matar a la muerte y al pecado. Eso es verdadero amor de obras.
Los cristianos siempre hablaban de la resurrección en su predicación. En el 100% de los discursos que aparecen en el libro de los Hechos se trata, fundamentalmente, de la Resurrección. Creo que hemos de aprender de ellos. Tanto hablaba San Pablo de la Resurrección… ¡que algunos creyeron que era el nombre de su mujer! Hay mucha oferta emotiva, “espiritual” e incluso religiosa. Pero sólo Jesucristo nos ha demostrado que la muerte es un sustito, una anécdota.
¿Hasta que punto es esencial la resurrección de Cristo en nuestra fe?
“Si Cristo no ha resucitado, comamos y bebamos que mañana moriremos”, decía San Pablo. Podemos decir lo contrario: ¡como sí ha resucitado, comamos y bebamos más contentos! Creo que estamos todos en una fase de perplejidad ante los enormes problemas personales, familiares, sociales… y en la propia Iglesia.
La mejor solución a esos problemas, lo que da más esperanza, es imaginarnos ante el sepulcro, con María Magdalena, el domingo 5 de abril del 33… ver a Jesús resucitado, oír como nos llama por nuestro nombre, y sentir su mirada llena de amor. Ese día, María Magdalena supo que cualquier problema personal o social era una anécdota, algo insignificante ante lo que supone la victoria desbordante de Cristo sobre la muerte y el pecado.
¿Por qué ha querido demostrarla desde el punto de vista histórico?
La Iglesia ha afirmado en diversas ocasiones que la resurrección es “demostrable”. Ahora bien, es demostrable en el modo en que la historia como ciencia demuestra las cosas: encontrado la explicación más plausible. A mí casi me suspenden una asignatura de la carrera de Ciencias Religiosas, porque el profesor insistía en que la resurrección es “metahistórica”.
Me di cuenta de que no entendía eso. Ahora sé que él tampoco lo entendía. Empecé a estudiar, y me di cuenta también de que no entendía bien los relatos de los cuatro evangelios. Hay al menos 12 diferencias importantes. Cada Domingo de Pascua me “comía el coco” porque me parecía que había contradicciones insalvables. Ahora creo no sólo que no hay diferencias insalvables, sino que es imposible escribir esas historias sin que sucediera realmente la resurrección. Hay datos escondidos en cada evangelio, que a primera vista pueden pasar desapercibidos, que muestran que todos los evangelistas conocían la globalidad de la historia.
¿Hasta que punto son sólidas las pruebas en las que se fundamenta?
Gary Habermas y toda una serie de investigadores han publicado una base de datos con más de 3400 artículos sobre la resurrección que han aparecido desde 1975. El estudio demuestra que más del 70% de autores, ya sean creyentes o ateos, están de acuerdo en cinco puntos. Habermas les llama “minimal facts”.
Aunque parezca raro al que no ha leído sobre esto, hay un amplio consenso en que Jesús fue crucificado, sepultado, su cadáver no estaba el domingo en el sepulcro, y fue visto vivo por sus seguidores y por algunos “enemigos”. Por ejemplo, su primo Santiago el menor. Sabemos por fuentes no cristianas que fue lapidado por los judíos en el 64. Es un hecho innegable. Que un judío piadoso del siglo I cambie su monoteísmo estricto por adorar a un familiar suyo en el que no creía sólo se explica por una aparición personal de Jesús resucitado.
El tema de la Sábana Santa y las comprobaciones científicas, ¿hasta que punto está relacionado…?
Está muy relacionado pero la verdad es que no soy experto en la Sábana Santa. En el libro aparecen muchos hallazgos arqueológicos y literarios recientes. Por ejemplo, el cráneo de Caifás, la sinagoga de Magdala, el esqueleto de un crucificado en el año 30, la tumba de Alejandro, el hijo de Simón de Cirene. Es como un puzle gigante con miles de piezas. Cuantas más piezas tienes, más claro queda que el puzle sólo se puede montar si Cristo resucitó.
De todas las maneras la historia y la ciencia solo pueden corroborar lo que creemos por la fe…
“La ciencia hincha, sólo el amor edifica”, dice San Pablo (1 Cor 8). Y continúa diciendo: “si alguno cree saber algo, no conoce como debe… Pero si alguno ama a Dios, ése es conocido por Él”.
La fe es un regalo de Dios. El Señor dijo “felices los que crean sin haber visto”. Ahora bien, no dijo “felices los que crean sin haber pensado”. Y pensar ayuda mucho a conocer a Jesús. Estoy enamorado de Él, me encanta intentar descubrir qué hacía San José, qué libros eran populares, ¿Por qué había tantas bañeras rituales en los pueblos? ¿Dónde estaba el Emaús histórico?… Todo eso ayuda si lo hacemos con un espíritu de niños. No para hacernos sabios.
¿Hasta que punto puede hacer bien el libro a personas alejadas de la fe?
Para empezar, si lo leen se reirán. Aparecen Puigdemont, Messi, Sergio Ramos… La intención es sumergirse en el año 33 en Jerusalén para pensar como pensaba la gente en ese momento. En la Segunda Guerra Mundial, los ingleses reclutaron historiadores para descifrar los mensajes secretos entre los alemanes. La idea es que los historiadores pueden entender mejor por qué la gente de una época y cultura determinada hacen algunas cosas.
Yo he querido que el lector pueda dialogar directamente con los testigos de la resurrección, con Pedro, Pablo, Santiago, Magdalena, etc. A partir de ahí, se abre el misterio: cada uno de nosotros se debe colocar ante Cristo crucificado y resucitado. Ya es una cosa de cada uno con Él.
¿Por qué merece la pena leer el libro?
Seré muy sincero: ahora que lo he visto publicado, he encontrado muchos errores. Lo siento. Pero lo que me descarga la conciencia es que no hay otro libro así en castellano. Se puede encontrar libros muy eruditos que tratan un aspecto en concreto. Por ejemplo, con Tom Wright comprenderemos el judaísmo del siglo I. Con Richard Bauckham aspectos lingüísticos. Con Larry Hurtado, el culto inicial a Cristo. Si lees a Michael Licona, entiendes cómo escribían los mejores autores del siglo I y ves que un mismo autor, Plutarco, explica de cuatro formas distintas el asesinato de César. Gary Habermas te hace entender que el credo que aparece en 1 Cor 15 se elaboró… ¡6 meses después de la crucifixión!
Pues bien, en este libro está todo ordenadito y te haces una idea de las aportaciones de estos y de otros autores que, por cierto, son famosísimos en Estados Unidos.
Javier Navascués Pérez