El aborto como derecho
Allá por los años 80 del pasado siglo en Argentina la gente compartía grabaciones de bromas telefónicas realizadas por Julio Victorio de Rissio, más conocido como el Doctor Tangalanga, su nombre artístico.
La “carrera” del señor de Rissio comenzó de manera accidental en 1958 cuando realizó su primer llamada para hacer reír a un amigo suyo postrado y gravemente enfermo. Tras un breve periodo de pausa luego de la muerte de su amigo, forzado ésta vez él mismo a guardar reposo, reanuda su actividad llamando a anuncios de la sección de clasificados de los periódicos. Lo que comenzó como un entretenimiento entre amigos se convertiría en todo un fenómeno de masas al comenzar a distribuirse grabaciones de sus bromas. Todo un logro difícil de apreciar hoy en día en que las cosas más peregrinas alcanzan la para muchos codiciada etiqueta de “virales” gracias a las omnipresentes redes sociales.
En una de sus célebres llamadas, Tangalanga llama a un anunciante de “masofilaxia”, eufemismo utilizado para encubrir prostitución masculina. Conforme avanza la conversación y ya con el “masajista” más que molesto, el bromista pregunta candorosamente si el que lo pongan a uno “mirando a Cuenca” puede ser considerado un servicio como afirma su interlocutor.
Todo esto viene a cuento de la consagración del aborto como derecho en la constitución francesa.
Vista la catadura de los políticos hoy en día, más incompetentes y abyectos que ayer pero menos que mañana, no es de sorprender que vengan a vender como derecho algo tan abominable como el infanticidio. Interrupción voluntaria del embarazo es el eufemismo empleado de igual modo que los prostitutos de la llamada disfrazaban sus actividades bajo el de “masofilaxia”.
Consumada la “hazaña” legislativa en Francia y a la espera de se reproduzca en muchos otros países víctimas del mal llamado progresismo, sólo queda preguntarnos cuándo pasarán de otorgarnos “derechos” no demandados a ampliar su oferta de “servicios” no requeridos.
Mi primer consejo es cuidarse bien las espaldas (literalmente) pues uno nunca sabe. El segundo, plantar cara