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12 de mayo de 2020 1 /

Consideraciones de un jubilado sobre el comportamiento de los españoles ante el COVID-19

Desde el privilegiado mirador del confinamiento doméstico se nos brindan mil ocasiones para reflexionar sobre el comportamiento de las gentes y sobre el modelo político que rige nuestras vidas individual y colectivamente. La invasión del CONVID-19, tan perfectamente descrita en el salmo 90 (91): (5. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, 6. ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la plaga que acecha a mediodía) ha puesto en mi corazón la distancia necesaria para arrinconar temores y poder contemplar serenamente el espectáculo inusitado que se está produciendo ante nuestros ojos. Y ¿cómo es posible?:(9. porque hiciste del Señor tu refugio, del Altísimo, tu morada. 10. No se te alcanzará la desgracia ni la plaga se acercará tu tienda, 11. porque a sus ángeles ordenará que te guarden en tus caminos.) Sé que la muerte de cada ser humano está en manos de Dios. Y es locura querer hombre vivir, cuando Dios quiere que muera.

Si la tumba o el crematorio es el final del camino, el alboroto de las gentes es alucinante: ¿pero cómo es posible que a estas alturas de nuestra civilización moderna, en nada menos que el siglo XXI, un virus microscópico aparezca como una invasión extraterrestre y deje la seguridad del mundo con el culo al aire?, Oh admirable sabiduría que nos llega por las ondas de las radios “La muerte vuelve a formar parte del orden ordinario de la vida”. Mire usted por dónde. Pero si como las sirenitas de Ándersen íbamos a prolongar la vida por lo menos hasta los trescientos años. ¿Para qué está la ciencia y el Estado sino para que sea innecesaria la Providencia de Dios?. Dejando sornas aparte. Voy a detenerme en dos consideraciones que pueden ayudarnos a descubrir la actualidad de los fundamentos doctrinales y prácticos de la España tradicional y la razón profunda de su resistencia, contra viento y marea.

PREVALENCIA DEL DERECHO POSITIVO

Ha calado tan mayoritariamente que las leyes son la expresión de la voluntad o interés general habitualmente recogidas en constituciones escritas, elaboradas en determinados momentos constituyentes, sin más fundamento que el criterio de los prohombres designados y el refrendo de la nación, origen excluyente de la única soberanía reconocida, que disentir al menos en aquellos asuntos que están por encima de la voluntad de los hombres o que contradicen la misma naturaleza de las cosas, es arriesgarse a la exclusión social, a ser encerrado en el reducto de los proscritos, a ser tachado de antisocial y de antigualla de otros tiempos.

Nosotros sabemos que las leyes son ordenación de la razón; que tienen como fin el bien común y que han de ser promulgadas por quien tiene el encargo de cuidar a la comunidad. Repetimos que la legalidad no es sinónimo de justicia y que las mayores injusticias pueden realizarse con el amparo de la legalidad vigente.

De pronto un minúsculo coronavirus echa por tierra todos los fundamentos del ordenamiento político incluidos los derechos fundamentales de las personas. Ya no sirve que las normas queden avaladas por voluntades mayoritarias ni incluso unánimes. El fundamento de las normas emanará de la naturaleza del virus y de poco servirá el parecer amparado en las leyes frente al juicio de los expertos. La vida y la muerte -desde el origen de la vida hasta el final- lo decidimos sin tener en cuenta ni la naturaleza del ser humano ni el conocimiento científico, ni los más elementales principios éticos. ¿De cuántos asuntos hemos sido testigos sobre la familia, la educación, la libertad, etc. si no hemos tenido pudor en expulsar al mismo Dios? Para todo esto no es necesario conocer lo que cada cosa sea; es suficiente con quererlo. Y, mire usted por dónde, se nos ha convertido el virus en quinta columna que pone al descubierto las contradicciones y debilidades del sistema político contemporáneo. Estoy convencido de que las improvisaciones, desaciertos, errores y tantos disparates de nuestros políticos han nacido de sus hábitos políticos, de sus tics aprendidos en la vida política imperante. Los aciertos mayores los han conseguido quienes han comprendido la gravedad del mal y han aplicado las medidas que la realidad exigía. Ya no sirven los sofistas por hábiles manipuladores que sean de la palabra y dominen el secreto de persuadir con sus soflamas. Los muertos son los muertos, por mucho que los difuminen las estadísticas. Pero ¿aprenderemos la lección?

La constitución natural de España, anterior al constitucionalismo vigente, tiene una larga historia, cuyos exponentes máximos brillaron en los siglos XVI y XVII, juristas como Vitoria, Suarez o Molina, pero que ya en sus orígenes nos permiten adivinar la grandeza de su empeño. Os cito de la Partida primera, dedicada a la Leyes, de Alfónso la Ley o artículo 8

Ley 8: “Las leyes han de ser cumplidas y cuidadas y miradas para que sean hechas con razón y las cosas hechas según naturaleza; las palabras de las leyes han de ser claras para que todo hombre la entienda y guarde en su memoria: Otrosí deben ser sin escasez y sin punto para que los hombres del derecho saquen razones torcidas por su maldad, y muestren la mentira por verdad y la verdad por mentira.”

Sin comentarios.

Para eliminar el virus no sirven los voluntarismos. Una vez más el conocimiento (ordenación de la razón) ha de ir por delante y la acción siempre según la naturaleza de las cosas. Lo demás claridad en las palabras para que los ladinos (los latinos) no encuentren triquiñuelas, saquen razones torcidas por su maldad, y muestren la mentira por verdad y la verdad por mentira.. Menos mal que esto era para los hombres del siglo XIII.

El otro aspecto que quería resaltar es el escándalo que produjo en los medios de comunicación el comportamiento de los padres al saltarse las mínimas normas de salud al sacar a sus hijos a la calle después de mes y medio. Los ciudadanos han sido educados para participar en la política el día de las elecciones. La política es para los que viven de ella. El criterio generalizado es que hecha la ley, hecha la trampa. Transgredir la ley es una manera de mostrar tu autonomía con tal de que no te cojan. 700000 multas por evadir el confinamiento algo indica. No están acostumbrados nuestros ciudadanos a que en cualquier ley o norma nos va la vida en ello o el bien o la justicia y hasta la misma libertad. El cuidado de todo es responsabilidad de cada persona. Por eso es sagrado el principio de subsidiaridad: lo que pueda hacer el inferior en rango, no se lo de hecho el superior, sino que cada uno apechugue con su responsabilidad. Lo que no pueda, súplalo el de rango superior. Por ello es imprescindible la jerarquía que nunca será privilegio sino servicio fundamentada en los dos conceptos de poder y autoridad. Lo demás es pedir peras al olmo,, esperar sumisión cuando has predicado la autosuficiencia frente a las leyes de Dios y el predominio de la voluntad sobre la razón. La leyes no son buenas porque están vigentes sino porque con precisión respetan la naturaleza de todo y aseguran el bien común. No se obedecen por legales sino por justas.

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Un comentario en “Consideraciones de un jubilado sobre el comportamiento de los españoles ante el COVID-19

  1. Ramón de Argonz

    Muchas gracias, Santiago.

    Responder

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