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26 de marzo de 2020 0 /

Cisne Negro

Por Luis Eduardo López Padilla (Apocalipsis Mariano)

El término “cisne negro” proviene del poeta latino Juvenal, quien a fines del siglo I y principios del II d.C. habló de “un ave rara en la tierra muy parecida a un cisne negro”. En Europa nadie había visto un cisne negro por lo que durante siglos se empleó la expresión para referirse a situaciones inexistentes, aunque teóricamente posibles. En 1697, sin embargo, se descubrió un cisne negro en Australia. A partir de entonces el término significó algo que parece imposible, pero que al final sí existe.

Nassim Nicholas Taleb, un excéntrico pensador y financiero libanés nacionalizado estadounidense, tomó la expresión para su libro El cisne negroel impacto de lo altamente improbable. Planteó que el pasado no puede usarse para predecir el futuro: “Nuestro mundo está dominado por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable (improbable según nuestro conocimiento actual) y mientras tanto nos pasamos el tiempo en conversaciones sin importancia que se concentran en lo conocido y lo repetido“.

Algunos autores han querido ver en el COVID-19 un ejemplo de cisne negro que lastimará profundamente la economía. Quizá no sea algo totalmente imprevisto. Autores como Laurie Garrett, quien escribió The Coming Plague en 1995, han señalado que deben registrarse nuevas y devastadoras epidemias en un planeta que ha perdido equilibrios. De lo que no hay duda es de que el nuevo coronavirus ha tomado al mundo por sorpresa.

Novela Profética

Asimismo, llama la atención la novela profética escrita por Dean R. Koontz quién en una obra publicada en 1981, Los ojos de la obscuridad, relata la irrupción en el mundo del siglo XXI, concretamente “alrededor del año 2020”, de un arma biológica denominada “virus Wuhan-400”. Las alusiones a la epidemia aparecen en el capítulo 39 y forman parte de una trama secundaria de la historia. Pero son sorprendentes las coincidencias con la alerta sanitaria lanzada por la OMS. La novela Los ojos de la oscuridad (The eyes of darkness) pasó bastante desapercibida cuando se publicó en 1981.

¿Pero qué cuenta Koontz en la novela? Habla de que una “severa enfermedad parecida a una neumonía” se extendería por todo el mundo y resistiría todos los tratamientos conocidos. De golpe, “tan rápido como surgió se desvaneció”. Al cabo de diez años volvió a atacar para luego desaparecer para siempre.

Uno de los párrafos proféticos es el que menciona que el científico chino Li Chen trajo a Estados Unidos un diskette (eran los años 80´s) con la información de la “más importante y peligrosa nueva arma biológica en una década”: “Llamaron a la cosa Wuhan-400 porque se desarrolló en sus laboratorios de investigación sobre ADN a las afueras de la ciudad de Wuhan”. Su virus es una “arma biológica perfecta” pero con muchas aparentes diferencias con el Covid-19: sólo sobrevive un minuto fuera del cuerpo, sólo afecta a humanos y resulta mucho más letal…

Mucha propagación, mínima letalidad

El nuevo virus rebautizado COVID-19 por la OMS muestra hasta ahora que su letalidad es cuando menos bastante inferior a la de la gripe estacional que nos visita cada año. Más aún, el número de decesos comparados con otras enfermedades o contagios es proporcionalmente baja o muy baja.

De acuerdo con la agencia norteamericana CDC, Centers for Disease Control and Prevention, mueren al día cientos y miles de personas por tuberculosis, hepatitis B, neumonía, SIDA, malaria, rotavirus, cólera, meningitis, rabia, incluso fiebre amarilla, más que por el COVID-19. Más aun, hablar de una pandemia mortal es referirnos a la llamada gripe española. Hace un siglo, la pandemia de influenza “española” infectó a más de la cuarta parte de la humanidad, matando a cerca de 40 millones de personas (más del 2% de la humanidad de ese entonces, una de cada 50 personas murió). Un 2% de fallecidos con la actual población mundial de 7,500 millones tendríamos que sumar un número de 150 millones de muertos. ¿Cuántos han muerto hasta hoy por el coronavirus? Hasta marzo 17 se contabilizan 7,100 personas lamentablemente fallecidas.

¿Qué tan justificada es la reacción en muchos países? Es cierto que hay algunas exageraciones, pero el riesgo es real. Se estima que, si China no hubiese implementado severas medidas de contención en Wuhan, por el crecimiento exponencial ahora tendríamos decenas de millones de casos en todo el mundo. Según los datos reales, el contagiarse no es más que un resfriado para la mayoría de los que contraen el virus (80%). Pero dependiendo de la calidad de la atención, entre el 1% y 3% de los casos son mortales. Más aún, 15%-20% de los casos requiere de hospitalización, y 5%-10% en cuidados intensivos. Sin contención, el número de casos puede aumentar 50% por día, lo cual implica que en menos de un mes todo un país podría estar infectado. Algunos hospitales en Italia quedaron saturados cuando tenían menos de diez mil casos, lo que ha llevado a que tengan una tasa de mortalidad mucho mayor que Corea o Japón. En México tenemos menos camas que en Italia, pero más del doble de población. El cuestionar las medidas preventivas o el retrasarlas hasta que sea demasiado tarde hace notar que no entendemos el riesgo del problema.

Así pues, el tema del coronavirus o COVID-19 no está representado por la tasa de mortalidad de la enfermedad, sino por la rapidez de la infección en la población. Esto podría infectar a cientos de miles o millones. Si en México por ejemplo se infectara solo un 10% de la población, el 80% podría curarse con cuidados similares a la gripe en sus casas. Pero un 20%, es decir, poco más de 2 millones tendría que ser hospitalizado y un 7% (unos 150,000 enfermos) tendrían que recibir cuidados intensivos para ventilar los pulmones. De lo contrario, morirán. Y no hay sistema médico en el mundo que soporte esta eventualidad. Simplemente se rompería el sistema. Sería el caos.

Se está buscando la vacuna apropiada en institutos médicos de China, Alemania, Israel y Estados Unidos, como CureVac y BioNTech, así como Moderna & NIH, Gilead e Inovio. Luego que se pruebe su resultado hay que producirla en escala mundial. Esto llevaría entre 12 y 24 semanas.

Paradójicamente, las naciones afectadas que presentan hoy las temperaturas más altas; Tailandia, Malasia, Birmania, Filipinas, Singapur y Australia, lograron por ahora disminuir la velocidad de contagio, a un ritmo en el cual los nuevos casos se reducen cada día. Casualmente los primeros cuatro están lejos de contar con el mejor sistema médico, pero sí con las más altas temperaturas en el mes superando los 30 grados con una elevada humedad. Por el contrario, países con una explosión en casos como Italia, Irán y Corea mantienen temperaturas de entre 4 y 18 grados, aunque este último con un excelente sistema médico logró contrarrestar la expansión. Sin embargo, estos datos son anecdóticos debido a que la OMS claramente cita que el calor no debilita al virus. Los especialistas tendrán la última palabra.

Pero el colapso del sistema de salud también tiene otras consecuencias. El primero es el colapso del sistema de producción del país. Las crisis económicas generalmente surgen de la falta de oferta o demanda. Pero si quienes quieren comprar se tienen que quedar en casa y las tiendas están cerradas y quienes podrían ofrecer no pueden llevar sus productos a los clientes, porque las operaciones de logística, el transporte de mercancías y los puntos de venta están en crisis, entonces sería el caos.

Tormenta Perfecta

Nouriel Roubini es un destacado economista contemporáneo. Es profesor de Economía en la Universidad de Nueva York y presidente de la consultora RGE Monitor. Nouriel Roubini ganó notoriedad por sus acertadas previsiones sobre la recesión internacional desencadenada por la crisis de las hipotecas sub prime por lo cual se ganó el apelativo de “Dr. Doom” (Doctor Catástrofe). Inicialmente consideradas pesimistas, sus predicciones demostraron ser precisas conforme se desarrollaba la crisis financiera de 2008.

La expresión “tormenta perfecta” fue acuñada hace varios años por el economista Roubini, para indicar una combinación de condiciones financieras que podrían conducir a un colapso del mercado. “Habrá una recesión mundial debido al coronavirus”, dice Roubini, quien agrega: “la crisis explotará y resultará en un desastre”. Las previsiones del economista se confirman por la caída de los precios del petróleo tras el fracaso de la OPEP para acordar con Arabia Saudita que, desafiando a Rusia, ha decidido aumentar la producción y reducir los precios, pero es probable que sea confirmada por el despliegue de otros eventos, como la estrepitosa caída de las Bolsas en el mundo y la devaluación del peso-dólar que ya traspasó los 23 pesos.

En entrevista concedida a CNBC el pasado 10 de marzo, sentenció que la recesión que pudiera venir a consecuencia del coronavirus, el crecimiento económico en el mundo sería negativo. “Hay un crecimiento negativo en China, Japón, Corea del Sur e Italia. Estados Unidos tiene apenas un 1% de crecimiento y la eurozona está cerca del 0%”, expresó Roubini. Según el profesor de economía, si en el primer trimestre hubo un impacto económico negativo, arrastrados por China, en el segundo trimestre podría ser por Estados Unidos y Europa.

“Es probable que en China tome 3 meses para detener el pico de contagio – como así parece ocurrir – y en Europa y Estados Unidos puede tardar dos trimestres y eso significa que se tendría una recesión hasta el tercer trimestre, y solo se necesitan dos trimestres para tener una recesión global”, explicó, añadiendo que aún se debe determinar cuán severa será esta crisis.

Caos psicológico y anarquía social

Pero hay otro punto que comienza a vislumbrarse: no solo existe el colapso del sistema de salud: no solo existe la posibilidad de una grieta económica, sino que también puede haber un colapso del estado y la autoridad, en una palabra, anarquía social.

Las epidemias tienen consecuencias psicológicas y sociales por el pánico que pueden causar. La psicología social nació entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Uno de sus primeros exponentes es Gustave Le Bon (1841-1931), autor de un famoso libro titulado Psychologie des foules, Psicología de las Masas (1895).

Analizando el comportamiento colectivo, Le Bon explica cómo en la multitud el individuo experimenta un cambio psicológico mediante el cual los sentimientos y las pasiones se transmiten de un individuo a otro “por contagio”, como es el caso de las enfermedades infecciosas. La teoría moderna del contagio social, inspirada en Le Bon, explica cómo, protegida del anonimato de la masa, incluso el individuo más pacífico puede volverse agresivo, actuando por imitación o sugerencia. El pánico es uno de esos sentimientos que se transmite por contagio social, como sucedió durante la Revolución Francesa en el período que se decía del “gran miedo”.

Si la crisis económica se suma a la de salud, una ola descontrolada de pánico puede desencadenar los impulsos violentos de la multitud. El estado es reemplazado por tribus, pandillas, especialmente en los suburbios de los grandes centros urbanos. La anarquía tiene sus agentes y la guerra social, que fue teorizada por el Foro de Sao Paulo (una conferencia de organizaciones latinoamericanas de extrema izquierda), ya se practica desde Bolivia hasta Chile, Venezuela hasta Ecuador, y puede pronto expandirse a Europa.

Pero si esto es cierto, el historiador y analista italiano Roberto de Mattei afirma que, “quienquiera que salga derrotado por esta crisis es precisamente la utopía de la globalización, presentada como el camino principal destinado a conducir a la unificación de la humanidad. De hecho, la globalización destruye el espacio y pulveriza las distancias: hoy la regla para escapar de la epidemia es la distancia social, el aislamiento del individuoEl asesino de la globalización es un virus global llamado coronavirus. No es el fin de las fronteras, anunciado después de la caída del Muro de Berlín. Es el fin del mundo sin fronteras. No es el triunfo del nuevo orden mundial: es el triunfo del nuevo desorden mundial. El escenario político y social es el de una sociedad que se desintegra y descompone… El coronavirus nos devuelve a la realidad. Es el final de la “aldea global” (Italia, 14 de marzo LifeSiteNews).

La Filosofía y Teología de la Historia 

La teología y la filosofía de la historia son campos de especulación intelectual que aplican los principios de la teología y la filosofía a los acontecimientos históricos. Como Juan –el discípulo amado de Jesús– el teólogo de la historia es como un águila que juzga los acontecimientos humanos desde las alturas, pues la historia no es una sucesión determinista y fatalista de eventos. El maestro de la historia es Dios, quien se ha reservado para sí el inicio, el culmen y el desenlace, dicho teológicamente, CreaciónRedención y Parusía. Y así todo lo que sucede en el mundo o Dios lo quiere o Dios lo permite, pues no se mueve la hoja de un árbol si no es por voluntad divina, y por eso “todos los cabellos de vuestra cabeza están contados” (Lc 12,7).

La Iglesia, que no es una institución humana ni social, y tampoco una ONG, debe, como la Esposa de Cristo, saber y aprender a discernir los signos de los tiempos, y colegir que esta suma de eventos por las que estamos transitando no es aleatoria ni mero efecto de la naturaleza, sino que la mano de Dios está presente, y en esta cuaresma está dando una nueva oportunidad de conversión y llamando una vez más a la oración, sacrificio, ayuno y penitencia. No olvidar que las epidemias han acompañado la historia de la humanidad desde el principio hasta el siglo XX y siempre se han entrelazado con otros dos flagelos: las guerras y las crisis económicas. Las hambrunas, la peste y las guerras del siglo XIV fueron interpretadas por el pueblo cristiano como signos del castigo de Dios.

San Bernardo de Siena (1380-1444) afirmaba que tres son los azotes con los que Dios castiga a los pueblos: guerra, peste y hambre. Otros santos como Catalina de Siena, Brígida de Suecia, Vicente Ferrer, Luis María Grignion de Monfort, explicaron cómo los desastres naturales en la historia siempre han acompañado las infidelidades y la apostasía de las naciones. Hoy no es novedad constatar cómo esta generación se ha vuelto contra Dios y contra Su Cristo, y los pecados de muerte, violencia, egoísmo, mentira, lujuria, soberbia, etc. campean sobre la redondez de la Tierra. Estos eventos que están sucediendo y otros que vendrán después son consecuencia del pecado de los hombres y de las naciones en su conjunto, pues más allá del virus biológico, existe otro virus letal que hace perder el alma para siempre, y que parece importar poco o nada, y que se llama pecado.

La teología de la historia afirma que Dios recompensa y castiga no solo a los hombres, sino también a las colectividades y grupos sociales: familias, naciones, civilizaciones. Pero mientras los hombres tienen su recompensa o su castigo, a veces en la tierra, pero siempre en la eternidad, las naciones sin vida eterna son castigadas o recompensadas solo en la tierra. Dios puede, con milagros, cambiar las leyes de la naturaleza, evitando el sufrimiento y la muerte de un hombre, o la masacre de una ciudad, también puede decidir el castigo de una ciudad o un pueblo, porque pecados colectivos llaman castigo colectivo.

Pero lo más alarmante es la pérdida de la fe de una mayoría de  sacerdotes y obispos que les ha llevado a una ceguera del entendimiento y a un endurecimiento del corazón que les acarrea una indiferencia profunda para entender el plan de Dios para este tiempo.

El gran pecado contemporáneo es la pérdida de la fe de los pastores y jerarcas de la Iglesia, con algunas excepciones, gracias a las cuales la Iglesia aún no ha desaparecido. Por eso no es de extrañar ni sorprender que no obstante estar en el tiempo de cuaresma, la circunstancia del virus no ha sido ocasión para llamar a la conversión, a la penitencia, a volver a Dios, a pedir a Él y a la Santísima Virgen que por su intercesión acorten el tiempo de la prueba, a asistir a los enfermos graves con los santos óleos, a acompañar a los fieles en sus temores, dudas y aflicciones, sino que por el contrario, se han silenciado; han cerrado iglesias, Santuarios de la Virgen como el de Lourdes, (especialmente querido por el Cielo para que con el agua se sanen cuerpos y almas); han suspendido los sacramentos, y en algunos lugares hasta no celebrar la Eucaristía. Por eso, no se extrañen si pasada esta crisis, muchos fieles abandonen definitivamente la Iglesia…

En la víspera de la segunda sesión del Concilio Vaticano I, el 6 de enero de 1870, San Juan Bosco tuvo una visión en la que se le reveló que “la guerra, la peste, el hambre son los azotes con los que se golpeará el orgullo y la malicia de los hombres“. Así dijo el Señor: “Ustedes, sacerdotes, ¿por qué no corren llorando entre el vestíbulo y el altar, invocando la suspensión de los flagelos? ¿Por qué no toman el escudo de la fe y van por los tejados, en las casas, en las calles, en las plazas, en todos los lugares, incluso inaccesibles, para llevar la semilla de mi palabra? ¿Ignoran que esta es la terrible espada de dos filos que derriba a mis enemigos y que rompe la ira de Dios y de los hombres?

Colofón

Todas las profecías se cumplirán. Y si bien esta crisis puede traer efectos devastadores en el campo médico y de salud, así como económico, financiero, humano, político, eclesial y espiritual, si los hombres seguimos sin cambiar, aún estarán a las puertas grandes desastres para la humanidad ocasionadas por catástrofes naturales de origen cósmico; guerra entre naciones poderosas; cisma en la Iglesia que traerá su oscuridad y los tiempos más difíciles desde que las naciones existieron por primera vez.

Sin embargo, queremos enfatizar que esta prueba debe ser motivo de conversión y fortalecimiento de la fe, pues quien a Dios pone su vida nada temerá. “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Salmo 91, 10-11).

De alguna manera, como escribe C.C.Pecknold en First Things, “los cristianos en esta Cuaresma somos como Israel en el exilio de Babilonia, sin tierra ni templo. Sentimos el pánico de esta pandemia dentro de un tipo de recinto babilónico. Sin embargo, el cristiano debe dar testimonio de una fe diferente. Como San Agustín enseñó, Dios creó y sostiene el mundo a través de su Palabra eterna. La creación no es caótica y caprichosa, sino que tiene medida, orden y peso: la creación es razonable, tiene un propósito. Y el sufrimiento también tiene un propósito. 

El recinto babilónico le enseña al mundo que el mal y el sufrimiento anulan nuestra fe en Dios, ya que un Dios que no puede detener el sufrimiento no es Dios en absoluto. Solo la “ciencia” puede ayudar. Pero tal fe está evidentemente vacía y perdida. Deja a las personas sin esperanza ni propósito, sin tierra ni templo.

Como nos enseña San Agustín, Dios no es la causa de ningún mal; el mal no es más que la privación del bien. Dios ha hecho al mundo “muy bueno”. Sin embargo, debido a nuestra primera Caída, Dios permite el sufrimiento, precisamente para revelar su amor y respeto por su criatura como a su propia imagen. Así como Dios puede sacar el bien más superabundante del mal, a través de Jesucristo; por su gracia nos ha hecho capaces de sacar el bien de los males temporales” (17 de marzo. Creación, caída y coronavirus en First Things).

No tengamos miedo. Frecuentemos los sacramentos como mejor nos sea posible. En su caso, hagamos comuniones espirituales. Asumamos un espíritu de sacrificio, negación y penitencia. Recemos diariamente el Santo Rosario. Acudamos a María, Auxilio de los Cristianos y Salud de los Enfermos. Si somos fieles al Evangelio, todo concurrirá para nuestro propio bien espiritual, y con la fe saldremos victoriosos para las futuras pruebas que nos darán la corona de la Vida.

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