Canon: una investigación que demuestra la verdad histórica de los Evangelios, último libro de Laureano Benítez Grande-Caballero
En estos tiempos en los que se habla tanto de la inicua «memoria histórica», con la que la ideología neomarxista quiere manipular nuestra historia reciente para borrar las huellas de los crímenes marxistas de la República, utilizando las más sofisticadas estrategias de la ingeniería social para imponer totalitariamente su «Himalaya de mentiras», hay otra memoria que también se quiere tergiversar, una historia que se quiere desnaturalizar para que encaje en los falsos postulados de la ideología modernista: la de la veracidad histórica de los Evangelios Canónicos.
El movimiento modernista que se ha inoculado en la Iglesia desde el laicismo, ha producido una corriente exegética que pone en duda el valor histórico de los Evangelios, a los que el criticismo considera una colección de fábulas, de mitos, de leyendas, de historias cuyo contenido apologético les priva de su veracidad.
Desmontar estas corrientes laicistas sobre el Canon, demostrando su verdad histórica, es el objetivo de la investigación que Laureano Benítez Grande-Caballero acomete en su nuevo libro, al cual entrevistamos:
¿Cómo surgió la idea de publicar una obra sobre la veracidad de los Evangelios?
CANON es la tercera parte de una trilogía de obras que he dedicado al estudio de temas bíblicos. Los dos trabajos anteriores fueron CRUCIFIXIO —sobre la Pasión y Muerte de Cristo—, y RESURRECTIO —sobre la Resurrección—. El objetivo que persigo en estas tres obras es el de recusar los postulados modernistas y laicistas sobre la veracidad histórica de la figura de Jesús, que frecuentemente buscan desacreditarla a partir de un método histórico-crítico desarrollado desde actitudes escépticas, y cuyas críticas son otra modalidad de persecución a la Iglesia, acumulables con otros ataques del laicismo agresivo a la fe católica. Estos ataques tienen lugar en todos los órdenes, pero las agresiones a los Evangelios no son lo suficientemente conocidos, no hay plena conciencia entre los católicos de esta carcoma con la que pretenden corroer los fundamentos de nuestra fe. De ahí que estos trabajos pretendan sacar a la luz esta sibilina persecución.
Como afirma José María Iraburu, «La profanación de las Escrituras, especialmente del Evangelio, realizada por la exégesis protestante liberal y por el modernismo católico, puede considerarse como el mayor mal sufrido por la Iglesia en su historia, pues esa falsificación total del Evangelio es “el conjunto de todas las herejías».
El efecto mancomunado de estos postulados críticos ha dado como resultado que, en general, después de casi tres siglos de crítica histórica, si tuviéramos que eliminar todos los episodios evangélicos que han sido cuestionados por los investigadores, solamente nos quedaríamos con unos cuantos. Todo lo demás, según estos críticos, es invención, apología, profecía, simbolismo, exageración…
La intención de esta trilogía puede resumirse con las siguientes palabras: «Santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pedro 3:15).
Es bien sabido que desde comienzos del siglo pasado la corriente modernista que impugna los Evangelios se infiltró en la exégesis tradicional, en especial desde la exégesis liberal protestante. ¿Cómo ha respondido la Iglesia a esta infiltración?
En la encíclica Pascendi (1907), san Pío X explicaba claramente la metodología que emplea el modernismo para socavar la historicidad de los Evangelios. En la instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica De historica Evangeliorum veritate (21 abril 1964), Pablo VI reafirma enérgicamente la verdad histórica de los Evangelios. Al comienzo de dicha instrucción se denuncia la difusión de escritos que dudan de la verdad histórica de los dichos y hechos de los Evangelios. Debido a la intervención personal de Pablo VI, la constitución dogmática Dei Verbum (18 noviembre de 1965) mantuvo vigente las grandes verdades de la fe sobre las Sagradas Escrituras, proclamando sin asomo de duda la veracidad y la historicidad de los cuatro Evangelios, tanto de las palabras de Jesús, como de los hechos de su vida, subrayando además que los autores de los escritos fueron testigos fidelísimos asistidos por el Espíritu Santo.
Sin embargo, Vittorio Messori denuncia el hecho sorprendente de que en la teología y la exégesis bíblica actuales cada vez está más extendida y generalizada la aceptación de los postulados desarrollados por un conjunto de doctrinas críticas que hasta hace bien poco eran rechazadas por haber sido elaboradas por escépticos e incrédulos: «¡Tan sólo nosotros, simples creyentes, somos tan incautos para tomar los Evangelios al pie de la letra, haciéndonos la ilusión de que lo que narra se corresponde con lo que realmente pasó!».
Usted no es teólogo, ni biblista, ni tenía ningún conocimiento especializado que le ayudara en esta labor investigadora. ¿Cómo superó este obstáculo?
Pues como se superan todos los impedimentos a las actividades que acometemos: con infinita paciencia, y con una ímproba dedicación. Pienso que, más que un obstáculo, el ser un lego en la materia me ayudó en mi trabajo, ya que pude desarrollarlo sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, sin estar mediatizado por el academicismo. Pienso que el gran mérito de CANON ha sido que es una obra escrita por un simple creyente, pues esto me ha dado libertad para exponer ideas nuevas, sin importarme que vayan contra la hipótesis más menos «oficiales»
Por supuesto, mi falta de formación académica me obligó a consultar muchas fuentes, la mayoría de ellas pertenecientes a la bibliografía básica sobre el tema.
¿Qué metodología empleó en su investigación para probar la veracidad histórica de los Evangelios?
Pues empleé precisamente el método histórico-crítico que emplean los laicistas librepensadores para atacar la credibilidad del Canon, pero desde una perspectiva de fe. Este método historiográfico se basa en la crítica textual, el análisis lingüístico y semántico, el estudio de los géneros literarios y el proceso de redacción. Para entender también los textos evangélicos es preciso asimismo el conocimiento del contexto sociocultural donde nacieron, a través de la antropología cultural.
Hay quien opina que no es tan importante la cuestión de determinar si los Evangelios son fiables o no desde el punto de vista histórico, ya que las enseñanzas que contienen son útiles independientemente de la veracidad o falsedad de sus narraciones. Desde este punto de vista, ¿por qué es tan importante para el creyente de hoy creer en la veracidad histórica de los Evangelios? ¿No es suficiente solo con tener fe en ellos, en que son textos revelados por Dios?
La irrelevancia de los datos históricos se puede aplicar a otras religiones, pero no a la cristiana, ya que ésta tiene como pilar fundamental la encarnación de Dios en nuestra historia, la intervención divina en nuestras circunstancias espacio-temporales, fenómeno que dio lugar a que el Eterno se involucró en nuestro tiempo, a que el reino de Dios invadió nuestra tierra. Así pues, la historicidad del NT es una garantía fundamental para la veracidad de la fe cristiana, ya que los Evangelios cristianos no son ni un sistema metafísico ni un código de conducta, sino que, por encima de todo, son «Buenas Nuevas» que hacen del cristianismo una religión histórica: Cristo es Dios encarnado en nuestra historia, algo que le diferencia sobremanera de los otros fundadores de religiones, en los cuales solamente es relevante el corpus de enseñanzas que transmitieron. Pero la figura de Cristo nos es conocida a través de los Evangelios, de ahí la necesidad de que éstos tengan una veracidad histórica garantizada por la investigación, y no solamente por la fe del que cree en ellos. El debate sobre la Persona de Jesús tiene a los Evangelios como campo de batalla.
¿De qué principios depende la veracidad histórica de los Evangelios, la cual pretende demostrar en las siguientes páginas?
Los argumentos que la mentalidad escéptica maneja a la hora de desarrollar su análisis crítico de los Evangelios son variados: su cronología es muy posterior a los hechos (más de 30 años para el texto más antiguo, el de Marcos); sus autores no fueron testigos directos, sino de «segunda generación», lo cual les otorga una datación más tardía, les resta credibilidad y les añade fantasía y leyenda; los Evangelios están manipulados y deformados para adaptarlos a las exigencias apologéticas de las primeras comunidades cristianas, por lo cual son más catequesis que narración histórica; los textos canónicos presentan tantas divergencias y contradicciones entre los distintos evangelistas, que el conjunto se hace confuso y difícil de creer; un conjunto de episodios de las narraciones evangélicas están extraídas de textos del AT, por lo cual pueden considerarse «profecía historizada».
Con la ayuda metodológica del método histórico-crítico ―del que precisamente se valen los críticos para impugnar la historicidad del Canon―, el objetivo de CANON es rebatir uno por uno los argumentos empleados para negar la veracidad evangélica, demostrando con pruebas y evidencias que es necesario adelantar la cronología evangélica, hasta situarla en épocas muy próximas a los hechos que relata el Canon; que sus autores, o fueron testigos directos, o contaron documentalmente con testimonios transmitidos por testigos oculares; que la perspectiva apologética de los textos canónicos no es en absoluto una excusa para restarles validez histórica; que las divergencias en las narraciones evangélicas son precisamente un criterio de autenticidad; y, por último que los textos canónicos se escribieron primitivamente en arameo, antes de su versión griega.
¿Qué evidencias materiales expone en CANON, a la hora de demostrar su plena historicidad? ¿Es posible demostrarla con pruebas más o menos científicas?
La veracidad histórica del CANON no se apoya en conjeturas, suposiciones, hipótesis vagas e imaginativas, sino que cuenta con un claro conjunto de evidencias. Un grupo importante de éstas proviene de los mismos textos canónicos, donde hay versículos que demuestran meridianamente su verdad histórica, siempre que se consideren de manera objetiva y libre de prejuicios. Por ejemplo, no hay ninguna referencia en los Evangelios a la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, lo cual quiere decir que se escribieron antes de esa fecha, pues de lo contrario habrían incluido un suceso que fue catastrófico para los judíos de aquel tiempo, y que además era una manera de probar la veracidad de la profecía que Jesús hizo sobre su destrucción.
Esto quiere decir que los Evangelios jamás pudieron escribirse a posteriori de la destrucción del Templo.
Otro hecho significativo es que Lucas no habla de la muerte de san Pablo, después de haberle dedicado casi todos los Hechos de los Apóstoles. Si fue ejecutado en el año 64, eso quiere decir que los Hechos son anteriores, y, como éstos se escribieron después de su Evangelio, ya estamos en la década de los 50. Si tenemos en cuenta que su texto canónico está basado en el evangelio más antiguo, el de san Marcos, fácilmente podemos fechar éste en la década de los 40.
En cuanto a las pruebas científicas, tenemos los papiros, en especial el papiro 7Q5 hallado en una cueva de Qumran, fechado sobre el año 50 por los papirólogos, que contiene unos versículos del evangelio de Marcos según algunos estudiosos.
Éstas y otras evidencias prueban que hay que adelantar la cronología evangélica, lo cual aumenta su credibilidad, al estar más cerca de los hechos que relatan.
La veracidad de unos textos históricos también depende de la credibilidad de sus autores. ¿Qué se expone sobre este punto en CANON?
En efecto, la fiabilidad histórica del CANON depende en gran parte de la confianza que tengamos en que sus autores dicen la verdad, en que sean creíbles. Esta credibilidad aumenta si los autores fueron testigos presenciales, o si tuvieron contacto directo con testigos presenciales que les relataron sus testimonios.
La historiografía crítica niega casi unánimemente la autoría tradicional del CANON, atribuyéndola a discípulos de segunda generación, rechazando que fuera escrito por las personas a las que se les atribuyen los textos evangélicos. Sin embargo, partiendo de que hay muchas evidencias internas de que fueron escritos en una lengua semítica, y de que hay que adelantar su cronología, hay suficientes pruebas para determinar que la autoría tradicional es correcta, pues aparece garantizada por los textos patrísticos desde el siglo II. En la redacción griega pudieron intervenir discípulos de segunda generación, que, o tradujeron los textos desde el arameo, o transcribieron fielmente la predicación apostólica.
Una evidencia de esto nos la proporcionan los mismos autores tradicionales a los que se atribuye el CANON: Marco fue discípulo de Pedro, y no un apóstol: Mateo era un antiguo recaudador de impuestos, profesión ominosa para los judíos: Lucas era un médico proveniente de la gentilidad… Es decir, ninguno era una figura relevante, al revés que ocurre con los Evangelios Apócrifos, que se autoatribuyen sin pudor a personajes mucho más prominentes.
¿Cómo se podría resumir la conclusión final de CANON, la idea central que preside el libro?
Al final de nuestra investigación, demostramos fehacientemente la total exactitud de las siguientes palabras, con las que el exégeta Latourelle concluye su obra Criterios de autenticidad histórica de los evangelios:
«A medida que las investigaciones van avanzando, el material reconocido como auténtico crece sin cesar y tiende a alcanzar al Evangelio entero El prejuicio sistemático de sospecha que ha recaído sobre los evangelios, durante casi un siglo, recae actualmente, gracias al estudio de los criterios de autenticidad, sobre quienes niegan dicha autenticidad. Esta inversión de las posiciones no es un retorno a la ingenuidad acrítica, sino la consecuencia de que los evangelios han encontrado de nuevo crédito a los ojos de la crítica histórica».
La cuestión más grave y decisiva es si se cree o no en la historicidad de los Evangelios. O dicho, con perdón, más claramente: la cuestión central está en si se cree o no en el Evangelio.
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Javier Navascués Perez