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1 de octubre de 2018 0 / / / / / / / / / / / / / / /

Arbitrariedad a voces y dejaciones sobre el monumento de Navarra

Aún con vergüenza ajena y sobrecogidos, Dios quiere que estemos firmes. ¿Se repetirá el affaire de las exhumaciones -prepotencia, trampas y claudicación-, esta vez con ocasión del edificio del Monumento de Navarra a los muertos en la Cruzada? (Seguimos noticias recientes de prensa, “Diario de Navarra” 19 y 20-IX). ¿Se repetirán las actuaciones de unos y otros intervinientes de ayer?

Si los derrotistas, que no suelen trabajar, huyen hacia adelante, confiamos que, puestos en una situación difícil, habrá quienes cumplan sus obligaciones más allá de los respetos humanos.

Nunca hubo tanto abandono de la norma y legalidad por parte de unos, y nunca asistimos a tanto qué más da por parte de otros. Y nos preguntamos: ¿para qué la normativa? ¿Para qué la protección de los monumentos? ¿Y las condiciones de la donación o cesión del monumento de Navarra por parte del arzobispado al Ayuntamiento en 1997? ¿Es que todo está permitido a voluntad? ¿Unos son más iguales que otros, y hay que amansar al personal? ¿Es imparcialidad, bien común y no astucia, que el Ayuntamiento pida al Parlamento una ley que le dé un poder absoluto sobre “Príncipe de Viana”, y encima con pretextos de ciudadanía? Creen que sobre la Iglesia podrá la nueva desamortización o expropiación por el “interés general”. Eufemismos.

La arbitrariedad genera prepotencia en quien la ejerce y, esto, hace que quien la sufre se cohíba, y que en todos haya miedo, fruto de un continuo retraimiento de los “buenos” en temas gravísimos durante décadas, y fruto también de una violencia sufrida en democracia. Máxime esto es así cuando las posturas están encontradas, unos son capaces de lo que todos sabemos, y no cesan de atentar contra la significación del monumento de Navarra y hasta proponen diversos tipos de destrucción.

Arbitrariedad es confundir el monumento de Navarra con la ley de Memoria Histórica porque todo depende del uso y del sentido que se quiera dar a las cosas. No basta que el monumento de Navarra esté desacralizado en 1997. No basta la brutalidad de las exhumaciones en 2016. Nada basta… Acabarán persiguiendo la Cruz, volviendo así las cosas a su origen después de tanto autoengaño.

Arbitrariedad es cuando el concurso internacional – ¡oh palabra de  prestigio! – que proponen sobre qué hacer con el monumento de Navarra, carece de limitación alguna, y cualquier idea -por talibán o guerra civilista que sea- puede ser acogida: desde la total transformación hasta su derribo. Ausente queda la protección de grado 2 para el edificio que exige el mantenimiento de los elementos de valor y del grado 3 para las arquerías. También es arbitrariedad, injusticia y rodillo quebrar las obligaciones que el Ayuntamiento contrajo con el Arzobispado en el documento de donación del edificio en 1997. Si las partes implicadas callan ahora, parecería que dan la arbitrariedad y la unilateralidad por justa y buena, aunque sepan que no lo es.

Arbitrariedad es que “Príncipe de Viana” no esté en el jurado del concurso de ideas, ni emita informe alguno sobre las que sean elegidas, lo que contradice con la afirmación del concejal de Urbanismo (EH Bildu) realizada en enero, para quien “Príncipe de Viana” era un elemento fundamental en el concurso de ideas sobre qué hacer con el edificio, y requería un informe preceptivo y vinculante de la institución. Arbitrariedad es que tal institución no quiera participar en dicho jurado, ni vetar el resultado porque -dice- el concurso y la participación ciudadana se plantean como un ejercicio libre de proyección arquitectónica y urbana, salvo que afecta a “la reforma del planeamiento urbano”, con lo que de esta manera se inhibe de defender el mismo edificio, sufra éste una modificación sustancial o no (DdN, 20-IX).

Entonces, ¿para qué las normas, la ley y la protección de monumentos, así como las condiciones de la donación del Arzobispado al Ayuntamiento? ¿Para tentar en vano y para luego caer en la tentación?

Arbitraria es la composición del jurado que elegirá los cinco proyectos, pues ya de entrada varios vocales son políticos. Arbitrariedad es cuando, en su deseo de transformar el edificio, el alcalde EH Bildu de Pamplona quiere que el Ayuntamiento pamplonés -es decir, su cuatripartito- tenga la última palabra sobre los edificios protegidos y catalogados de la ciudad, dejando fuera a la institución cultural “Príncipe de Viana”. Para ello piensa proponer al Parlamento -nueva arbitrariedad- un cambio de la ley. Arbitrario, demagógico y confuso es decir que los vecinos tendrán la última decisión. Los vecinos ¿o los colectivos sociales favorables al mandamás? ¿Es que ignoran la casi nula participación ciudadana en las jornadas de reflexión del 10-III-2018, o bien lo fácil que es manipular la opinión, y de confundir con la mayoría la opinión de una minoría organizada? La palabrería y apelar a la ciudadanía oculta la arbitrariedad. También es arbitrario que “Príncipe de Viana” se inhiba del cambio de ley intentada por el Ayuntamiento para tener éste la última palabra sobre el edificio.

EH Bildu no sólo quiere quebrar compromisos y obligaciones contraídas por el Ayuntamiento, sino también expropiar la cripta: “En caso de interés general cabe hacerlo. Y si vamos con la ley estaremos más amparados” (DdN, 19-IX. Si en otros momentos había límites a la arbitrariedad del poder ejecutivo, ahora y sin vergüenza alguna se hace tabla rasa de todo. Y si la arbitrariedad es mala, peor es el miedo.

Fermín de Musquilda

Publicado en “Siempre P’alante” nº 813, 1-X-2018, pág. 14

Fotos: del autor, queda prohibida la utilización sin su permiso.

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