Sencillo homenaje a Bonifacio Velasco Pérez y Velasco “Boni”
Fuente El Babazorro.- Bonifacio Velasco Pérez y Velasco, más conocido en el mundillo carlista como “Boni’, nos ha dejado días pasados, sin armar el menor ruido, en la villa riojana de Manjarrés, donde residía. Y siempre que pasábamos por allí, para recogerle y llevarle a algún acto nuestro, me venía a la memoria aquella figura grandiosa de Luís de Manjarrés, conquistador español del siglo XVI, que cuando era muy joven marchó a Nueva Granada e intervino con Quesada en la conquista del Imperio Chibcha. Bonifacio era de este temple de los forjadores del Imperio y, como es lógico, militó entre los soldados del Carlismo. Le recuerdo en los actos primeros de la Transición, cuando arribaba a Madrid, acompañado de su familia y con boina roja todos, para asistir a los actos del 20-N en la plaza de Oriente, convocados por Blas Pifiar.
Luego le vi y estuve con el mismo en aquellos inolvidables “Itinerarios Carlistas” que organizaba el Circulo “San Mateo”, llevado entonces por ese gran tradicionalista que fue don Francisco Javier de Lizarza e Inda. Bien fuera en Los Arcos, Viana o Sangüesa, allí estaba siempre sonriente Boni, con sus medallas de la “Legitimidad Proscrita”, “Vieja Guardia” (con la cinta orlada por las aspas) y otras, contando infinidad de anécdotas de cuando era alcalde, juez, y Jefe Local de Movimiento de Manjarrés; y juntos concurrimos a muchas llamadas también del Círculo Carlista “San Prudencio” de Vitoria, llevado por ese otro titán llamado Luis Ángel Armentía y Salazar, que gracias al mismo aparecemos todos los años en el Día de Santiago Matamoros en la Villa de Haro, para celebrar una misa en el Santuario de la Patrona de la capital del Vino, y luego comer en un restaurante de la villa.
O bien también en el monte Isusquiza, sito en la localidad de la aldea de Landa, para celebrar el aniversario de la batalla que hubo en aquel lugar en el glorioso 1936 entre los boinas rojas de Vitoria y los gudaris de José Antonio Aguirre, el lendakari de Bilbao, que salió de allí con el rabo entre las piernas ante el ímpetu de los soldados de Don Carlos VII -entonces ya llevados por Don Manuel Fal Conde, delegado en España del Regente Don Javier I-. Bonifacio ha sido fiel a nuestros ideales durante toda su larga vida, pues se nos ha ido después de cumplir los 90 y 9 meses más, y precisamente se marchó a los espacios del Cielo un 10 de marzo, cuando se celebra en el Mundo Carlista el día de los “Mártires de la Santa Tradición”.
Era maravilloso visitarle en su domicilio de Manjarrés en aquel despachito repleto de papelotes y libros que tenía, casi minúsculo, debajo de una escalera, o en la espaciosa sala con bancos de madera y confortable chimenea, con vitrina e infinidad de recuerdos carlistas, que tenía también en su mansión, sita en la calle de la Iglesia de aquella localidad, aledaña, pared con pared, con el templo parroquial de la Villa. Muchas veces me llamaba con fuerte voz por teléfono y manteníamos breve relación de urgencia a través del mismo, o también me escribía con su desparpajo habitual o me regalaba objetos queridos de cuando llevaba la Organización “Guardia de Franco”, en donde también era corregidor. Brazaletes estupendos de aquella entidad e infinidad de insignias con las flechas yugadas que recuerdo que tengo en mi estudio del Lavapiés, procedentes de la generosidad de Boni, que buenos parlamentos también nos echaba cuando en Haro celebrábamos el Día de Santiago en la Casa de Cultura de aquel señorial pueblo. Su oratoria era clara y directa, sin remilgos de ningún tipo, y nos llegaba al corazón. También era muy desprendido, y cuando le veíamos en Manjarrés nos obsequiaba con muchas botellas de atrayente mosto de su cosecha. Su mujer, Maruja, siempre le apoyó en todo, y recuerdo cómo la misma nos entonaba muchas canciones carlistas, como aquella de “Somos los voluntarios del Rey Don Carlos. Vivan sus Fueros y Religión”. Las cenizas de Boni van a descansar para la eternidad en la villa de Sotés, de donde es oriunda su mujer, y allí le podremos ver y rezar en su memoria, cuando pasemos alguna vez por dicha localidad logroñesa. Madrid, San José, MMXVIII.
Carlos Pérez de Tudela