En la sesión de investidura a la presidencia del gobierno, al tomar Pablo Iglesias la palabra, se ha despachado a gusto contra la Cruz de Borgoña, a la que parece culpabilizar de todos los males. ¿A santo de qué se produce ese ataque innecesario, gratuíto y que no venía a cuento en un debate como ese? Sencillamente al odio ya secular que tiene la progresía en general y el marxismo que este personaje encarna en particular. ¿Porque? A mi juicio por tres cuestiones que explicaré brevemente:
Y por último porque es la enseña que adoptó en España el tradicionalismo político encarnado en el Carlismo monárquico legitimista, desde al menos el 24 de abril de 1935, como insignia oficial del requeté, aunque en algunas ocasiones anteriores fuera enarbolada en algunos actos políticos. De ahí que Iglesias aludiera a los gudaris vascos, porque sabe y es consciente de que los carlistas, con la Cruz de Borgoña al frente, lucharon por Dios y por España frente al separatismo de los gudaris vascos .
Es por tanto evidente que por estas cuestiones la Cruz de Borgoña da urticaria, porque aún se recuerda en ambientes en el que pervive el sentimiento guerracivilista la acción heroica y martirial de los valientes requetés en el campo de batalla. No en vano aún pervive la frase de Indalecio Prieto, “no hay nada más peligroso que un requeté recién comulgado”. A pesar de ser en la actualidad el carlismo una fuerza política minoritaria aún se le odia y, yo diría más, se le teme. Se teme su carácter irreductible, intransigente, valiente, patriótico y limpio. Se teme que, como ocurrió otras veces en la historia, como el Ave Fénix vuelva a resurgir, y para ello hay que evitar que levante cabeza, a costa de mentir, difamar, calumniar, o lo que necesario fuera. A menudo se dice que es bueno que se hable de uno, aunque sea mal. Pues bien, gracias señor Iglesias por hablar de nosotros, quizá no se haya dado cuenta de que nos ha hecho un favor, haciéndonos propaganda gratuíta.
2 comentarios en “De por qué odian a la cruz de Borgoña”
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ELTEYAL
“Ladran, …luego cabalgamos”.
Superado ya cierto tiempo en que los respetos humanos indicaban la prudente actitud de no mostrar símbolos para no ocasionar equívocos, parece que ha llegado la hora de enseñorearlos de nuevo.
El símbolo es trascendental en la vida del hombre, tanto en la particular y privada como en la social y pública. En la una refuerza, en la otra cohesiona.
No importa que hablen mal, lo importante es que hablen. Ser insultados más honra que molesta.
Mucho peor es ser relegado al ostracismo y ocultación a los que, por largo período, se ha tratado de esconder, de ningunear, de extinguir.
Si reniegan es que les importuna … ¡Pues incordiemos!