Pedro Sánchez, el portugués y la hispanofobia recalcitrante
Esta semana se ha celebrado en Valladolid, corazón castellano, la XXX Cumbre Hispano-Portuguesa, que ha reunido a los presidentes nacionales de ambos Estados ibéricos: los socialistas Antonio Costa y Pedro Sánchez, ambos aliados políticos.
Quien también debe de ser considerado como el “okupa” de la Moncloa, por la operación legal pero ilegítima perpetrada el pasado mes de junio, con la colaboración de la extrema izquierda y los nacionalistas periféricos, para alcanzar el poder y reeditar el Frente Popular del 36″, no ha dejado de dar la nota discordantísima.
Tampoco fueron los únicos hechos que evidencian estos últimos sus caprichos egocéntricos, traducidos en un viaje en avión a una ciudad a la que es fácil de llegar, en transporte ferroviario de alta velocidad, en menos de dos horas, haciendo desplegar su coche oficial para que le recogiera en el aeropuerto pucelano.
Resulta que quien de nuevo fuera abucheado a la llegada a la Plaza de San Pablo (igual que el pasado 12 de octubre en pleno Paseo de la Castellana de Madrid, y este verano en costas gaditanas), manifestó su interés en promover el idioma portugués en España, considerando incluso el bilingüismo en zonas transfronterizas.
A cualquier hispanohablante consciente de lo que está ocurriendo, esto causa cierta estupefacción, ya que el mandatario español no es, en absoluto, un defensor de la libertad de elección de lengua. No tiene reparo alguno en apoyar los atropellos liberticidas que en esta materia practican sus aliados nacionalistas periféricos.
De hecho, recientemente ha cedido a las autonomías la plena competencia para definir al cien por cien la política lingüística -si bien es cierto que antes, ni estos ni los del Partido Popular (PP) pensaron en pararle los pies a los nacionalistas, sino en hacer concesiones sin parar.
Nada de esto debería de sorprendernos, ya que el Frente Popular integró a toda clase de enemigos de España, mientras que el Partido Socialista siempre ha sido desleal a nuestro país, siendo ya el zapaterismo la gota que colmó el vaso al ser quien emprendiera la “podemización” del partido, culminada por Sánchez-Castejón.
Es más, me atrevo a suponer que su interés en promover el portugués, más que en llamar la atención, respondería más a una consideración de ello como una manera de atentar contra España, remontándose a esa secesión alcanzada en el 1143 por medio de la Paz de Zamora.
Pero habrá que hacerle saber una serie de cosas. La primera es que muchos portugueses dominan perfectamente el español, lo cual no les incomoda (igual que el hecho de que muchos turistas españoles no les hablen en su idioma), mientras que, por otro lado, no pocos desearían una reunificación con España.
Además, conviene hacer saber que, pese al desprecio absoluto del establishment progre-socialdemócrata (al izquierdismo ni se le espera), hemos conseguido desde Hablamos Español, con la que he colaborado, las 500.000 firmas para que la Cámara Baja debata nuestra ILP de ley de libertad lingüística.
De hecho, como sociedad civil, hemos de ser conscientes de que gracias a estas iniciativas en las que participamos sin complejos, logramos termómetros que ayudan a medir ante los liberticidas que nos gobiernan y la partitocracia el nivel de indignación ante un problema, que se ha canalizado con mucho esfuerzo.
Es más, personalmente, seguiré creyendo que no hay nada más peligroso que una política lingüística. Los políticos no deben de regular cuestiones lingüísticas mientras que los estatus de oficialidad ponen en peligro la libertad de elección. La cuestión lingüística va más sobre espontaneidad.
Nadie logrará silenciarnos. La amenaza totalitaria que sufrimos los españoles y sus intencionadas y calculadas aparentes “llamadas de atención” no nos darán sino más motivos para defender España y la libertad, sin promover odio hacia nadie, sin dejar de apostar por mantener buenos vínculos con la hermana sociedad lusa.