La Nicolasa
¡Viva la Pepa! Aunque fue en un principio un grito subversivo a favor de la Constitución de Cádiz de 1812, promulgada el día de san José, acabó significando lo contrario. El acervo popular transformó el viva revolucionario en una exclamación de jolgorio y poca seriedad. No era para menos, la Constitución de 1812 fue puesta en interdicto por Fernando VII en 1814, la restauraron los liberales entre 1820 y 1823, para quedar en suspenso hasta 1836, aunque sólo duraría un año más. Sería sustituida por la Constitución de 1837. La volatilidad legal, la primera “guerra civil” (la de los realistas contra constitucionalistas), seguidas de la Guerra dels Malcontents en Cataluña y la Primera Guerra Carlista, auguraban un siglo agitado.
Los vaivenes constitucionales de nuestra historia nos muestran los equilibrios frágiles entre las dos Españas (en realidad hay una tercera, pero esa siempre ha quedado vetada). La Constitución de 1845 quiso buscar un armonía entre liberales y moderados que nunca contentó a todos. Sin embargo logró una estabilidad legal insólita hasta entonces: veinticuatro años. Pero la revolución no acepta tablas en el tablero de la política y sus fuerzas las dirigió hacia la formación de la República, pasando por un frustrado intento de monarquía revolucionaria: la de los Saboya. La revolución septembrina había traído una efímera Constitución, la de 1869. Pero todo se precipitaría: el asesinato de Prim, la abdicación de Amadeo de Saboya, y la brusca llegada de la I República que ella misma abortó un intento de Constitución republicana con un autogolpe de Estado, el del General Pavía, para poner fin al caos federalista y al peligro de que el carlismo ganara la nueva Guerra Civil emprendida.
Los vaivenes constitucionales de nuestra historia nos muestran los equilibrios frágiles entre las dos Españas (en realidad hay una tercera, pero esa siempre ha quedado vetada).
La Constitución de 1876, la de la restauración borbónica, duró 55 años. Por fin parecía España calmada. Se había terminado con la República y con otra guerra carlista. El bipartidismo que consagraba esta Constitución permitía que ora gobernaran los liberales conservadores, ora los liberales radicales. Pero siempre gobernaban los liberales. El régimen, sin que nadie se diera cuenta, se fue erosionando. Sólo el directorio de Primo de Rivera, logró prorrogarlo nueve años. Y lo que parecía el sistema constitucional más sólido de la historia de España se derrumbó con la inesperada abdicación de Alfonso XIII y la llegada de la II República. Esta trajo la una Constitución de 1931 –que nunca fue refrendada popularmente- y que nos llevaría a la Guerra Civil. El “lapsus” del franquismo nos devolvió a la historia del constitucionalismo con la del 78. Fue promulgada el día de san Nicolás, y por eso en algunos círculos aún es conocida como la Nicolasa.
Este breve relato del constitucionalismo español, es suficiente para descubrir unas constantes históricas. La Constituciones “reconciliadoras” como las de 1845, 1876 y 1978, tuvieron más largo recorrido que las Constituciones revolucionarias: las de 1937, 1869 o 1931. Las conservadoras acabaron cayendo para dar lugar a épocas convulsas. Todo ello nos lleva a preguntarnos ¿cuánto le queda a la Nicolasa? Se nos hace casi imposible creer que la antaño tan alabada Constitución del 78 dure eternamente. La historia es terca y tiende a repetirse. Un síntoma claro de la quiebra –sutil, pero real- del actual Régimen, es que fue un fruto del consenso entre las fuerzas conservadoras y las progresistas que surgieron del franquismo. Pero ahora sólo la defienden los conservadores. El pacto entre las “dos Españas”, en el 78, sólo lo han cumplido ingenuamente uno de los dos bandos en liza. La izquierda ya lleva tiempo, en alianza con los nacionalistas, pensando en cómo dinamitar el actual edificio constitucional.
Se nos hace casi imposible creer que la antaño tan alabada Constitución del 78 dure eternamente. La historia es terca y tiende a repetirse.
Algunos pretenden una demolición controlada (PSOE) y otros una sacudida fuerte, como lo han intentado los independentistas catalanes recientemente. El caso es que una de las dos Españas quiere volver a imponer a la otra el famoso “trágala”. Ya en el 78 una parte de la sociedad española –la conservadora- tuvo que tragarse muchos sapos con la Constitución española, como la artificiosa estructuración territorial en autonomías. Y ahora se da la paradoja que los que no quieren la fragmentación de España, tienen que defender una Constitución, una Carta Magna que es la que ha permitido en sus desarrollos legales que el independentismo haya llegado hasta aquí.
El año que viene toca celebrar el cuarenta aniversario de la Nicolasa. Todos los indicadores nos muestran que el edificio constitucional está estructuralmente enfermo. Mientras unos quieren remedarlo otros son partidarios de la eutanasia. Lo que está claro es que las tensiones de la intrahistoria de España, siguen latentes. Y que la historia nos demuestra que nada hay eterno y que los equilibrios se acaban rompiendo. La gran diferencia es que una parte de España quiere que se rompa este equilibrio, y la otra cree que se podrá mantener a base de concesiones contantes a la izquierda y al nacionalismo. Todo se resume en lo siguiente: la izquierda y los nacionalistas nunca se creyeron el consenso, para ellos era un medio. Y la derecha vendió su alma para mantenerlo, pues lo transformó en un fin. De ahí que ahora muchos quieran defender a la Nicolasa –con la nariz tapada- pensando que en ella está la salvación de España. Otros pensamos que en ella estaban inseridos los gérmenes de los males actuales.
Javier Barraycoa