Seguir el blog (Follow.it)La dependencia debilita, la autosuficiencia ennoblece
(Por Javier Manzano Franco)—
“Así dice el Señor: “Maldito sea el hombre que confía en el hombre, y hace de la carne su brazo, y del Señor se aparta su corazón.”
Jer. 17, 5
Pocas cosas degradan tanto la condición del hombre como depender en exceso de otros. La dependencia lo vuelve débil, inseguro y fácilmente manipulable, quedando expuesto a la traición, la decepción y la frustración, porque ha renunciado a la dirección de su propia vida. Desde una visión tradicional como la que sostiene el Carlismo, esto es inaceptable: el hombre ha sido creado para sostenerse con dignidad, cumplir con su deber y no abdicar de su responsabilidad personal.
La autosuficiencia (bien entendida) es una virtud cristiana y tradicional. No significa arrogancia ni aislamiento, sino fortaleza interior, capacidad de juicio y preparación para asumir los propios deberes sin esperar que otros nos resuelvan la vida. Para ello, es esencial ampliar el propio repertorio de habilidades, desconfiar de la comodidad de la dependencia y fortalecer el criterio personal frente a la cultura de “expertos” y autoridades impersonales que tantas veces imponen falsos saberes sin verdadera legitimidad.
Una sociedad sana y orgánica como la que el Carlismo defiende se basa en personas responsables, formadas, capaces de sostenerse y de sostener a los suyos. Esto no implica despreciar la comunidad ni la cooperación legítima, sino rechazar la servidumbre moderna del asistencialismo, el tutelaje ideológico y la obediencia ciega a estructuras artificiales.
Ser autosuficiente no es desentenderse de todo, sino discernir: dejar en manos de otros lo que es accesorio pero asumir personalmente lo que es esencial. Eso es lo propio del hombre libre, consciente de su deber y de su lugar en el mundo.
La dependencia es propia del esclavo; el hombre tradicional se forma, se sostiene y sirve sin abdicar de su responsabilidad.