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22 de marzo de 2017 0 / / /

La cultura del desengaño

Mi generación, la nacida en los 90, está aquejada de una jovialidad de plástico. Yo también me encuentro en la tesitura de ser blandito, de “platicurri” –como dice la gente llana–. Y es que se ha inoculado la enfermedad democrática de la corrección, de la “pseudo-cortesía”, de la cobardía lingüística. No somos capaces de afrontar nuestras amistades, nuestra vida espiritual, nuestras grandes empresas vitales (noviazgos, matrimonios, vocaciones, luchas políticas) con la fuerza de la voluntad y la claridad de pensamiento.

Falta Voluntad con mayúsculas. Internet –y Netflix– nos han subyugado bajo una corriente de imágenes e historias que pretenden cambiar nuestra vida, influirnos sutilmente hasta en nuestras rutinas más insignificantes. El objetivo es crear nuevos consumidores –de lo que sea– y dejar a la libertad sin los elementos más básicos que le permiten cortar con los males que le amenazan. Ha muerto la libertad de opinión, ha muerto la libertad de expresión… a manos de los que la defendían. Se puede decir algo libremente cuando la Voluntad no se encuentra esclavizada y se atreve a separarse de los estímulos cotidianos de la industria.

Falta claridad en el pensamiento, falta Inteligencia. La mayoría de los españoles de mi generación –la que nacimos en los 90– no ha leído los principales clásicos españoles, responsables del desarrollo cultural, poético y filosófico que ha engendrado este país en el último siglo. Poetas, filósofos y novelistas que nos podrían haber conducido a esa intuición latente y genial de los autores del siglo de Oro, siglo de la Monarquía Hispánica Tradicional. ¿O es que Unamuno, Pio Baroja, Galdós, Azorín, Lorca, Juan Ramón Jimenez… no leyeron a Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora…? ¿Que clase de Inteligencia puede tener una cultura si no ha leído a sus antepasados más geniales? ¿Que me importa a mí Carlos Ruiz Zafón si no he leído a los grandes maestros que me precedieron?

El carlismo no triunfa en mi generación posiblemente porque la política, y sobre todo la política tradicionalista, requiere un presupuesto básico: la fuerza de la Voluntad y la claridad de la Inteligencia. Si faltan alguna de las dos, nos abocamos o al voluntarismo o al intelectualismo. Previo a lo sobrenatural, se necesita un sujeto, un hombre que quiera recibir el don de contemplar a Dios. Por eso el carlismo no triunfa. La religión se ha convertido en una excusa entre los católicos para permanecer en la infidelidad de nuestro siglo. ¿Que infidelidad? La infidelidad de aquellos que tiran por la borda la vida para seguir postrados en un sofá, mirando una serie de Netflix durante horas. Necesitamos genios y lo trágico es que no los tenemos.

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