Juan Pablo Perabá: “Ante la descomposición política actual muchos pensadores vuelven al tradicionalismo”
(Una entrevista de Javier Navascués).-
Entrevista a Juan Pablo Perabá con motivo de la aparición del nuevo especial de Laus Hispaniae dedicado al carlismo de forma monográfica. Recordemos que Laus Hispaniae nace como un ilusionante proyecto editorial cuyo objetivo es, en un contexto como el actual en el que se pretende imponer una visión de nuestra historia tan negativa como alejada de la realidad, resaltar las grandes aportaciones que España ha hecho a la historia y al saber universales, y que resultan fundamentales para entender la esencia de la civilización occidental.
¿Por qué este especial dedicado al carlismo?
Porque el carlismo, del que en menos de una década celebraremos su segundo centenario, es uno de los movimientos políticos más antiguos de Europa que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días, pero del que se conoce muy poco. Según Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo, el carlismo es una manera de ver la vida y defender la esencia de España como pueblo, pero, además, es un ideal que busca lo bueno y la belleza como medio de acercarse a Dios. Es lo realmente importante por encima del problema dinástico que todos los aficionados a la historia conocen. Por supuesto, recomendamos la entrevista que hacemos a Telmo en este número de Laus Hispaniae.
¿Cuándo se origina el carlismo?
La historia del carlismo arranca con una proclama legitimista en 1833 con la que se inició una cruenta y dolorosa guerra civil, la primera guerra carlista, que toma su nombre del infante Carlos, hermano de Fernando VII. La derrota del bando carlista en 1840 fue vista como la muerte del movimiento. No fue así porque durante el siglo XIX se suceden nuevos levantamientos carlistas para tratar de dar solución a los males que provocó el liberalismo. Durante el periodo de la Restauración, el movimiento tradicionalista sobrevivió y pudo adaptarse a la nueva realidad urbana. Por supuesto, durante la Segunda República, el carlismo sobrevivió como reacción a las salvajes medidas anticatólicas republicanas. Ello llevó a que tuviera un papel protagonista en el alzamiento del 18 de julio de 1936, que los carlistas consideraron como una cruzada.
Decías anteriormente que el carlismo no es solo una serie de guerras para dar solución al problema dinástico. ¿A qué te refieres con ello?
Según Javier Barraycoa, en su fabuloso artículo que los suscriptores de Laus Hispaniae podrán leer en este número, tras el conflicto y las guerras carlistas se esconde la lucha entre la Tradición y la Revolución. Fue un conflicto que duró dos siglos y que, eso no podemos dudarlo, parece haberse decantado del lado del liberalismo revolucionario. El mundo actual, en el que vivimos, domina el paradigma de la Revolución Francesa, cuyas ideas trataron de ser implantadas por los brutales ejércitos napoleónicos en toda Europa, y contra las que luchó parte del pueblo español contrario a la aplicación de la nueva cosmovisión revolucionaria.
¿Cómo trató de terminar el Estado liberal decimonónico con el movimiento tradicionalista?
El tradicionalismo no solo tuvo que hacer frente a problemas en el campo de batalla. Durante la primera guerra carlista, con Mendizábal, se produjo la desamortización de los bienes eclesiásticos y comunales de los pueblos, que permitió la emergencia de una aristocracia de nuevo cuño identificada con una burguesía liberal enriquecida con los bienes desamortizados. No cabe duda de que el conflicto entre la España católica y tradicional y la España liberal y laica llevó al estallido de nuevos conflictos que tienen su reflejo en otros países europeos.
¿En qué momento del siglo XIX alcanzamos el punto álgido en el enfrentamiento entre las dos tendencias?
El siglo XIX está marcado por estos enfrentamientos, pero podríamos destacar la década de los setenta. En 1870 Europa estaba convulsionada por las nuevas revoluciones de carácter obrero y anticlerical. En 1868, en España, se produjo una revolución que terminó con el reinado de Isabel II. En esta ocasión encontramos una fuerte influencia de la masonería, cuyas peleas internas pudieron provocar el asesinato de Prim.
Tras el breve reinado de Amadeo I de Saboya, que encontró un país totalmente paralizado, se proclamó nuestra efímera y desastrosa Primera República (recomendamos al lector el artículo de Rafa Llorca publicado, también, en la revista Laus Hispaniae), seguida por una nueva guerra carlista entre 1874 y 1876. La guerra estuvo liderada por Carlos VII, un hombre carismático que pudo atravesar la frontera y establecer una corte estable en la población navarra de Estella. Como curiosidad destacamos que se llegó a constituir una especie de micro Estado carlista: con ministros, sistema judicial y tributario, moneda propia, aduanas, correos e incluso una universidad. Con el final de la Primera República y la proclamación de Alfonso XII como rey de España, muchos carlistas moderados consideraron que la mejor opción era regresar al bando liberal alfonsino.
¿Cómo pudo sobrevivir el carlismo al final de la Tercera Guerra Carlista?
Cuando Carlos VII abandonó España, muchos pensaron que era el final del carlismo pero el movimiento logró sobrevivir en sus feudos tradicionales gracias a la aparición de una prensa carlista, de un alto porcentaje de sacerdotes tradicionalistas y a la aparición de círculos carlistas que, aunque no todos lo sepan, siguen presentes en España.
Llegamos al siglo XX. ¿Cómo evoluciona el movimiento?
Por supuesto, la llegada del nuevo siglo trajo consigo nuevas persecuciones a los carlistas. Ante los ataques revolucionarios y la violencia política, se fundó el Requeté, que tomó el nombre de los viejos combatientes carlistas. Eso le dio al carlismo un prestigio ante sus enemigos, que volvieron a mirarle con temor. Fue tan grande la fuerza que empezó a adquirir el carlismo durante la Segunda República, que se llegaron a movilizar unos 60.000 requetés que lucharon en distintos frentes de la guerra civil española. Según Barraycoa, el franquismo no recompensó la importante labor del carlismo, mientras que con la imposición del régimen del 78 se forjó una sociedad ajena a sus tradiciones y nada predispuesta a luchar por algo que no fuera su bienestar material. Es posible que esta sea la peor derrota del carlismo pero, ante la descomposición política de España, muchos pensadores están volviendo a fijar su mirada en el tradicionalismo.
¿Qué podemos esperar del carlismo en este siglo XXI tan falto de valores y sumido en una crisis moral galopante?
Los autores que han participado en este número, casi monográfico, dedicado al carlismo, consideran que lo principal es dar a conocer a la población española cuáles son sus ideales y qué podría aportar a nuestra sociedad. También muestran un carácter optimista porque pretenden devolver la ilusión a muchas personas que trabajan por hacer de este un mundo mejor, pero sin dejar que se extinga la llama de la Fe verdadera y la tradición. Nosotros, en Laus Hispanie, también creemos que la situación actual invita a un cierto optimismo porque son cada vez más los hombres y mujeres que se sienten cansados de este desierto espiritual que se ha impuesto en Occidente con la irrupción del postmodernismo.