Iberia, bay; Hispania, non (6)
El iberismo puede entenderse como todo esfuerzo para configurar una mentalidad favorable a la unificación de Portugal y España (mediante las fórmulas más diversas: confederación, federación, etcétera); para ello se han articulado grupos intelectuales, propagandísticos y hasta políticos a un lado y otro de la frontera. Pueden alegarse muchos antecedentes históricos, pero el fenómeno eclosionó a mediados del siglo XIX.
Y uno de los hitos del iberismo lo constituyó la publicación (primeramente en Lisboa, año 1851) del libro “La Iberia. Memoria sobre la conveniencia de la unión pacífica y legal de Portugal y España” de Sinibaldo de Mas y Sanz (1809-1868), que al año siguiente fue traducido al portugués por Latino Coelho. “La Iberia” obtuvo un inusitado éxito en Portugal; y en España también se oyó sonar su eco. Su autor había sido el catalán Sinibaldo de Mas y Sanz (1809-1868), aventurero, sinólogo, diplomático… Un personaje poco conocido, pero muy interesante. El iberismo nacía, en efecto, en las filas del liberalismo, pero no hay que olvidar que la obra de Sinibaldo fue el fruto de unas conversaciones que nuestro diplomático en China tuvo con el Obispo de Macao, el portugués Monseñor D. Jerónimo José da Mata. Años después de la publicación de “La Iberia” el prelado le escribía a nuestro catalán una carta, participándole su júbilo por el éxito de aquel libro que expresaba aquello que el Obispo portugués, Sinibaldo y otros clérigos portugueses y españoles habían propuesto en aquellas veladas chinesas: “…que en nuestras aspiraciones patrióticas y en nuestros coloquios amigables tantas veces deseamos ver unidos en una patria común, que nos diese garantías de próspera estabilidad e independencia, emancipando natural y suavemente a nuestra hermosa Península del estado de humillación y miseria a la que la condujeron la desunión y las mezquinas rivalidades“. -decía el Obispo de Macao. No le faltaba razón al prelado, la Duquesa de Abrantes (título napoleónico) escribía en Portugal, a principios del siglo XIX, notando que el estado de la industria portuguesa estaba toda ella en manos inglesas y francesas. Y a finales del XIX, un viajero francés (M. Eugène Poitou) podía escribir: “Los grandes viñedos del país, su explotación y el comercio de los vinos cuya producción alcanza los ocho millones de litros por año, están en manos de extranjeros franceses e ingleses.” Portugal y España habían pasado de ser Imperios a ser colonias.
El origen eclesiástico-político de aquella primera idea iberista se ocultó, por lo que la doctora Maria da Conceição Meireles Pereira se extraña, comentando que: “no deja de ser sorprendente el hecho de que su nombre [el del Obispo portugués], al contrario de otros eventualmente menos ligados a la cuestión, no fue evocado ni por los adeptos ni por opositores de la doctrina ibérica“.
Algunos piensan que turbias maniobras de Inglaterra y Francia corrieron a sofocar el iberismo y, para ello, emplearon a sus agentes masónicos; Inglaterra y Francia, no lo olvidemos, eran las dos potencias que en aquel tiempo más tenían que perder ante una unificación de Portugal y España. El hecho es que no puede extrañarnos que si es cierto que la masonería (de obediencia inglesa o francesa) tomó el timón del iberismo nada tiene de particular que se silenciara la labor de aquellos eclesiásticos ibéricos de la primera hora.
En lo que toca a España, los más acérrimos iberistas del XIX los encontraremos entre los demócratas revolucionarios que pasan por ser nuestros primeros socialistas utópicos: Sixto Cámara (1825-1859) o Fernando Garrido (1821-1883) habían fundado la sociedad “Los hijos del pueblo”, dispuesta a levantarse contra el gobierno moderado. El fracaso de la revolución llevó a Sixto Cámara a Portugal donde entraría en contacto con el iberismo. Tanto Cámara como Garrido escribieron sobre la conveniencia de la confederación ibérica. Pero para entender su afán habría que buscar la clave en los procesos de unificación italiano y alemán que se estaban produciendo en aquel entonces.
El iberismo sobrevivió al cambio de siglo y fue uno de los motivos recurrentes entre los revolucionarios. Así, el cenetista aragonés Felipe Aláiz de Pablo (1887-1959) se convertiría en el heredero del iberismo izquierdista español, escribiendo “Hacia una Federación de Autonomías Ibéricas“, el también anarcosindicalista Salvador Cánovas Cervantes (muerto en el exilio venezolano en 1949) abrazaría el iberismo lanzando un Partido Social Ibérico; entre otras cosas, Salvador Cánovas pensaba que la ideología anarquista era algo “racial”, inherente al iberismo.
Los más creativos y comprometidos con el iberismo fueron nuestras izquierdas (en Portugal, el grupo republicano de Coimbra, por ejemplo), pero no debemos silenciar que el iberismo es un asunto (al igual que el concepto superestructural de España) transversal que también fue adoptado por posiciones más conservadoras y monárquicas. Amén del origen católico -Sinibaldo escribió que la cuna del iberismo fue: “em um palacio episcopal portuguez, e é de origem talvez mais religiosa que politica“, el iberismo asoma también en las consideraciones de Juan Donoso Cortés que llegó a afirmar que: “El día que la nación se redondee, por decirlo así; el día que la nación sea señora de sí misma, ese día esta nación podrá ser poderosa, una de las más poderosas de la tierra”.
En nuestros días, José Luis Carretero Miramar ha sugerido, desde la izquierda, que el iberismo debiera ser reactivado para reconducir la situación actual y dice con harta razón Carretero Miramar: “Sólo decimos que, en un mundo de tiburones globales y oligarquías transnacionales que pueden derribar a los gobiernos moviendo sus capitales en fracciones de segundo, o imponerles rescates y recortes antisociales, sólo la solidaridad y el apoyo mutuo entre los pueblos de Iberia, y entre sus movimientos populares, puede construir una alternativa creíble“.
Por lo tanto, cumple tener en cuenta que el iberismo puede ser, bien gestionado, un espacio común en que la izquierda hispánica no-global (hoy lamentablemente en minoría) y la tradición puedan hasta entenderse y cooperar.
Un comentario en “Iberia, bay; Hispania, non (6)”
Carlos Ibáñez Quintana
La unión de España y Portugal no es algo ajena al Carlismo. En el Testamento Político de Don Carlos VII figura como una de sus aspiraciones y nos dice “no olvidéis que esa es la meta”.
Vázquez de Mella habla de los “tres dogmas nacionales”. Uno de ellos es la unión con Portugal.
La unión con Portugal no es ningún sueño. Tuvo lugar con Felipe II. La posterior independencia de Portugal se debió a las intrigas de Inglaterra. Así Portugal se ha mantenido como una colonia de Inglaterra. Ello le permitió conservar su imperio colonial. Pero eso ya se acabó.
En toda la geografía mundial no hay una península tan bien definida como la Ibérica. Con una cordillera casi infranqueable que la separa del resto de Europa.
De los seis ríos más importantes de la península cuya , lista recitábamos como loros en la escuela elemental, sólo dos discurren íntegramente por territorio español. Otros dos desembocan en tierra portuguesa, Otros dos sirven de límite entre ambos estados. Uno de ellos, después de haberse introducido en territorio portugués.
Creo que los carlistas deberíamos dar más publicidad a nuestra aspiración de unión con Portugal.