El puente de todos los olvidados
Cizaña es una palabra bíblica y aparece varias veces en pasajes importantes de los Evangelios de Nuestro Señor Jesucristo. Él hablaba con sus discípulos en arameo, sus evangelios se escribieron en griego, fueron traducidos al latín y, de éste, al español. Las palabras y los idiomas se suceden unos a otros, mientras permanecen el significado y su mensaje. Asimismo sucede con la naturaleza y la cultura humanas, mientras las raíces de su alma permanecen inmanentes, sus formas externas van mutando con los siglos y milenios.
Y he aquí, que en la España huera y paganizada de hoy en día, florece esta fiesta frívola que se llama Halloween. Ningún análisis sensato puede rasgarse las vestiduras por este hecho consumado. La sociedad española de hogaño, excepto los núcleos que han mantenido un catolicismo profundo, navega en un mar de banalidad moral y comodidades materiales, manteniendo las fiestas católicas por un interés social bastardo.
Halloween, etimológicamente, es una contracción de la locución inglesa “all hallow eve” que literalmente significa “víspera de todos los santos”. Debe saberse que es una tradición arcana de los pueblos celtas prerrománicos y, de tan extrema antigüedad, que su auténtica forma original se desconoce. La católica Irlanda es su cuna histórica principal y , probablemente, se trataba de celebraciones primitivas del cambio estacional puesto que sus primeras referencias históricas la datan en el mes de mayo. Relata la historia que, en el siglo VIII, el Papa Gregorio III intentó cortar esta raíz pagana cristianizándola mediante el traslado de su fecha y fusión con la liturgia de Todos los Santos. Este antecedente histórico establece la paradoja de que la fecha de celebración de esta fiesta, el 1 de noviembre, ha sido fijada por la Iglesia Católica.
Durante el segundo milenio la tradición pervivió en las islas británicas, hasta su expansión a los Estados Unidos desde el siglo XIX, merced a la prolija emigración irlandesa. En el siglo XX, la fiesta fermenta en la cultura anglosajona y se convierte en una simpática celebración vecinal para las familias de la clase social media-alta, sin relación tangible alguna con sus cultos protestantes. Y llegamos a nuestro siglo, cuando la cizaña es el abono fértil sobre el que Halloween ha crecido en forma de mascarada comercial para dominar buena parte de la Vieja Europa y de nuestra España.
Halloween no es la causa de la pérdida de espiritualidad católica en el día de Todos los Santos. Esta fiesta, pueril y carente de toda sustancia histórica en nuestro país, es una consecuencia de la paganización progresiva de España en la posmodernidad. La cizaña no es la decoración absurda que inunda la vía pública ni, mucho menos, los niños que se disfrazan de lo que les compran sus mayores. La cizaña es este nuevo Imperio Romano que podemos llamar globalización.