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26 de diciembre de 2016 0 / / / /

El legado de los últimos de Filipinas

Por Porfirio Gorriti

“Hay dos Españas, una la que se rinde en Manila en una ceremonia final, crepuscular, amañada, (…); y esta otra de Los últimos de Filipinas, que es un prodigio de valentía, de imaginación, de resistencia humana (…)”.
Manuel Leguineche, Yo te diré…, Editorial El País-Aguilar, 1998.

La convulsión decimonónica finisecular de la pérdida de las últimas Españas de Ultramar, registrada en nuestra historia como “El desastre del 98”, ha reverdecido en la opinión pública actual como consecuencia de una ambiciosa producción de nuestro cine “patrio”. La película que nos ocupa versiona la epopeya militar que protagonizó un puñado de españoles durante aquel conflicto cuando, aislados y atrincherados en una remota iglesia rural filipina, porfiaban en la defensa de una bandera que se había rendido seis meses antes.

El largometraje es el tercero realizado sobre el suceso militar acontecido en Baler, un enclave localizado en la costa oriental de la isla principal filipina de Luzón. La primera obra data de 1945 y es una película que pertenece a la historia del cine español. Su dirección y puesta en escena glosaron los valores castrenses y patriotas de los soldados españoles, si bien los hechos históricos reales que acontecieron no fueron fielmente retratados. La bella y melancólica canción compuesta para la película, interpretada por una supuesta filipina simpatizante de los españoles, adquirió un éxito popular inmenso que terminó eclipsando con el tiempo a la propia película. La segunda versión sobre el tema es desconocida en España y se trata de una simpática producción filipina. No debe sorprender este hecho pues la defensa empecinada española de aquella posición, tras la rendición oficial en diciembre de 1898 en París, también pertenece a la historia patria de las Filipinas. La historia insular retrata como un acto de honor de su país el reconocimiento de valentía que se hizo al regimiento español tras su capitulación final.

La película actual es una operación de altos vuelos de nuestra industria del cine. Un enorme presupuesto y un potente marketing que aseguran el éxito de público y taquilla. ¿También el de la crítica oficial? En un orden técnico, la obra posee alta calidad: majestuosos planos fotográficos, sensaciones espectaculares de pantalla, logradas escenas de acción y guiños del guión que responden a los cánones políticamente correctos de hoy en día. ¿Quizás, también, a intereses políticos concretos?

En un orden dramático, sin embargo, la trama narrativa que transporta la pantalla es un disparate que sólo puede ser aplaudido desde el desconocimiento de la historia. Los personajes históricos reales están desdibujados entre lánguidos personajes de ficción. Aquel eterno femenino de belleza y dulzura que interpretó “ yo te diré…” queda mutado en la antítesis del oficio más viejo del mundo. La inquietud artística de recrear la desastrosa política exterior que condujo al hundimiento del Imperio español, dispone de un amplio elenco de situaciones históricas para plasmar en un filme. Transformar este episodio intemporal de heroísmo en un alegato de relativismo y de inutilidad en el servicio a la patria es una ignominia. Durante un año, cincuenta soldados y tres religiosos resistieron ataques de machete, fusil y cañón, enfermaron de beriberi y soportaron el hambre sin ceder ante los múltiples intentos de conminación a la rendición. Esta es una historia real de coraje infinito e integridad moral que no puede ser reconvertida en una metáfora vulgar para las masas de hoy.

La destrucción del patrimonio hispano-filipino por los aliados en la 2ªGM

El poeta Pacífico Victoriano versó a las Islas Filipinas como una gentil princesa dormida sobre la espuma del mar. La colonización española del archipiélago, situado en las antípodas de la España del siglo XVI, tuvo características propias que la diferenciaron de Hispanoamérica. La propiedad de las tierras fue cedida a la Iglesia por la Corona, siendo las órdenes religiosas quienes dominaron y protagonizaron la presencia española en aquel primitivo paraíso tropical. La población criolla y mestiza local, exigua en número, estaba concentrada en la capital con una población campesina dispersa que no aprendió el idioma español. La Manila del siglo XIX fue una capital colonial en flor que pudo tener una historia diferente si hubiera tenido una política más eficaz, inteligente y humana desde la metrópoli de Madrid. Las injustas leyes coloniales, la rapiña de las élites peninsulares y la crueldad de la represión contra los primeros insurgentes desembocaron en la derrota total de España. Los prebostes militares no tenían piedad para fusilar a los rebeldes filipinos pero no supieron hacer la guerra cuando llegó la hora de la verdad contra un ejército insurrecto organizado y la escuadra naval norteamericana.

¿Qué calado puede alcanzar, en nuestra vana sociedad de hoy, una reflexión cinematográfica sobre esta hispanidad perdida? ¿Qué queda, en la Filipinas de hoy, de su pasado español? Tras la guerra, todas las instituciones educativas españolas fueron exterminadas por el vencedor y el inglés ancló sus raíces en aquella sociedad tropical. Nuestra antigua ciudad española de Manila fue reducida a escombros durante las batallas de la Segunda Guerra Mundial. La población autóctona manilense que tenía el español dialectal filipino como lengua materna ha ido desapareciendo, generación a generación, durante el siglo XX. Pero el alma española tuvo cuatro siglos para penetrar hasta las raíces de la tierra filipina y los topónimos y apellidos españoles se extienden por todo el archipiélago, así como selectos miembros de la clase intelectual filipina consideran a España como su Madre Patria.
A la gentil princesa dormida sobre la espuma del mar la despertaron unos barcos, venidos desde el confín del mundo, con el anuncio de la buena nueva de Cristo; Dios la había elegido para convertirse en el único país católico de Asia. Esta es la leyenda para los filipinos de hoy que ya no saben dónde está España.

El legado eterno de los últimos de Filipinas es el del auténtico patriotismo y su hazaña es el contrapunto a la perfidia del patriotismo espurio de las élites gubernamentales. Quiso la Providencia que este episodio imborrable de nuestra historia sucediese en el más remoto punto de aquel Imperio donde no se ponía el sol. ¿Se producirá el milagro del renacimiento de la Hispanidad en la que fue nuestra Perla del Pacífico?

por Porfirio Gorriti

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