Revista AHORA INFORMACION nº 171. Julio-agosto 2021
(Editorial) –
Marruecos: un vecino incómodo
“Africa empieza en los Pirineos”. Con esta frase lapidaria daban los ilustrados a España por perdida y marcaban una distinción clara entre el éxito estadístico de la modernidad centroeuropea y el fracaso aparente de la vieja España, la guerrera, la misionera, desgastada por varios siglos de combate al servicio del Evangelio.
Nunca nos importó demasiado a los españoles la etiqueta continental porque no hay nada más superficial que la pura división geográfica. El alma de la Hispanidad, como la del mismísimo imperio romano, siempre ha cruzado por encima de los continentes de forma que no se es menos español por ser africano, americano o europeo. El caso de la antigua Hispania Tingitana, Mauritania Tingitana o Hispania Transfretana marca las raíces comunes de España y el actual reino de Marruecos que no fueron especialmente divididos por el estrecho de Gibraltar sino más bien por la revolución mahometana. La antigua Mauritania cristiana no fue menos invadida que la Bética o que la Lusitania. Por eso el avance lógico de la Reconquista, una vez caído el reino de Granada, pudo haber significado la liberación de aquellas tierras del norte de Africa. Es posible que la inmensidad de reto que suponían las Indias desviara las energías hispanas hacia el Oeste. Difícil de saber.
Ahora lo que nos queda es un vecino incómodo en nuestras puertas del sur. No menos preocupante, por cierto, que una Francia cada vez menos francesa en el norte… pero esa es otra historia. En cualquier caso, una vez descartada, por puro realismo, la utopía de una imposible reconquista del Magreb nos quedan a los españoles dos opciones a seguir en nuestras relaciones con Marruecos: o la de mantener una buena vecindad, basada en el respeto escrupuloso de las líneas fronterizas, en una solución justa para el Sáhara español, y en la reciprocidad de los intercambios culturales; o bien la que por desgracia están siguiendo los gobernantes de la Anti-España: una política de cesiones permanentes, de autoodio a la propia identidad cristiana, de desorden migratorio, y de minusvaloración de la amenaza militar. Tanta cobardía y tanto desprecio a lo propio no pueden augurar nada bueno ni en el día a día de las familias españolas ni tampoco en nuestros amenazados territorios del sur. Ojalá que España reaccione antes de que sea tarde.